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PELICULA RECOMENDADA POR CINEMANET Título Original: La vita è bella |
SINOPSIS
Unos años antes de que comience la Segunda Guerra Mundial, un joven llamado Guido llega a un pequeño pueblo de la Toscana italiana con la intención de abrir una librería. Allí conocerá a Dora, la prometida del fascista Ferruccio, con la que conseguirá casarse y tener un hijo. Con la llegada de la guerra los tres serán internados en una campo de concentración, donde Guido hará lo imposible para hacer creer a su hijo que la terrible situación que están padeciendo es tan sólo un juego.
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CRÍTICAS
[Carmen Lucena Hidalgo. Colaboradora de CinemaNet]
Cada uno desea ver en su padre el reflejo de lo bella que es la vida, el pequeño Josué lo consigue.
Había una vez un hombre enamorado. Loco y enamorado. La conquista de una mujer nunca fue tan divertida y tan tierna. Un hombre loco, sí, que hace que sonriamos con cada gesto suyo, que nos hace llevar las manos a la cabeza con sus desastres infinitos y que en el alma de Dora, su enamorada, hace estallar las chispas del fuego que él ha ido prendiendo.
Y fruto de ese amor, como gusta esperar, un niño ingenuo, fácil de sorprender, soñador. Las circunstancias del periodo de guerras en Europa hizo que muchas personas perdieran su infancia de manera precoz. Los juguetes se cambiaron por las armas, la ropa infantil por arapos, la comida por migajas podridas. Pero el niño de esta historia, un virtuosísimo Giorgio Cantarini en el papel de Josué, puedo aseguraros que, mientras estuvo con su padre, tuvo una infancia entrañable.
La interpretación de Guido que hace Benigni puede rozar lo teatral en algunos momentos, pero en todo caso es justificable con el enamorable prototipo que tenemos de los italianos. Unido a la dulzura de Dora (Nicoletta Braschi) hacen que efectivamente, Josué no tenga nada que envidiar a nadie.
La historia tiene unos preliminares extensos que nos hacen descubrir una mágica pareja, estamos ante unas payasadas muy bien llevadas y una bella fotografía con unos colores que se pueden tocar, con unos paisajes preciosos. Sin embargo, el meollo de la historia se desarrolla, como todo el mundo sabe, en un campo de concentración nazi. Se puede pensar en algunos momentos que Guido no es consciente de lo que allí ocurre, que la historia que le cuenta a su hijo de lo que es aquello, él mismo se la está creyendo. Pero no. Guido sabe perfectamente donde se encuentra y lo que les espera. Es más importante para él la felicidad y alegría constante del pequeño Josué. Y todo lo inventa, todo lo desvaría, todo lo versiona. En los momentos en que Josué duda, nunca falla Guido en inventar una historia de lo que es “en realidad” todo aquello.
La imaginación de Guido está trazada de una manera impresionante, esto sí es realismo mágico. A menudo vemos en películas a niños en estas situaciones de sufrimiento como son las guerras y vemos niños adultos, niños sufrientes, niños enajenados… Pero Josué no es nada de eso, Josué es y seguirá siendo gracias a su padre eso; niño. Hay mil historias de niños en campos de exterminio o guerras. La novela El saco de canicas, de Joseph Joffo es una de las mejores visiones que se han podido dar, en mi opinión. Nadie olvida Ana Frank y su diario, en la que también se ve la visión de la guerra de una niña pero quizás más desde otra perspectiva, madurativa, quizás. O El niño del pijama de rayas, también llevada a la gran pantalla. En esta última, doble niño, doble visión. Pero ninguno de ellos es tan afortunado como Josué… Josué es propietario del maravilloso don que es tener un padre como Guido, un padre que sabe hacer reír, que mira por tu bien, que está locamente enamorado y que hace cualquier cosa por ti.
Recomendar esta película es muy fácil… si todo lo anterior no ha convencido, puedo aludir a más puntos a favor del filme. La banda sonora, capitaneada por el tema central, la “peliapuntiaguda” canción Life is Beautiful that way. Los continuos gags de los personajes adultos masculinos. La admirable actuación de los “mayores de la película”, la abuela (Marisa Paredes), el tío, el doctor… O la puesta en escena de secuencias como la de la pedida de mano de Dora en el gran hotel… Sin olvidar el caballo coloreado, el “Buenos días princesa”, “María la llave” y por supuesto, la colosal aparición de Benigni en el colegio y “¡El ombligo!”. Si la habéis visto ya, sabéis a lo que me refiero, y si no la has visto todavía, lo entenderás al verla.
[Jesús Martínez. Colaborador de Cinemanet]
El caballo blanco
“No puede haber vida después de Auschwitz.” El filósofo alemán Theodor Adorno, cultivador de los principios morales de la Escuela de Fránckfort, transido de vergüenza por tanto cuerpo destripado por la guerra, pronunció esta frase como un axioma matemático. Erró, lo cual demostraba su humanidad sin límites. Debe de haber vida después de Auschwitz. La vida es bella (Roberto Benigni, 1997) es un ejemplo. Tratándose de la primera comedia (tragicomedia) ambientada en el Holocausto, recibió por ello las críticas más acervas de los sectores que no entendían cómo se podía hablar a la ligera de un tema tan serio. Lo que no entendían es que un tema tan serio se psicomatiza por medio de la burla, del sarcasmo (ironía mordaz con la que dar paletadas al odio), de la chanza y del puro deseo de vivir. Con La vida es bella, Roberto Benigni, su director, principal actor y alma mater de profundis, se llevó el Oscar al mejor actor, entre otros 49 premios: lo recogió en una noche de marzo de 1999 (¡qué año más bonito!) y convirtió el Dorothy Chandler Pavilion de Los Ángeles en el Burgtheater de Viena, en el que Mozart estrenó su jocosa ópera bufa Las bodas de Fígaro, en otra noche de marzo, pero de 1787. Por una noche, él fue el centro del mundo.
