Hasta el fin del mundo | Mujer, verdad y perdón

Gabriel Sales

Licenciado en Periodismo, Máster en Comunicación y Branding Digital, Máster en Matrimonio y Familia y Máster en la Unión Europea. Apasionado comunicador y crítico de cine, personalista practicante y absoluto seguidor del séptimo arte más reflexivo. Cada película es una ventana hacia nuevas perspectivas y emociones, no subestimemos las historias que retan nuestro acomodo mental.

En estos tiempos tan dados a manosear cualquier concepto que asome a la moda, qué virtuoso es quien propone películas que calan con su propia sencillez. ¡Qué difícil es ciertamente! Más cuando tratan realidades indescriptibles como la mujer, altamente cosificada por las corrosivas tendencias al alza. Viggo Mortensen logra con Hasta el fin del mundo su particular e intimísima entrada en el casi extinto género western. Con mucha elegancia, mostrando las costuras de la vida misma, a través de los ojos del corazón de una auténtica señora de la época, como si estuviera pintando un cuadro, con negros, grises y llamativos colores. Todo mezclado, y el resultado es una bellísima cinta que huye de cualquier idealización, tanto del amor, que aquí chorrea, como del mismo género.

Incrementamos el mérito de Mortensen por conseguir un resultado más que satisfactorio de tan imprevisible género, nada menos que concibiendo desde la pandemia, escribiendo el guion, dirigiendo todo, protagonizando  y hasta componiendo la banda sonora. ¡Ardua tarea! Así lo describió en su presentación en Valencia, la de emplear el clásico western en estos tiempos, en los que no florece como quizá, y esto lo digo yo, merece y querríamos. En cualquier caso, también lo apuntó el ya testado cineasta, seguramente de la totalidad de cintas del género, solo un 5% son realmente buenas. Una afirmación bastante acertada, y por ello destaco su brillo especial, porque donde todo está inventado y rodeado de interminables algoritmos caducos, él camina firme con su propia voz. 

¡Cómo nos gusta esta faceta del actor de los acentos! Saber utilizar el western como molde, el que cualquiera puede reconocer, pero únicamente como carcasa para presentar un contexto histórico y unas circunstancias propicias a lo que quiere contar. Esa es la clave, el corazón de su historia y por tanto de esa narrativa tan delicada, pulida y respetuosa. Quien haya visto su Ópera Prima Falling (2020) lo entenderá perfectamente, comprobará con The Dead Don’t Hurt que, efectivamente, Viggo Mortensen a los mandos, es más que nada una historia cautivadora. Sí, goza de elementos para analizar su forma de rodar, muy estilizada por cierto, pero a la hora de traducir su manual experiencial a la ficción no sigue ideas fijas ni patrones conductuales del sector, al menos no con una intencionalidad pautada.

El director neoyorkino da la vuelta a esos convencionalismos, no le interesa otra cosa que no sea entregar al espectador su mensaje, como digo, vital, que concierne a su perspectiva de las cosas, a su biografía leída por él mismo, sobre la verdad que ha vivido a modo relacional. Hasta el fin del mundo podría leerse como un romance western, quizá no pocos lo hagan, pero no lo es. Sí goza de muchos matices próximos a esa esfera reconocible, pero el atractivo de Viggo, como bien sabéis, es otro, es el calcetín al revés, es trazar otra ruta. ¡Y qué bonito lo hace! Ahí tenemos, a tiro de butaca, una historia sobre el amor puro, al menos el más cercano a lo que signifique ese concepto, al del sacrificio en la rutina, el del fango y espinas, al del sangrado por goteo, y todo ello llevándonos a la familia, el perdón y, como elemento inabarcable e inagotable en su condición, la mujer. Una sensacionalmente encarnada, nunca mejor dicho, por Vicky Krieps. Una, para nuestro querido Viggo Mortensen, «mujer ordinaria con una fuerza no tan ordinaria».