[Guillermo Callejo. Colaborador de Cinemanet]
Nada más desacertado que un puñado de críticas desconsideradas contra el cine español en general, en mi opinión. Semejantes apreciaciones esconden dos errores. En primer lugar, es preciso distinguir entre cine bueno y cine que gusta. Torrente 3 le encanta a la gente, sí, y mucho –de hecho, fue la película española más taquillera en su año de estreno-, pero eso no significa que sea un producto de calidad. Por supuesto que no. Y, de la misma manera, existen filmes que jamás llegarán a las grandes masas ni cosecharán éxitos palpables, pero que, sin embargo, regalan al espectador Arte en el sentido más puro y valioso de la palabra.
El segundo error tiene que ver más con la apreciación subjetiva que tenemos de “cine español” y “cine extranjero”, porque al fin y al cabo al ciudadano de a pie le llegan cuatro películas, contadas, de Hollywood –que son las que triunfan, las que se llevan los Oscars o disputan por ellos- e ignora la existencia del resto, esto es, la mayoría: otras quinientas películas mucho más discretas, por no decir simples e, incluso, rancias. De una manera análoga, a la mayoría de los estrenos españoles se les suele dar mucha cobertura mediática, lo cual hace que pongamos demasiadas expectativas en los títulos de mayor renombre, que con frecuencia son los vulgares, cutres y banales, y descuidemos, en cambio, otros largometrajes y cortometrajes excepcionales.
Como toda generalización, afirmaciones categóricas que rechazan de plano el cine nacional –tan rico, tan variado, tan distinto según qué épocas de la historia- sólo demuestran una falta notable de rigor y de conocimientos.
Un ejemplo: Antonio Isasi-Isasmendi, director madrileño nacido en 1927 que se encargó, entre otras cosas, de proyectar la primera película española en las salas de Nueva York. Gracias al libro que me prestó una grandísima amiga pude descubrir cuánta pasión, tan encomiable como la de un Coppola o un Don Siegel, puede poner un verdadero amante del cine en su obra con tal de cumplir sus sueños repletos de magnanimidad. A la vista están los resultados de este cineasta, con largometrajes tan sólidos y memorables como Estambul 65, Las Vegas, 500 millones, Un verano para matar o El Perro.
Voy a permitirme recoger una lista –breve y relativamente ordenada – de títulos españoles que no pueden ni deben faltar en toda videoteca que se precie. Para no aburrir al lector, tan sólo incluiré una frase que sintetice mi opinión personal sobre cada una de ellas:
Un perro andaluz (1929), de Buñuel: un portentoso estudio de los sueños, su surrealismo, sus incoherencias y su extraño encanto.
Viridiana (1961), de Buñuel: aunque controvertida y polemista, indaga en la tragedia como pocas películas he visto hacerlo.
Bienvenido Mr. Marshall (1953), de García Berlanga: ironía y crítica rural bajo el telón de una comedia costumbrista al uso.
El verdugo (1963), de García Berlanga: humor negro que se aprovecha de un guión soberbio, lleno de diálogos chispeantes, y de unas interpretaciones insuperables.
Marcelino, pan y vino (1955), de Vajda: un diagnóstico original y muy humano de la vida conventual.
Atraco a las tres (1962), de Forqué: simplemente desternillante.
El espiritu de la colmena (1973), de Víctor Erice: un canto casi poético a la fotografía, a los planos y a las imágenes.
Demonios en el jardín (1982), de Gutiérrez Ramón: estupenda disección dramática de la psicología humana, de sus odios, sus amores, sus traiciones y sus debilidades.
El Sur (1983), de Víctor Erice: reflexión antológica sobre el primer amor, conseguida también mediante una ambientación más que acertada, hasta el punto de igualar la fabulosa novela de García Morales en la que se basa.
Canción de cuna (1994), de Garci: la historia, expuesta con tan deslumbrante sencillez, demuestra por qué el cine tiene mucho de teatro.
El abuelo (1998), de Garci: la expresión máxima del buen cine, ése que esconde emociones humanas inefables y hermosísimas.
Tesis (1996), de Amenábar: ópera prima excepcional que genera, como pocas, una enorme tensión en el espectador.
Secretos del corazón (1997), de Armendáriz: curiosa invitación a reparar, justamente, en la curiosidad infantil y en la actitud hacia lo desconocido.
El milagro de P. Tinto (1998), de Fesser: humor sano, imprevisible y alocado, que provoca carcajadas inteligentes.
Solas (1999), de Zambrano: duro y creíble acercamiento a la vejez y la soledad.
Hable con ella (2002), de Almodóvar: muy interesante ojeada a la mujer enferma y los amores imposibles.
Volver (2006), de Almodóvar: no conozco ninguna otra película en donde todas las actrices protagonistas brillen, juntas, así y lleven a cabo unas interpretaciones semejantes.
La vida secreta de las palabras (2005), de Coixet: gravita siempre una atmósfera difícil de mantener, pero Coixet lo hace con mucho acierto y subrayando la importancia del silencio.
España, en fin, ha producido un gran cine, cine de calidad y realizado con oficio gracias a directores innovadores, a actores creativos y espontáneos, a guionistas inconformistas, a editores sutiles, a decoradores muy diestros, a compositores geniales, a productores generosos. Y eso tanto en las décadas pasadas –conviene remontarse hasta los mismísimos inicios del siglo pasado- como en la actualidad. Sólo hay que saber buscarlo, acudir sin prejuicios a él y dar con sus numerosas virtudes.