Título Original: Bruc: El desafío. |
SINOPSIS
Cuando la máquina de guerra más perfecta de la historia descubre que su primera derrota se debe a un joven resistente, Napoleón envía a seis mercenarios curtidos en mil batallas con una sola misión: darle caza en las montañas de Montserrat y cortarle su cabeza. Tras asesinar a sus seres queridos, el grupo de mercenarios se lanza en su búsqueda en los lugares recónditos y mágicos de la sagrada montaña de Montserrat. El joven, al que llaman Bruc por el lugar de la batalla, deberá luchar solo para sobrevivir y vengar a su familia. Se convierte así en un símbolo de libertad y esperanza para su país, que distingue en él a un héroe que consiguió lo que nadie había logrado jamás: derrotar al ejército invencible de Napoleón Bonaparte.
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CRÍTICAS
[Jesús Martínez, Colaborador de CinemaNet]
Bruc, el diablo de Francia, fue un joven despavorido que tuvo la idea de enfrentarse a un ejército que se creía invencible, pero que sólo lo era a medias. Bruc. El desafío, la superproducción de Daniel Benmayor (presupuesto que supera los cinco millones de euros, ergo superproducción), por fin se ha realizado con calidad hollywoodiense, siendo el primer film (no digo catalán, porque el arte no es patrio, al igual que el amor), a mi juicio, en el que es harto difícil dilucidar quién lo hace mejor, si el elenco de actores que no es de postín (sobresale, entre todos, un malo malo que da miedo, Vincent Perez, suizo pese a los apellidos) o el equipo técnico (ojito al parche con las bombas de mano). A Joan Casellas, alias el Bruc, la historia del timbaler, cuyo mito se estudia en los colegios de Cataluña (gobierne el Tripartido o CiU), lo encarna Juan José Ballesta (Entrelobos), y se puede decir que ya se hizo mayor este chico, pues se ha quitado esa inocencia de los ojos, que asustaban menos que la Audiencia Nacional —le ha sucedido lo contrario que a Jorge Sanz, que interpretó a Isidro en La leyenda del tambor (Jorge Grau, 1981), la anterior película española sobre el mismo tema, y que más le habría valido haberse quedado en la infancia de por vida, visto la sequía de papeles y la gracia perdida.
Bruc se inicia con dos explicaciones (blanco sobre negro) tipo Gladiator que contextualizan la película, que ya decimos de antemano que termina bien por tratarse de una cinta histórica. Más o menos: el 6 de junio de 1808 una columna de franceses, perteneciente al ejército napoleónico, cruzó Montserrat por lo que hoy se conoce como el Pas del Francès. Los guerrilleros emboscados —junto al Regimiento de Soldados Suizos número 1 de Wimpffen— les hicieron frente en el desfiladero, con los sables Klingenthal y los fusiles Baker y los mosquetes Brown más rudimentarios de la Guerra de la Independencia (1808-1914), en la que luchó, entre otros, y del lado del pueblo, el bandolero Curro Jiménez.
De la batalla decisiva poco nos cuentan, pero este acontecimiento supone el arranque de la narración (al igual que la llegada de los conquistadores españoles al Nuevo Mundo supone el colofón en Apocalypto, de Mel Gibson). A partir de aquí, a la manera de Acorralado, el Ballesta convertido en Rambo lucha contra los Rangers del Emperador, una suerte de tropas irregulares de élite expertas en escaramuzas y en tácticas de combate (el Equipo A, pero con lo peor de lo peor de los lanceros, húsares y dragones del Primer Imperio Francés; Santi Millán parece, incluso, creíble: se nota que ha hecho teatro).
Aniquilada toda su familia, el Bruc-Ballesta escapa de sus captores, con las costumbres cruentas de los mercenarios del Rif (esa soldadesca que nutría los tabores de los africanistas de Franco, con sus lelilíes y sus gumías dispuestas a castrar al enemigo una vez muerto). Se echa a la montaña de Montserrat, terreno que conoce porque le es propio. Allí se reproducen las escenas clásicas de El último mohicano (incluido algún finado que se despeña por el precipicio y una fuga entre la maleza que no cortan ni los perdigonazos ni los centros de defensa de las guerras cibernéticas… Si España hubiera estado más avanzada, seguro que algún tren habría descarrilado para gusto del espectador). Y, aunque Juan José Ballesta no sea Daniel Day-Lewis (no va por mal camino, aún así), se entrega con igual rabia a la venganza.
Bruc. El desafío no se queda con este sentimiento que Borges relega al olvido. Lo que se recalca en esta obra es lo contrario de lo que a simple vista parece: el tesón en el amor (atentos a los próximos trabajos de Astrid Bergès-Frisbey), y dentro de este saco, el amor a la familia, cuya pérdida se hace, cuanto menos, insoportable (una persona que profesa la religión hebrea me dijo un día que, en las Sagradas Escrituras, las mujeres tenían tantos hijos, entre otros motivos, para contrarrestar la ausencia de los que se van).
