ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET
Título original: X-Men: First Class |
SINOPSIS
En un futuro cercano, la humanidad comienza a ver aparecer una nueva raza; los mutantes. Dotados de extraños y variados poderes, están agrupados en dos bandos: los que abogan por la integración y el entendimiento con la humanidad, encabezados por el doctor Charles Xavier, y los que buscan el enfrentamiento con una raza que consideran inferior y que les odia, dirigidos por Magnus, alias Magneto, un peligroso mutante con extraordinarios poderes.
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CRÍTICAS
[Pablo J. Ginés – ForumLibertas]
El marxismo ortodoxo dice que la clase proletaria, de forma inevitable, irá creciendo en tamaño e ira hasta derrocar a su opresora, la clase burguesa. Es históricamente inevitable, dictamina el dogma marxista.
Hay una variante genética, que recita el joven genio en teórica genética Charles Xavier en «X-Men Primera Generación«: la raza menos evolucionada (digamos, los Neardentales) serán inevitablemente sustituidos por una raza que a través de mutaciones es más evolucionada: el Homo Sapiens Sapiens. Y de igual forma, a éste le sustituirá el Homo Superior, los mutantes con superpoderes. Y la coexistencia pacífica es complicada, quizá imposible.
Y hay otra variante que mezcla ambas posturas, la marxista y la genética: el nazismo. Las razas superiores, afirma, pueden y deben exterminar a las inferiores, que debilitan y contaminan al ser humano. El primer paso, como dice Magneto, es la identificación y clasificación de los diferentes. Él lo vivió bajo el régimen nazi. Y el argumento «seguían órdenes» no le parece suficiente para salvar las vidas de los implicados.
Se habla mucho en Internet de la «Ley de Goodwin», de cómo un debate en Internet enseguida pasa a hablar de Hitler y el nazismo, pero es que el nazismo ha sido el gran ensayo moral de la modernidad, con sus supersticiones cientifistas, los límites de una democracia autocontenida que fracasó, el optimismo basado en el poder y la máquina y la fuerza y el desprecio o la manipulación de Dios.
Cualquiera con inquietudes éticas debe concluir que no se habla demasiado de Hitler y el nazismo, sino demasiado poco, y en ese sentido es bueno que Magneto aparezca aquí en su origen, el joven judío Erik Lehnsherr, a quien un malvado apasionado de la genética y el poder obliga a participar en la ejecución de su madre en un campo nazi.
A Magneto le mueve la venganza, pero también la ideología. Que pretende ser salvadora, redentora, mesiánica, por supuesto. Como Marx, otro judío que rechazaba a Dios, se vuelca en la muy judía profesión de profeta de la historia: «hermanos y hermanas», predicará a otros mutantes, «nos odian, nos persiguen, necesitamos protegernos, ser fuertes, no puede ser de otra forma». En el mundo real, así se creó Israel (sin desdeñar, como Magneto, el uso del terrorismo por parte de algunas facciones), y en los cómics así se crea el estado mutante de Genosha.
Cuando Charles Xavier propone la coexistencia pacífica basada en el conocimiento y la cooperación (como los judíos en la historia de Estados Unidos, por ejemplo) Magneto recurre, como Marx, al historicismo profético («ya ha sucedido y volverá a suceder») y al determinismo genético: una raza debe sustituir a otra, y la que se siente amenazada (los humanos, o los burgueses) no se quedará quieta mientras los mutantes conquistan espacios. Es la lógica del «o ellos o nosotros», contra la que han combatido siempre los cómics de X-Men.
Hace apenas una docena de años no había apenas películas de superhéroes, y las que había (algunas de Superman y Batman) parecían aplastadas por el peso del traje-látex y el flequillo-gomina. Fue la primera película de X-Men, de Bryan Singer, la que cambió las cosas e inauguró el actual «boom» de películas de superhéroes. La tercera película de X-Men fue recibida por muchos como un bajón en la saga, y el spin-off de Lobezno era claramente inferior, además de plantear problemas en el canon de las películas anteriores.
Ahora, con dinero de Singer pero dirección de Matthew Vaughn (mucho mejor aprovechado que en aquella tontería de Kick-Ass), esta nueva entrega de X-Men logra renovar la serie, de forma parecida a como J. J. Abrams reinterpretaba hace dos años Star Trek: retoma personajes conocidos y los explora con relaciones sorprendentes pero creíbles entre ellos.
Esta película tiene en su haber muchos triunfos: dura dos horas y 20 minutos, pero no se hace larga; presenta muchos nuevos superhéroes, pero enseguida se les toma cariño (especialmente si los conoces ya de los cómics), homenajea de cerca a las historietas, sus personajes y relaciones (incluso al traje clásico amarillo); traslada la acción a la Guerra Fría (en la que nacieron los cómics) y a una estética con claros guiños a James Bond, sus chicas, yates, malos elegantes y hasta música y cortinillas.
Los seguidores de la serie en los tebeos gozarán con un Banshee joven, una Moira McTaggert experta agente y en lencería, una malvada Emma Frost en diversas modalidades de paños menores, un decadente, maligno y poderoso Sebastian Shaw y hasta una recreación, a la inversa, de una de las escenas más famosas de Magneto: si en el cómic hundía un submarino soviético en las profundidades (y años después, arrepentido, se dejaba llevar a juicio por eso en La Haya), aquí hace volar el submarino soviético y lo estrella contra una playa. Enmarcarlo todo en la crisis de los misiles en Cuba le aporta un toque de ucronía delicioso.
Otro acierto de la película, además de su homenaje constante a los años 60, es el tratamiento de los personajes, que tienen que ir tomando bando. El caso principal es el de Mística, a quien los guionistas atribuyen una relación con Xavier que nunca se vio en ningún cómic… Ella es una especie de hermana adoptiva de Xavier, pero quiere ser aceptada por el mundo por su aspecto (o precisamente pese a su aspecto), y no por ser quien es o hacer lo que hace. Magneto la halaga y le pide que se reconozca a ella misma. Lo que le dice suena a «sé tú misma», pero no es eso. En el mundo real, definimos quienes somos a partir de lo que hacemos y queremos hacer (especialmente a los demás y con los demás), aunque muchos, atrapados en una cultura de la imagen, se dejan definir por cómo les ven los demás. Mística en esta película, para no dejarse definir por cómo le ven «los humanos» (y para revelarse contra cómo le ve Xavier) se dejará definir por Magneto… y su ideología del «nosotros contra ellos».
Es cierto que dentro de la película el cambio de Mística tiene sentido. Pero no encaja con las películas que narran momentos posteriores: en esas películas, Mística casi mata o deja catatónico a Xavier en varias ocasiones y a sangre fría. Retocar el canon tiene sus peligros. Los amantes del cómic también habrían agradecido alguna alusión al hecho de que Caos, Alex Summers, es el hermano de Cíclope. Pero sin duda recibirán con alegría la breve y divertida aparición de Lobezno.
Y una última advertencia: si usted se quedó a ver la escena después de los títulos de crédito de X-Men 3, en la que Moira cuida a Xavier y éste se mueve… no piense que porque esta película habla de Moira y Xavier va a tener otra escena así; no, después de los créditos no hay escena extra, no se moleste en esperar.
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