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Título original: True grit. |
SINOPSIS
El padre de la niña de catorce años Mattie Ross es asesinado de un disparo a sangre fría por el cobarde Tom Chaney, y ahora ella está dispuesta a hacer justicia. Buscando la ayuda del jefe de policía Rooster Cogburn, un borracho de gatillo fácil, se marcha con él – a pesar de su oposición- para atrapar a Chaney. La sangre vertida de su padre le hace perseguir al criminal hasta el territorio Indio y encontrarle antes de que el Ranger de Texas llamado LaBoeuf le atrape y lo lleve de vuelta a Texas por haber asesinado a otro hombre.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín, COPE ]
Tras la decadencia del western en los años 70 y 80, diversos directores han intentado resucitar este género clásico, sin demasiado éxito, pero con resultados estimables. Primero se lanzó Lawrence Kasdan en 1985 con Silverado, donde descubrió a Kevin Costner, con quien repetiría en Wyatt Earp (1994). El propio actor-director —ya convertido en estrella gracias a Los intocables de Eliott Ness (1987)— probó fortuna con Bailando con lobos (1990) y Open Range (2003). Y, entre ambas películas, lo intentó con Sin perdón (1992) el también actor-director Clint Eastwood, que mantuvo la llama sagrada del género a mediados de los años 60, como protagonista de los spaghetti western del italiano Sergio Leone —Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo—, y después con sus propias aportaciones como director: Infierno de cobardes, El fuera de la ley, El jinete pálido… Más recientemente, otro actor-director, Ed Harris, tanteó el género en Appaloosa.
Ahora insisten los hermanos Joel y Ethan Coen con Valor de ley, brillante adaptación de la novela de Charles Portis, que ya fue llevada al cine por Henry Hathaway en 1969, con John Wayne en el papel protagonista que le valió el único Oscar de su carrera. Tras ser ninguneada por los Globos de Oro, Valor de ley ha ganado numerosos premios de la crítica y opta ahora a diez Oscar —película, director, actor principal (Jeff Bridges), actriz de reparto (Hailee Steinfeld), guión adaptado, dirección artística (Jess Gonchor y Nancy Haigh), fotografía, vestuario (Mary Zophres), edición de sonido (Skip Lievsay y Craig Berkey) y mezcla de sonido (Skip Lievsay, Craig Berkey, Greg Orloff y Peter F. Kurland)— y a seis Premios Bafta: mejor película, actor (Jeff Bridges), actriz (Hailee Steinfeld), guión adaptado, fotografía, vestuario y sonido.
Fort Smith, Arkansas, 1877. Un cobarde matón, Tom Chaney (Josh Brolin), asesina a sangre fría a un honesto ciudadano, y se da a la fuga. Ante la pasividad de las autoridades, la aguerrida hija del asesinado, Mattie Ross (Hailee Steinfeld), decide perseguir al criminal por su cuenta. Para ello, contrata los servicios del alcoholizado sheriff Rooster Cogburn (Jeff Bridges), al que no le gusta que la niña le acompañe. A esta singular pareja se une el estirado LaBoeuf (Matt Damon), un ranger de Texas que también sigue la pista de Chaney por el asesinato de un senador. Enseguida se enteran que ahora Chaney forma parte de la banda del violento Lucky Ned Pepper (Barry Pepper).
La película no depara demasiadas sorpresas formales ni profundiza demasiado en el alma de los personajes, más allá del sabor amargo de la venganza y del contraste entre la delicadeza de la niña y la rudeza de sus acompañantes. En todo caso, supone un vistoso homenaje de los Coen a los grandes cineastas del género, desde John Ford a Sam Peckinpah, pasando por Howard Hawks, el propio Henry Hathaway o John Sturges. Cabe elogiar especialmente la rotunda solidez del conjunto, narrado con una precisión milimétrica, maravillosamente interpretado —sobre todo por el veterano Jeff Bridges y la debutante Hailee Steinfeld— y con una sugerente factura visual, al estilo crepuscular de los westerns más recientes, e igual de eficaz en las impactantes secuencias de acción —resueltas con una violencia seca y realista, nada romántica— y en los bellos interludios intimistas a media voz. Queda así una gran película, en la que los hermanos Coen desvelan algunos de los referentes fílmicos de otras destacadas películas suyas, como Muerte entre las flores, Fargo o No es país para viejos.
[Juan Orellana, Paginasdigital]
Aunque los remakes no están en general bien vistos por la crítica, lo cierto es que este western de los hermanos Coen deja el listón muy alto. Esta adaptación de la novela de Charlis Portis ya fue llevada al cine por el gran artesano clásico Hanry Hathaway, pero los Coen la convierten en una historia absolutamente propia, como si fuera una obra original suya, desbordante de su estilo cinematográfico.
Este western nos cuenta la historia de una niña de catorce años, Mattie Ross, que quiere vengar el asesinato de su padre a manos de un borracho llamado Chaney. Para ello contrata a un agente federal, de los llamados U.S.Marshal, también alcohólico y de edad avanzada, y emprende con él la búsqueda de Chaney por territorio indio.
La historia está impecablemente narrada, con precisión, claridad, ritmo, y sin escenas o tiempos sobrantes; las interpretaciones son magníficas, con un Jeff Bridges que se acerca al histrionismo sin llegar a tocarlo y una luminosa interpretación de Hailee Stenfield, ambos nominados a los Oscar.
El fondo del relato es muy judío (la ley del Talión) y muy puritano, con un concepto muy escrupuloso de la justicia: no hay misericordia posible para el pecador. Lo cierto es que en la búsqueda de la «justa venganza» todos pierden algo, pero también reciben sus lecciones de la vida. Pero por encima de este rigor brilla la pureza, entereza y grandeza de ánimo de Mattie, una niña de hierro, auténtica heroína y protagonista del film, aunque haya sido nominada como secundaria. Su solidez limpia propicia un juego de contrastes con los otros personajes, variaciones todos de la máxima rudeza, que funciona dramáticamente a la perfección. Un western que hará historia.
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