A FONDO
[Sergi Grau. Colaborador de CinemaNet]
EL SIGLO XX A TRAVÉS DEL CINE
1. JOHN FORD
Películas: Centauros del Desierto/El hombre que mató a Liberty Valance.
Temática: La juventud de una nación. Estados Unidos de América.
En una ocasión se le preguntó a Orson Welles quiénes eran, a su juicio, los tres mejores directores de cine. Su respuesta fue contundente: “Sin duda, John Ford, John Ford y John Ford”. A ningún aficionado al cine, en efecto, debería de escapársele que la de John Ford (1894-1973) es una de las figuras más importantes que nos legó el Séptimo Arte en su primer siglo de historia. Nacido en Maine, hijo de inmigrantes irlandeses, se introdujo en la floreciente industria de Hollywood en 1913, y, tras un breve periodo aprendiendo el oficio, en 1917 se puso tras las cámaras por primera vez, iniciando una carrera memorable, desplegada desde el periodo mudo (donde filmó muchas películas, algunas de ellas ya perdidas para siempre) hasta los años de la crisis del esquema clásico de filmación y distribución de películas dominado por las majors o grandes estudios (Siete mujeres, realizada en 1966, supuso su cierre filmográfico) (1).
Ford ganó el Oscar al Mejor Director nada menos que en cuatro ocasiones: El Delator, 1935; Las uvas de la ira, 1940; Qué verde era mi valle, 1941; y El hombre tranquilo, 1952. Curiosamente, ninguna de estas cuatro –por otra parte excelentes- películas forman parte del género por el que John Ford siempre será principalmente recordado, y que es a su vez el género por excelencia del cine norteamericano, el western. Ford, que decía amar los westerns porque le permitían rodar en exteriores, lejos de la presión directa e inmediata de los responsables de los estudios, participó y de hecho influyó decisivamente en el desarrollo de las diversas etapas por las que discurrió el género, legándonos un corpus incomparable trufado por obras del calibre de El caballo de hierro (1924), La diligencia (1939, considerado el título que marcó la mayoría de edad del género, y primera obra filmada en las míticas localizaciones de Monument Valley), Pasión de los fuertes (1945), la Trilogía de la Caballería compuesta por Fort Apache (1948), La legión invencible (1949) y Río Grande (1950), Caravana de paz (1950), y, por supuesto, las dos soberbias películas que nos ocupan.
A través de los conflictos dramáticos y alegorías puestas en liza tanto en Centauros del Desierto (2) (1956) cuanto en El hombre que mató a Liberty Valance (3) (1962) Ford reflexiona de forma lúcida, penetrante y al mismo tiempo lírica, sobre el modo en que se produjo el tránsito hacia la civilización durante y con posterioridad a la llamada conquista del oeste, la expansión territorial protagonizada por los colonos a lo largo y ancho del territorio norteamericano; un tránsito en la naturaleza de los modelos sociales y su funcionamiento que, nos recuerda en esas obras, viene profundamente marcado por pautas de comportamiento individualistas y por la violencia, que pasan a formar parte del acervo cultural del pueblo americano por mucho que, por ende, en la propia definición de lo que es o significa la civilización ese individualismo deba quedar matizado y esa violencia erradicada.