La vida es bella es la respuesta a una pregunta, planteada después de aquella noche mágica, que remite al propio recuerdo de lo que ocurrió cuando Roberto recibió de manos de Sofía Loren el Oscar que le consagraba como docto en la artes de fantasear: ¿Cómo olvidar la irreverente invitación al atrevimiento más atrevido, a ser deslenguado con lengua, cuando Sofía Loren (¡Oh Sofía!) abrió el sobre del candidato ganador y gritó “¡Roberto!” (lo de Penélope Cruz llamando a “¡Pedro!” fue una sincera y mala copia, pobreta) y Roberto se levantó de un estirón, de un estirón alzó los brazos y los agitó hasta el extremo, como franceses panes de molde sus manos, y con gafas, descocado, fue saltando de butaca en butaca, asiéndose de los aplausos puestos en pie con otras manos en pie de guerra, y fue midiendo sus pasos con el equilibrio y la singular rudeza de un escalador de ochomiles, y aventándose, bramando, despachándose a grito pelado, eclipsando casiopeas y estrellas del star system (Tom Hanks, candidato por Salvar al soldado Ryan; Ian McKellen, candidado por Dioses y monstruos; Nick Nolte, candidato por Aflicción, y Edward Norton, candidato por American History X) y sumiéndose, descubriéndose, cimentándose, osando desacralizar una ceremonia hasta entonces tan insulsa (insulsa, insípida y desabrida, como los higos chumbos de mustia) y apocada que su afán por obtener categoría se quedaba en agua de borrajas, que no en agua de alhucema, y que imprecaba la clemencia de ser rescatada, como Portugal antes de ajustarse el cinturón financiero, para ser el elemento aglutinador de los bandos y de las proclamas de diversa índole, como el ángel custodio que con sus maneras campechanas permite que Ouattara le dé el consentimiento a Gbagbo en Costa de Marfil?
Roberto Benigni se metió con esta película tres Oscars en sus alforjas (mejor actor, mejor película extranjera y mejor banda sonora). La obra, concebida como una expiación más que como una afrenta, se divide en dos partes de idéntica duración: la blanca y la negra. En la época blanca, se narra las peripecias de Guido Orefici, un hombre que se entrega a la vida para ser, primero, marido de una mujer perfecta (en realidad, Dora, su mujer en la película, es Nicoletta Braschi, su mujer en la vida real, y si se cambiara el orden de esta afirmación el resultado habría sido el mismo), y luego padre de Josué, un niño perfecto, es decir, un niño que juega (en la Nación de los niños el primer artículo de su Constitución dice: “La Nación de los Niños se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político, y, por encima de todos ellos, y como único bien fungible, el juguete. Los niños han de jugar, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, color del pelo u opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social o que sea derivada de los lapiceros de colores”). En esta época blanca aparece, en una escena menos surrealista de lo que quiere aparentar, un caballo blanco (siempre traen la dicha los caballos blancos, alados, majestuosos).
Pero llega el fascismo, y con él, la época negra. Y con el fascismo, llega la discriminación (ergo el fascismo no respeta la Constitución de los niños), y con la discriminación, llega el deseo irrefrenable de matar, y con este deseo, las ganas locas por sobrevivir. Y con este deseo es con el que la La vida es bella nació, muchísimos años después de aquel 1939 en el que se supone que está rodada.
Sigue la estela de Qué bello es vivir (Frank Capra, 1946; atención: qué bello es vivir un año después de haber terminado la Segunda Guerra Mundial), que es un canto a la Navidad, a los valores más tradicionales (amor, fraternidad, pluralidad de medios y emblemas —compórtate con los demás como te gustaría que los demás se comportasen contigo—, lo que viene siendo más amor, comodín que recoge los ítems de los mujeres generosas, en el diamante que forman las bases que recorren los pitchers: primera base, segunda base, tercera base, home. Acotación sobre la generosidad. Al habla un delfín rosa: “Ser generoso en cuanto a los sentimientos es tan gratificante… Sólo con dar se puede recibir, y cuando recibes, como no lo esperas ni lo buscas, ¡es tan agradable!”).
La vida es bella es un canto, exactamente, a la belleza. No se puede llorar eternamente, algún día hay que levantar la cabeza. De entre las cenizas siempre resurgen caballos blancos.
Hasta aquí puedo leer.
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la vida es bella me a fastinado muchisimo,la e visto unas quince veces yo creia que seria como el niño del pijama a rayas,pero ni de cerca ,esto ba para los que no la allan visto:teneis que berla se os encojera el coracon.
La vida es bella es la película mas maravillosa que he visto,me estremece el corazon la forma en que el padre trata de ocultarle al niño todo lo malo que esta pasando a su alrededor,la fuerza que tiene para seguir adelante cada dia y mostrarle que la vida es bella,es un gran ejemplo! Te hace pensar que nosotros nos quejamos de nuestras vidas,y muchas veces nos deprimimos,cuando El no teniendo oportunidades las encontraba siempre.Y tambien es un gran ejemplo de padre que ama a su hijo,mostrandole siempre lo mejor,y cambiando lo malo por lo que el niño necesita oir para estar bien.. Es una gran pelicula, grandes actores, el niño es un gran actor y fue otra de las cosas que me impacto.. Esta pelicula te atraviesa el alma y el corazon..