El francés, finalmente, muere. C’est fini. La paradoja: ¿Qué nos podían haber traído los franceses? La Enciclopedia (¡Oh, la Enciclopedia!), el código napoleónico, la República, la Ilustración, muchos quesos, la moda… Pero además de la Enciclopedia, las leyes, la República y los valores, la Ilustración, los quesos y los predecesores de los leotardos…, ¿qué nos podían haber traído los franceses? El Museo de Ciencias Naturales, algún obelisco de la campaña de Egipto, “la razón, la justicia y el poder” (Leandro Fernández de Moratín dixit), el pensamiento o lo que viene siendo darle al coco, las reales academias, los axiomas, los principios matemáticos, la tolerancia, el humanismo… Los franceses se fueron con el rabo entre las piernas y llegó Fernando VII con las cadenas, en plan sado. Mecachis.
[Carles Martinez Agenjo, TAConline]
El versátil Juan José Ballesta en pantalla. Como protagonista. Y la épica de vehículo. Con el tumultuoso siglo XIX de fondo. La guerra del francés, concretamente. Pero la película no es precisamente histórica. Se queda corta en este aspecto. Tampoco pretendía profundizar en él.
Bruc ha estudiado una única asignatura: la acción. Con persecuciones y violencia como temas principales. Y ha suspendido. Daniel Benmayor (Paintball), el responsable del trabajo, no ha desarrollado lo suficiente su film, rellenándolo con una subtrama amorosa mil veces vista que, junto con el grueso de la historia, nunca acaba de funcionar. La película no consigue hacer palpitar al profesor, que no necesariamente es un crítico. También lo es aquel espectador exigente con el producto en el que va a sumergirse.
En Bruc uno ya intuye –por ver trailer, leer el argumento o conocer de antemano cómo se las gasta Benmayor– que lo que va a ver no será un producto detallista en el plano intelectual, sino algo más bien pirotécnico y convencional. Y acierta. La película no requiere activar muchas neuronas y sigue la trillada estructura de amor, tragedia y venganza. Esta vez, con predilección por el segundo tema, que es donde el entretenimiento suele surgir más fácilmente a base de acción impactante y buen ritmo. Algo que sin duda posee esta nueva recuperación de la leyenda del tamborilero del Bruc. Sin embargo, la película resbala. Y es por su alarmante falta de emoción y profundidad, dos requisitos fundamentales del cine épico que muchísimos críticos ya exigieron a Scott en su reciente Robin Hood (2010).
Bruc lo tenía más fácil. No necesitaba apelar a la megalomanía ni alejarse de la previsibilidad para brillar. Pero se ha convertido en cine de consumo rápido, que no perdura. Sus guionistas, Patxi Amézcua y Jordi Gasull, han compuesto una historia sintética, con sabor a western y de corte muy clásico. Asimismo, los maniqueos personajes que encontramos en Bruc encasillan los conceptos del bien y el mal en una película que destina la mayor parte del tiempo a jugar de forma ambigua al gato y el ratón. Pero a Gasull y Amézcua les ha hecho falta aumentar el componente trágico del film y profundizar más en las motivaciones de cada personaje. Por no hablar de algunos de ellos, correspondientes al bando enemigo, que directamente sobran.
El resultado, que pese a los claros errores de guión no está lejos del aprobado, es algo así como una insulsa y americanizada versión catalana de Apocalypto (Gibson, 2006) con referencias innecesarias al Scharzenneger que apareció en Depredador (McTiernan, 1987). Esto no significa que a Bruc le haya faltado cebarse en sangre y disparos, sino que su contenido violento está hueco, es gratuito.
Aparte de la soberbia pero algo desaprovechada interpretación de Ballesta, lo verdaderamente destacable de este film es su aspecto visual. Benmayor ha contado con cuidados atuendos y armas del pasado –excepto una especie de trabuco-ametralladora a lo Rambo que no cuela ni en pintura– y también con Montserrat y sus espléndidos paisajes, que tanto sirven para extasiarnos con su belleza natural, como para rodar con buena técnica alguna que otra secuencia de acción vertiginosa.
Todo ello, por desgracia, con una notoria falta de pasión, convierte al producto en algo insípido, perfecto para espectadores poco exigentes que, buscando entretenimiento sin fondo, darán con una película comercial y simple que se desinfla gradualmente tras su prometedor comienzo. Y es una pena para el resto del público.
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Un punto de vista profesional sobre esta película en «La Bitácora de Pedro Morgan», revista de Historia mensual http://bitacoradepedromorgan.wordpress.com
Echad un vistazo a «La opinión de Pedro Morgan» del mes de enero de 2011 y sacaréis unas cuantas conclusiones frescas sobre «Bruc: el desafio».
Orgullosos de ser CATALANS !!!!!!!!!
!!*!! VISCA CATALUNYA LLIURE !!*!!
Sr. Jesús Martínez,
leyendo su crítica, creo que debería usted dedicarse a otra cosa pero, por favor, que no tenga que ver tampoco con la rama humorística.
Si tiene algo en contra de Catalunya y los catalanes haber empezado por no ver el film, porque para la crítica que ha hecho…….
Estamos muy orgullosos de lo que se enseña en las escuelas de nuestro país y más si tiene que ver con nuestra historia y nuestra identidad.
Y como no, estamos muy orgullosos de que el director sea catalán.