John Wayne viene a encarnar, en las dos películas, los valores sobre los que se modula el personaje prototípico de los tiempos de la colonización y la barbarie. En El Hombre que mató a Liberty Valance, donde encarna al vaquero Tom Doniphon, el discurso se articula por oposición de perfil dramático-simbólico con el personaje de Ransom Stoddard, el letrado interpretado por James Stewart. Doniphon y Stoddard establecen una relación de amistad sincera pero asimétrica –ello enfatizado por la pugna sentimental que mantienen por el amor de Hollie (Vera Miles)-, y sus diferentes ópticas y herramientas empleadas para luchar contra el villano que aparece en el título a la película (Lee Marvin, en uno de sus roles más despiadados) ilustran a la perfección el arduo proceso de colonización del wild west y de consolidación de los valores connaturales a la civilización: la democracia, la lucha contra el caciquismo, la libertad de prensa, la legalidad y la censura judicial. Doniphon recurre a la violencia para salvar la vida de Stoddard, y esa violencia supone de hecho un paso decisivo para la erradicación de la misma. Un paso que Stoddard hubiera sido incapaz de dar, incapaz como es de enfrentarse al pistolero con sus mismas armas. Pero Doniphon sabe que él no está en disposición de comandar ese camino hacia la convivencia pacífica y la garantía de los derechos. Y Stoddard, el hombre de leyes, sí. Por eso prefiere que la historia sea falseada, que Stoddard se lleve la gloria de ser considerado el hombre que mató a Valance, mientras él se cobija en el silencio y el ostracismo. El sacrificio de Doniphon, que convierte todo el relato en un sentido panegírico, viene a escenificar, en definitiva, el precio de ese progreso. Representado por esa versión oficial sobre quién mató a Liberty Valance: el periodista, nuevo editor del periódico del lugar, aboga por la preferencia de “imprimir la leyenda” sobre la realidad de los hechos (“esto es el Oeste, y cuando los hechos se convierten en leyenda, no es bueno imprimirlos”).
La ecuación resulta más compleja, difusa, y aún más tortuosa, pero nos dirige a una conclusión semejante en Centauros del desierto, a través del periplo de Ethan Edwards (Wayne), sin duda uno de los personajes más contradictorios que nos ha dejado el Cine. Una temática más o menos arquetípica del género, la del secuestro por parte de los indios de niños blancos, deshoja la premisa central del relato y cataliza, a través de la larga búsqueda emprendida por Edwards y su ahijado Martin Pawley (Jeffrey Hunter) en busca de su sobrina raptada, los muchos y apasionantes movimientos dramáticos que se dan cita y el discurso humanista y la radiografía histórica que Ford extrae de ellos. Se habla, en efecto, de los estragos causados por los indios entre los colonizadores, pero también de los que los colonizadores causaron entre los indios. Habla de un espacio fronterizo desde muchos puntos de vista. Habla de las secuelas de la Guerra de Secesión. Habla de un inevitable mestizaje. Habla de racismo, de odio y de venganza. Habla de obsesiones y sueños, alcanzables o no. Habla, por supuesto, de la violencia como parte inescindible de la edificación de lo que denominamos “civilización”, de los ejecutores de y ejecutados por esa violencia. Habla de soledad y de desarraigo. Habla, en voz bien alta, con contundencia pareja a profundidad, aunque sin atisbo de afanes discursivos, de las máculas de la Historia.
En los términos en los que focalizamos el análisis, interesa confrontar las relaciones que Ethan Edwards establece con el resto de los personajes. Edwards es un personaje profundamente desarraigado. Sabemos que formó parte del derrotado ejército confederado, y poco más. Que es un tipo solitario, más bien huraño, y que siente un odio visceral hacia los indios (que le lleva incluso a apropiarse de sus creencias para profanarlas: le dispara a los ojos de un comanche muerto para negarle el acceso al paraíso), sentimiento agravado por el asesinato de sus familiares y el secuestro de la pequeña Debbie. Frente a él se alza Scar (Jeffrey Hunter), el jefe de la tribu comanche responsable del rapto y que, espoleando la vis trágica del relato, se halla desposado con la ya crecida Debbie (Natalie Wood) cuando, tras una interminable búsqueda, su tío finalmente la encuentra. La película suministra una información referida al pasado del cabecilla indio: siente una profunda sed de venganza contra el hombre blanco, que mató a dos de sus hijos. Y ese dato es esencial, porque lo alinea, cuales polos opuestos que se atraen, con el personaje encarnado por John Wayne. Si Ethan es un antihéroe en toda regla, a Scar le corresponden las pieles de un villano cuya inquina está igualmente justificada por un odio comprensible. Ethan comparte con Scar su condición de desclasados (uno por la guerra; el otro, entre los indios), su nomadismo, su destreza con las armas, su rudeza en el trato, la oscuridad de sus sentimientos, ese móvil de odio y rencor incurables que informa su odisea (impuso argumental del filme) y viste su obsesión (su tema central). Todo esto es esencial para la comprensión, no ya de la naturaleza de esos dos personajes, sino de la dirección en la que proyectan el sentido del relato. El recorrido de Ethan y Scar es exactamente el mismo, pero la dirección es inversa, y sólo pueden colisionar.
