A través de una densa puesta en escena, a ratos demasiado parsimoniosa, Elena refleja muy bien la opresiva atmósfera moral en que viven los personajes, al tiempo que da progresión a una inquietante intriga. Esta brillante factura, unida a unas interpretaciones sensacionales, da como resultado un filme notable, que alcanza cotas de excelencia cuando el guión de Oleg Negin oxigena momentáneamente su desolador pesimismo en la antológica conversación en el hospital entre Vladimir y su hija Katerina.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título Original: Elena |
SINOPSIS
Elena y Vladimir son una pareja mayor. Cada uno viene de un medio social diferente. Vladimir es un hombre rico y frío, Elena es una mujer modesta y dócil. Se conocieron ya mayores, y cada uno tiene un hijo de un matrimonio anterior. El hijo de Elena, desempleado, no logra suplir las necesidades de su propia familia y acude a su madre constantemente por dinero. La hija de Vladimir es una joven descuidada, quizás bohemia, que guarda las distancias con su padre. Vladimir es hospitalizado por un problema cardiaco y en la clínica se da cuenta de que podría morir pronto. Un instante de ternura con su hija le lleva a tomar una decisión: le dejara toda su fortuna. Cuando regresa a casa, Vladimir anuncia su decisión a Elena, quien se da cuenta de que no contará con los recursos para ayudar a su hijo. Entonces, el ama de casa tímida y sumisa elabora un plan para ofrecer a su hijo y a sus nietos una oportunidad.
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CRÍTICAS
Nacido en Novosibirsk, Rusia, en 1964, Andrey Zvyagintsev ganó el León de Oro en la Mostra de Venecia 2003 con su primer largometraje, El regreso. Cuatro años más tarde dirigió Izgnanie, inédita en España. Ahora confirma sus muchas cualidades como cineasta en Elena, sólido thriller social con el que ha ganado, entre otros galardones, el Premio Especial del Jurado de la sección “Una cierta mirada” del Festival de Cannes 2011, así como el Premio a la mejor interpretación femenina (Nadezdha Markina) en el Festival de Sevilla 2011.
La enfermera Elena (Nadezdha Markina) y el empresario Vladimir (Andrey Smirnov) viven juntos en Moscú desde hace pocos años. Él es rico, y ella, de origen humilde. Se conocieron siendo ya mayores, y cada uno tiene un hijo de un matrimonio previo. El perezoso y bebedor hijo de Elena, Sergey (Alexey Rozin), lleva tiempo en paro, y pide dinero a su madre para mantener a su mujer Tatyana (Eugenia Konushkina), a su hijo adolescente Sasha (Igor Ogurtsov) —tan dejado como su progenitor— y a otro hijo de pocos meses. La rebelde hija veinteañera de Vladimir, Katerina (Elena Lyadova), se distanció hace tiempo de su adinerado y posesivo padre. Un día, Vladimir sufre un grave infarto, y decide cambiar su testamento.
“Elena —ha señalado Andrey Zvyagintsev— me ha permitido explorar una idea que ocupa un lugar importante en la época actual: la supervivencia y la búsqueda de la salvación sin que importe el precio. (…) En lo más profundo de su ser, cada individuo se encuentra totalmente solo. Dicha soledad es el principio, el fin y el hilo conductor de toda vida humana. En el mundo actual, las ideas humanistas pierden valor con cada momento que pasa, obligando a las personas a replegarse sobre sí mismas y a volverse hacia sus instintos más ancestrales”.
Desde esa lúcida y algo desencantada perspectiva, Zvyagintsev retrata las tensiones e hipocresías de la actual sociedad rusa, que —según él— ha perdido cualquier referencia moral sólida, hasta desvirtuar, incluso, la sincera piedad ortodoxa de tanta gente, como la propia Elena. Y más preocupante aún es su visión de las nuevas generaciones, dominadas por el egoísmo hedonista —como el que mueve a Katerina— o por una irritante desidia, como la que atenaza a Sergey y a su hijo adolescente. Sólo encuentra esperanza Zvyagintsev en el inocente bebé con que finaliza la película.
El cineasta ruso traduce todo esto en imágenes a través de una densa puesta en escena, a ratos demasiado parsimoniosa, pero que refleja muy bien la opresiva atmósfera moral en que viven los personajes —subrayada por la gélida fotografía de Mikhail Krichman—, al tiempo que da progresión a una inquietante intriga, reforzada por la banda sonora del francés Philip Glass.
Esta brillante factura, unida a unas interpretaciones sensacionales, da como resultado un filme notable, que alcanza cotas de excelencia cuando el guión de Oleg Negin oxigena momentáneamente su desolador pesimismo en la antológica conversación en el hospital entre Vladimir y su hija Katerina.
Elena: La vida en gris muy oscuro
Elena y Vladimir es un matrimonio mayor, ambos se casaron en segundas nupcias hace diez años, y son de extracción social diferente. Ella era enfermera, y tiene un hijo, Sergei, casado y con dos vástagos, que gandulea todo el día, se ha acostumbrado a ser un mantenido.
Pese a que Elena pide ayuda a Vladimir para sacar adelante a esa familia él se niega, cree que no es asunto tuyo y resulta poco formativo; aunque no aplica la misma vara de medir con su hija Katerina, de quien reconoce que lleva una vida hedonista y que no le presta la mayor atención. El repentino infarto de Vladimir cambia la vida de todos para siempre, también la de Elena… Aunque tal vez las cosas no cambian tanto.
Formidable película rusa del director de El regreso (2003). Andrei Zvyagintsev, con un guión coescrito con Oleg Negin, es fiel a sus señas de identidad de narración pausada y sin muchas palabras, planos contemplativos, ausencia y presencia de música en los momentos clave, la elipsis y el fuera de campo.
Ello para contar una historia desesperanzada, que se interroga sobre el sentido de la vida, llevada con segurísimo pulso, donde la psicología de los personajes se traza con enorme talento. Elena fue Premio Especial del Jurado en la sección “Un certain regard” de Cannes.
El centro de la historia es Elena, esposa y madre, a la que toca lidiar con unos seres humanos tremendamente egoístas. El corazón de Vladimir parece de piedra, un racionalismo frío que le lleva a desatender lo que tiene que decir su esposa, y ser tremendamente indelicado con todo y con todos; cualidades que ha transmitido en parte a su hija, a la que sigue ligado por la lógica de la sangre, aunque no falte en esto algo de paradójica irracionalidad. Luego está Sergei, y su nieto adolescente Sasha, donde el desafecto también ha cristalizado de un modo increíble, de modo que la presencia de Elena alegra sólo en la medida en que va acompañada de dinero.
En cierto momento el film pega un giro sorpresivo que no es cuestión aquí de destripar, pero que podríamos describir como “la gota que colma el vaso”. Porque si tenemos un personaje humano en el film, ése es el que le da título, encarnado a la perfección por Nadezhda Markina; puede que Elena no sea perfecta, pero cuida de los suyos, atiende sus obligaciones, e incluso reza en los momentos de necesidad; tiene cierta fibra moral, pero es frágil como cualquier persona, y será puesta a prueba. El plano de esos papeles ardiendo delante del rostro de Elena resultan harto significativos de que se ha cruzado cierto umbral.
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