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Título original: Devil. |
SINOPSIS
Cinco extraños en Filadelfia empiezan el día con la rutina habitual. Van a un edificio de oficinas, entran en un ascensor y se ven obligados a compartir un espacio reducido con desconocidos. Nadie mira a nadie, sólo estarán juntos unos momentos. Pero lo que hasta ahora parece un hecho casual, no tiene nada de coincidencia cuando la cabina se detiene. El destino acaba de llamar. Estas cinco personas verán cómo sus secretos salen a la luz y deberán rendir cuentas por lo que han hecho.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín, COPE]
Tras un misterioso suicidio, cinco extraños —un mecánico, un vendedor de colchones, una anciana, una joven y un guardia de seguridad— se quedan encerrados dentro de un ascensor averiado entre dos pisos de un edificio de oficinas. Mientras los operarios intentan arreglarlo, dentro del ascensor comienzan a pasar cosas terribles, que otro guardia de seguridad, católico convencido, atribuye al mismo diablo.
Primera entrega de The Night Chronicles, historias imaginadas y producidas por M. Night Shyamalan (El sexto sentido, El incidente), pero escritas y dirigidas por otros cineastas. Aquí el joven John Erick Dowdle (Quarantine) resuelve sin sanguinolencias y con creciente tensión una trama de terror sencilla, pero angustiosa y con un tratamiento sugerente de la culpa y el arrepentimiento como campo de batalla entre Dios, el diablo y la libertad humana.
[Pablo J. Ginés, ForumLibertas]
M. Night Shyamalan ha apadrinado «La trampa del mal«, una película corta (80 minutos), directa y sencilla, que recuerda un capítulo de «The Twilight Zone» («La dimensión desconocida«, esa serie televisiva clásica de historias breves de fantasía o terror). Cinco personas quedan atrapadas en un ascensor, y cada vez que se va la luz pasa algo horrible a cada una de ellas. Desde las primeras palabras, el Diablo es uno de los protagonistas, y al final resulta ser la película más redonda y más católica de Shyamalan.
El cineasta indio se formó en un colegio católico y nunca ha ocultado que le atrae el catolicismo, pero sin llegar a asumirlo. Su género preferido siempre ha sido el «thriller sobrenatural» con sorpresa final, o truco repentino. Esta película sigue su idea y se rueda con su dinero, pero los directores son los hermanos Dowdle, John Eric y Drew; el guión es de Bryan Nelson.
Los personajes que quieran afrontar los peligros de sus películas con una visión racionalista tienen todas las de perder. Por el contrario, aquellos que tengan fe, podrán navegar las aguas oscuras… incluso si naufragan, lo harán con dignidad y serenidad. Lo que pasa es que Shyamalan nunca fue muy ortodoxo en doctrina.
En «El sexto sentido» (que le dio la fama en 1999) presenta una vida tras la muerte que no casa muy bien con la ultratumba cristiana, pero que encajaba con gracia como un cuento de fantasmas sorprendente y positivo. «El protegido» (2000) homenajeaba a los superhéroes, a la necesidad de aceptar nuestros dones y responsabilidades; la sorpresa final era una marca de la casa. En «Señales» (2002), tanteaba el tema de la fe en un sacerdote que había perdido la confianza en Dios… durante una especie de invasión extraterrestre algo confusa.
En «El bosque» (2004) reflexionaba sobre una extraña comunidad que nunca se atreve a entrar en un bosque por miedo a unos monstruos. Por un lado, el tema de la fe en comunidad, y de la búsqueda de la verdad, se planteaba con fuerza y seriedad. Por otro, muchos críticos consideraron que «hacía trampas» en el guión. En 2006, con «La joven del agua«, insistía en los mismos temas: ¿creer o no creer?; ¿qué hacer con la comunidad con la que convivimos? Y de paso hacía que los monstruos se comiesen un crítico, de los que tan mal le trataban. En 2008, con «El incidente«, no se atrevía a hablar de la esperanza: hay un apocalipsis extraño, pero sin explicación… El autor parecía indeciso. Y el pasado verano, «Airbender«, fue quizá la peor película del año, algo que ni los más acérrimos fans del género de fantasía podemos tolerar.
Con estos antecedentes, «La trampa del mal» aparece como un producto redondo.
No hace trampas, el elemento sobrenatural queda pronto muy claro, y las reglas sobrenaturales (porque lo sobrenatural tiene sus reglas, no todas teológicas) se van desvelando rápido y con coherencia. El diablo de la película tiene algunos elementos populares: la misma idea de «la visita del diablo», su derecho a caer sobre un grupo de personas, no es muy teológica, pero sí tiene fuerza dramática.
Un personaje racionalista, sin ser mala persona, se verá gravemente dañado por intentar afrontar el reto de manera inadecuada. Otro, un emigrante sudamericano católico, parece hacer el ridículo al rezar el Rosario por el altavoz del ascensor… los encerrados, ciegos al bien y la verdad, no querrán aprovecharse de ello. Y sin embargo, este emigrante tiene la clave que lo interpreta todo.
Luego la película gana en profundidad simbólica y espiritual: porque las víctimas no lo son al azar, porque no son inocentes. En el espacio cerrado del ascensor, los espejos no muestran la realidad: deben romperse (espejos rotos que se usan como afilados cuchillos) para que surja la verdad, el pecado que todos ocultan. Su fuerza, su capacidad de engañar, de estafar, no les servirá. Al final solo sirve reconocer el pecado y arrepentirse, y entregarse en reparación. Y, aún más poderoso que el arrepentimiento, está su respuesta libre: el perdón, la verdadera fuerza que derrota al mal.
Al contrario que en filmes de terror sobrenatural, donde el diablo es una excusa para asustar o desarrollar la acción, aquí hay preguntas serias acerca de la verdad, el bien, el deber, las consecuencias del mal… y, finalmente, una reflexión, que ponen en boca de una madre: sí, el diablo actúa, pero la última palabra (y es buena) es de Dios. Shyamalan mejora al simplificarse.
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