ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Dirección: Kike Maíllo. |
SINOPSIS
Año 2040. Álex es un ingeniero robótico que regresa a la Universidad que abandonó hace diez años dejando un proyecto inacabado. Ahora le reclaman para una investigación pionera y, al volver, se reencuentra con su hermano David y su cuñada Lana, también científicos que trabajan en esa Universidad. A Álex se le pide que desarrolle el software emocional de un niño-robot, que es lo más perfecto que se ha conseguido hasta ese momento.
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CRÍTICAS
El director barcelonés Kike Maíllo mete a España en un terreno que no frecuenta, la ciencia ficción, y lo hace con dignidad y notables resultados visuales. “Eva” es un proyecto de la ESCAC, la Escuela de Cine de Cataluña, que también cuenta con apoyo de financiación francesa.
Esta película, de estética marcadamente retrofuturista, juega con dos tramas diferentes: la científico-futurista, lo mejor del filme, y la trama sentimental, mucho más convencional. De fondo, el clásico problema filosófico de cualquier película de robots que se precie: ¿hasta dónde llega la mera máquina y dónde empieza a ser un humano? A Frankenstein le humanizaba su deseo de amar y ser amado; a los replicantes de “Blade Runner” lo hacían sus anhelos de eternidad; al niño de “Inteligencia Artificial” le humanizaba su búsqueda de una madre; a los robots de “Eva” son sólo sus emociones. En este sentido, este filme no llega tan lejos como sus principales predecesores.
La película cuenta con un reparto interesante, encabezado por Daniel Brühl y una cada vez más convincente Marta Etura. La gran revelación es la niña Claudia Vega, y destaca también el polifacético Lluís Homar haciendo de robot. Los andamios del filme están muy bien puestos y, aunque es una cinta que apenas emociona, cautiva su pulcritud y lo conseguido de sus diseños digitales. Sin duda, es una alegría que en España se hagan películas como ésta.
[Julio Rodríguez Chico- La mirada de Ulises]
Con “Eva” la ESCAC (Escuela de Cine de Cataluña) y su productora Escándalo vuelven a demostrar que se puede hacer cine de calidad desde la inteligencia y la sensibilidad, desde el oficio bien aprendido y sin necesidad de grandes presupuestos. Ahora nos sitúan en una sociedad robotizada para darnos una lección de cine y también de humanidad. Con en tantas películas de ciencia ficción y con “A.I. Inteligencia artificial” como referencia, los humanos han construido y dotado a los androides de capacidad para tener afectos e incluso conciencia, y el espectador se pregunta qué ha llevado a los hombres a tal empresa.
La primera respuesta viene del personaje que interpreta Lluís Homar, robot que hace todas las tareas de la casa con eficacia, sin protestar y sin cansarse… con lo que resulta un descanso para el anfitrión. La segunda también puede dárnosla el mismo robot, sólo con elevar el nivel de afectividad de su programador según el dueño precise. La tercera está por descubrir para un Álex que regresa a su ciudad tras diez años de espantada, con un proyecto que debe incluir chispa, alegría y libertad al nuevo robot. Su reto es conseguir un humano-androide libre de reglas, imprevisible y fuera de la ley, como su gato sin pelo. Una vez que ha elegido el modelo de niña para configurar su “inteligencia emocional”, pronto se descubre como peligroso… y se hace necesario ponerlo a dormir. Parece que el experimento no tendrá éxito para este humano solitario, pero muchas sorpresas le esperan a él y al espectador.
Álex tiene un pasado enigmático y Lana también. Algo hubo entre ellos y algo sigue existiendo que los mantiene distantes, con sentimientos tan fríos como el paisaje nevado que contemplan. Álex está triste y enfadado, y es incapaz de concederse un rato de ocio o de bailar, porque su corazón está tan encapsulado como esas burbujas de sentimiento con las que quiere construir una nueva Eva. En su intento biotecnológico se adivina un intento del hombre por alcanzar lo que le falta y necesita… pero es difícil dar lo que no se tiene, y por eso se precisa del “otro”. Lo necesitaron Lana y Álex hace una década y vuelven a necesitarlo ahora, cuando su proyecto de amor amenaza con despeñarse de nuevo. Es como si quisieran construir un sentimiento y una felicidad a través del artificio y la impostura, implantando una sensación que desdeña lo natural porque se ha mostrado inaccesible e inalcanzable.
Si visualmente la cinta de Kike Maíllo es muy atractiva y cautivadora, no lo son menos sus aspectos antropológicos, con una sugerente secuencia final en la playa, cuando todos corren felices, vestidos de blanco y libres de las restricciones que impone cualquier aplicación informática. Porque, al margen de avances biotecnológicos, una vez más se comprueba que el hombre siempre seguirá siendo hombre, y la máquina… máquina. Y que siempre habrá que volver a los gatos con pelo, a sentir la frescura del viento y a la Eva natural, porque los sucedáneos son eso… sucedáneos, por mucho que se adornen con sofisticados y atractivos envoltorios.
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