En cambio existen otros dos personajes complementarios en el filme, Martin y Debbie, que en la representación de la generación posterior encarnan toda la esperanza precisamente en su condición mestiza: él es un indio criado por blancos, y ella una blanca criada por indios; atraviesan los dos mundos representados por el antagonismo entre Ethan y Scar; sobreviven al presente, vivirán en el futuro. Y en relación con ellos y con ese futuro, el relato, en los diversos intersticios abiertos en la larga odisea de la búsqueda de Debbie, edifica un retrato de lo comunitario. Conformado por la familia Jorgensen, cuya hija Laurie está enamorada de Martin; por el Capitán/Reverendo Clayton (Ward Bond) y los exploradores que le acompañan y que se erigen las fuerzas vivas de la región. A través de esas secuencias, mucho más distendidas, que atañen al cuadro social y costumbrista, se va forjando un retrato de la aspiración de civilización que anida en esa joven nación tejana, en la que Clayton, muy significativamente, ostenta él solo el mando militar y moral (Capitán y Reverendo) de la comunidad, y en la que una maestra de escuela, la Sra. Jorgensen, explica que llegará el día en el que se terminará la violencia, aunque ella ya no lo verá… Los espectadores tampoco, aunque podremos intuirlo en el celebérrimo cierre de la función.
Si antes decíamos que Martin y Debbie encarnan ese futuro y sus posibilidades de dejar atrás el odio y la violencia, Scar y Ethan, en cambio, forman parte del pasado. Scar muere, y Ethan… Ethan no regresa con los suyos, sino que parte, otra vez solo. Y aquí llegamos al fin a esa puerta, la puerta más famosa de la Historia del Cine, la que se abre al principio para dejar entrar a Ethan y se cierra al final, cerrando la perspectiva de esa partida. En esa inolvidable conclusión del filme, la completa comunidad tejana entra en la casa, incluyendo a la familia Jorgensen, a Martin y a Debbie, y a Clayton. Ethan es consciente de que no forma parte de ese mundo, y no llega a cruzar el umbral, le vemos partir. Pero la puerta se cierra, y no la cierra ningún personaje. ¿Es el propio Ford quien lo hace? Su universo, quizá su ideal, se queda dentro, y a oscuras. La realidad, fuera, en la inmensidad de la árida llanura. Los espectadores somos libres de quedarnos donde queramos, pero Ford, con mediación de Ethan Edwards, ha legado claves tan dolorosas como preciosas a nuestro discernimiento.
Estos tiempos, en los que el western, a pesar de aislados esfuerzos por rehabilitarlo, parece incapaz de resurgir de sus cenizas, se vuelven especialmente idóneos para reflexionar sobre los motivos histórico-sociológicos asumidos por estas y diversas otras obras de las postrimerías de la carrera de Ford –v.gr. Misión de audaces, Dos cabalgan juntos o El gran combate-. Según las enseñanzas del maestro, no se puede mirar adelante sin comprender lo que se ha dejado atrás. Un argumento en realidad incómodo, como muchos otros de los postulados del cine fordiano, hoy puesto en cuestionamiento por razones coyunturales del mismo modo que, por ejemplo, se está revisando a la baja la aportación interpretativa de Wayne por sus controvertidas opciones políticas. Es probable que el cine de John Ford resulte hoy políticamente incorrecto, porque sus premisas son complejas y bien poco complacientes. Pero en ellas anidan valiosas dosis de verdad, que van a la par, por la vía de la grandeza cinematográfica, con la emoción en el estado más puro.
NOTAS:
1 Su filmografía completa puede ser consultada en http://www.imdb.com/name/nm0000406/
2 Análisis en profundidad de la película rubricada por el propio autor en el enlace http://sergimgrau.wordpress.com/2009/12/04/centauros-del-desierto/
3 Idem http://sergimgrau.wordpress.com/2010/09/14/el-hombre-que-mato-a-liberty-valance/