[Pablo Castrillo – Equipo de Cinemanet]
Partiendo de la idea de que las listas no sirven para nada (excepto para dar ideas, valga la redundancia), me propongo continuar con esta selección -muy personal, sin duda- de las películas que considero, de una forma u otra, imprescindibles. Para el lector que no conozca las «Películas que hay que ver… (I)«, me permito insistir en que las razones que me mueven a incluir títulos en esta lista son de lo más variado:
«[…] desde los logros artísticos y técnicos hasta lo más subjetivo y personal, pasando por la enseñanza vital y poética que pueden contener».
Pasión de los Fuertes: el western canónico.
John Ford inventó el molde, y con eso ya estaba casi todo hecho. El western perfecto -clásico, en el sentido más literal- era una fórmula que él conocía mejor que nadie: eso sí, riquísima en matices. Es memorable la construcción del héroe, típicamente fordiano, que representa Wyatt Earp (Henry Fonda). Y, a su vez, en una sutil labor de contrapunto, el también inolvidable Victor Mature como Doc Holliday. Quienes han visto esta joya siempre recordarán con gusto esa dulce melodía: ‘Oh, my Darling Clementine» (que es, por cierto, el título original de la película).
Luna Nueva (His girl friday): todo vale… si es por amor.
Se puede ser tramposo, cobarde, y egoísta. Se puede ser astuto y mezquino, se puede jugar sucio. Walter Burns (Cary Grant) era todo eso… hasta que Hildy Johnson (Rosalind Russell) lo fue más que él. Divertidísima comedia de cierto carácter disparatado que brilla por sus siempre hilarantes líneas de diálogo, sin renunciar a una profunda reflexión sobre el significado y las implicaciones del amor.
Cadena Perpetua: manual para hacer amigos.
Historia carcelaria que se ha convertido, para muchos, en un ejemplo de excelencia narrativa. Una historia que combina muchísimos elementos genuinamente dramáticos: el falso culpable, la impotencia frente al entorno hostil, la injusticia que siempre golpea al honrado antes que al vil… y, sobre todo, la amistad. La amistad como motivo suficiente para dotar de sentido a toda una vida. Otro personaje memorable: Red (Morgan Freeman).
Los Paraguas de Cherburgo: una delicia atípica.
Quienes conocen bien este exótico film de Jacques Demy, sabrán que se trata de un profundo y complejo trabajo de exploración del lenguaje cinematográfico que constantemente pone a prueba los sentidos del espectador, así como las convenciones que comparte. Con una elaboradísima y deliciosa estética, la película es, además, uno de los ejemplos más incontestables del arrollador poder de la música en el cine. Y logra todo este desarrollo de tinte experimental, sin dejar de accionar los resortes emotivos del público. Por otro lado, no se puede obviar la delicada y encantadora interpretación de una jovencísima Catherine Deneuve. Y, se lo advierto, nunca -y digo nunca– se olvidarán de esta poderosa banda sonora.
Big Fish: la vida es una fábula maravillosa.
¿Cómo se puede explicar al mundo que la vida de un hombre corriente, la vida honrada y feliz de un padre de familia, de un marido enamorado, puede ser una aventura fantástica, un maravilloso cuento de hadas? La respuesta la tiene Tim Burton, en la vida de Edward Bloom. Es cierto que se ha acusado a esta película de «elitista» o incluso «snob», pero no lo es: esta crítica puede deberse a su complicada estructura narratológica, pero basta una actitud inocente, libre de prejuicios convencionales, para que la historia pueda hacer su magia en el espectador.
Toy Story: una nueva era para el cine.
El genio creador de John Lasseter y Pixar se destapó con esta película del año 95. Se trata, a mi modo de ver, de una verdadera revolución cinematográfica, principalmente causada por la novedad técnica que permite, por vez primera, convertir la narración de historias en una tabula rasa que puede dar lugar a cualquier universo de ficción: en este caso, el mundo paralelo -y secreto- de los juguetes. La demostración de que en el cine, todo es posible.