Título Original: The Way |
SINOPSIS
Tom Avery es un reputado oftalmólogo que vive en California. Un día recibe una llamada desde Francia en la que se le comunica que su hijo Daniel ha fallecido en un temporal en los Pirineos. A pesar de que la relación con él nunca fue muy buena por tener una visión opuesta de la vida, Tom está desolado y viaja a Francia para recuperar a su hijo. Allí descubre que Daniel comenzaba a hacer el Camino de Santiago y decide hacerlo por él. La última oportunidad de un padre para conocer a su hijo se convertirá en la primera oportunidad para empezar una nueva vida.
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CRÍTICAS
[Juan Orellana, Alfa y Omega]
Interesante aproximación al Camino de Santiago
En pleno Año Santo jacobeo, se estrena The Way, de Emilio Estévez, hijo de Martin Sheen, protagonista del film. Martin Sheen en realidad se llama Ramón Estévez, y es hijo de español. La anterior película de Estévez fue la exitosa Bobby, sobre Robert Kennedy
El Camino de Santiago se ha convertido en nuestra época postmoderna en un lugar donde se dan cita sensibilidades y cosmovisiones muy diversas, entre las que no está claro que sea la religiosa la mirada hegemónica. The Way es una película que, sin renunciar a ese eclecticismo imperante, da cancha a la experiencia religiosa, concretamente a la cristiana, y apenas deja espacio a esoterismos baratos de corte new age.
El argumento parte de un americano viudo, Tom, católico no practicante, que recibe una llamada de la gendarmería francesa: su hijo ha muerto en un accidente mientras hacía el Camino de Santiago. Tras viajar a Francia a reconocer el cadáver, decide emprender él mismo la ruta jacobea llevando las cenizas de su hijo, y así acabar lo que su hijo tanto había deseado.
La estructura es la previsible y lógica de una road movie a pie. Un hombre hace el Camino de Santiago y se le van añadiendo compañeros de camino muy dispares, que terminan configurando un interesante fresco. Ninguno revela las verdaderas razones por las que hace el sacrificio de la peregrinación, pero éstas irán emergiendo a lo largo del recorrido. Lo que está claro es que todos realizan un proceso de cambio, incluso de cierta conversión. El primer catalizador es el policía francés, creyente y fervoroso peregrino que explica el sentido de la ruta al escéptico Tom. Los otros peregrinos que se van añadiendo al viaje son Joost, un holandés que bajo su afán por adelgazar se esconde el deseo de recuperar a su esposa; Sarah, una mujer amargada que arrastra el dolor de un aborto; y Jack, un novelista en crisis. Juntos van a descubrir que su vida necesita ser salvada de alguna manera, y van a acabar hincando sus rodillas en el suelo como almas mendicantes.
Al final, lo que queda es una visión del hombre no materialista, en la que se subraya la necesidad de purificación y cambio profundo, para que la vida no se vea invadida de vacío. En ese marco, la presencia de lo católico (el sacerdote que regala rosarios, las oraciones que se escriben, la llegada al Pórtico de la Gloria…), lejos de ser un folclore, tiene en el film un peso específico nada banal. También es cierto que hay personajes exóticos e histriónicos, pero no son más que ingredientes reales del teatro del mundo.
La película, a pesar de su frescura, tiene algo de fatiga deliberada que ayuda al espectador a identificarse con la experiencia del peregrino. Vamos recorriendo el norte de España con los protagonistas y descubriendo con ellos las verdades que latían ocultas en sus corazones. A los paisajes reconocibles de Pamplona, Burgos, y tantos otros, se añaden algunos tópicos hispánicos que parecen inevitables siempre que un extranjero hace una película sobre España (toros, gitanos…)
El trabajo de Martin Sheen es excelente, como el del resto de los actores (Deborah Kara Unger, Tchéky Karyo, James Nesbitt, Spencer Garrett, Joaquim de Almeida, Ángela Molina y el propio Emilio Estévez en el papel de hijo de Tom); y las canciones que jalonan la banda sonora son emotivas y acertadas en sus letras. Una grata e interesante película.
[Jerónimo José Martín, COPE ]
Tom Avery (Martin Sheen) es un prestigioso oftalmólogo californiano, católico no practicante, viudo desde hace años y que no mantiene buenas relaciones con su aventurero hijo Daniel (Emilio Estévez). Un día llaman a Tom desde Francia para comunicarle que Daniel ha fallecido en un accidente en los Pirineos, cuando iniciaba el Camino de Santiago. Una vez allí, Tom decide completar personalmente la peregrinación, portando en su mochila las cenizas de su hijo. Pronto hará amistad con varios peregrinos muy diversos, pero que, como el propio Tom, necesitan una nueva oportunidad para rehacer sus vidas.
Inspirada libremente en varios relatos del libro Off the Road, de Jack Hitt, esta road-movie del estadounidense Emilio Estévez rinde homenaje a sus antepasados gallegos, y en concreto a su abuelo, en esta agradable peregrinación fílmica por el Camino de Santiago, planteada como una singular revisitación de El Mago de Oz. En efecto, los encuentros del protagonista —divertidos y dramáticos a la vez— sirven a Estévez para mostrar las diversas actitudes actuales ante la ancestral tradición, sin menoscabar nunca su esencial condición espiritual y religiosa. Esa visión trascendente se esboza a través de sutiles insertos de realismo mágico —en torno a la presencia del hijo fallecido—, y culmina en la apoteósica secuencia en la Catedral de Santiago.
Todo ello se narra en un tono amable, que salta con facilidad de la tragedia a la comedia, y llena el metraje de una abigarrada galería de personajes entrañables, muy bien encarnados por el notable reparto. En él destaca Martin Sheen —padre del director—, que se mete en la piel de Tom con una convicción conmovedora. De esta manera, la película sortea un par de tópicos, y logra hacer reír y llorar al espectador sin recursos de bajos vuelos ni salidas de tono. Una hermosa película.
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