[Guillermo Callejo. Colaborador de Cinemanet]
Los avances tecnológicos se multiplican día tras día. También en el ámbito del cine, qué duda cabe. De eso se dan cuenta todos los públicos, tanto niños y jóvenes como adultos. Vamos, que entre la carrera de cuádrigas de Ben-Hur y la de las naves espaciales de Star Wars I: La amenaza fantasma hay un trecho. El gran interrogante es s si tales mejoras contribuyen a generar una mejor película o no. Hay opiniones para todos los gustos, y yo aquí defiendo que sí y que no.
Creo que si empiezo a enumerar las producciones recientes obsesionadas con el espectáculo en detrimento de una historia intensa, de calidad u original, no acabo antes de mañana. Un ejemplo elocuente es el de Immortals. La trama daba mucho de sí. Que se lo pregunten a Homero, vaya. Pero en lugar de jugar la baza de los conflictos internos de los personajes –dioses y humanos, vírgenes y oráculos-, asistimos a una burda sucesión de golpes poco emocionantes, slow motions repetitivos, carreras y saltos mareantes y un gran puñado de diálogos paupérrimos, por no decir simplones.
Que conste: no afirmo que el cine actual se limite a los efectos especiales. Ni muchísimo menos. Porque si acudimos a películas como Revolutionary Road, a…., comprobaremos que su principal fortaleza continúa residiendo en los actores y en sus palabras, en el mensaje. Al igual que antaño.
Ojalá algún día comprendamos que las películas de acción no están reñidas con los personajes profundos. Aquí hay diversas opiniones al respecto, aunque yo concedo la medalla de oro a la trilogía de Bourne y a la penúltima de 007, Casino Royale. Algo parecido ocurre con las de ciencia ficción y superhéroes: las dos últimas entregas de Batman y a Iron Man son magníficas. Me gusta la complejidad de los protagonistas, el modo en que discurren y se enfrentan a sus dilemas mientras van dando mamporros a diestro y siniestro, como buenos héroes o superhéroes que son.
En cambio, tanta morralla tipo Transformers, Los cuatro Fantásticos o A todo gas, le agotan a uno por un simple motivo: porque no convencen los planteamientos ni el mensaje y porque todo está abocado al mero deleite visual. És cine efímero.
Resumiendo: se trata una cuestión de medida y sentido común. Unas veces los grandes efectos especiales no harán falta –aunque siempre deben existir unos pocos, puesto que incluso el maquillaje cuenta como tal-. Otras, resultarán más llamativos y necesarios. La cuestión no se reduce al blanco o al negro («larga vida a todos los efectos especiales» o «exterminémoslos»). Aun así, cuando la historia busque el entretenimiento por encima de todo y haya que recurrir más, por supuesto, a estos efectos, no estará justificado nunca el menosprecio de la coherencia narrativa ni de la necesidad de un argumento sólido. Todo lo contrario. Y ahí tienen ese excepcional filme de aventuras reciente firmado por Peter Jackson y llamado King Kong.