Se trata, sin duda, de una obra mayor del veterano cineasta de Cincinnati, que puede iluminar el presente con su poderoso retrato del pasado. Además, el filme subraya acertadamente las profundas motivaciones cristianas de los defensores de la abolición de la esclavitud y su habitual invocación al derecho natural, frente al frío positivismo y a la confusa religiosidad de sus oponentes.
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ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título Original: Lincoln. |
SINOPSIS
Los últimos cuatro meses de la vida y presidencia de Abraham Lincoln, toda su grandeza —su pasión y su humanidad— estuvieron marcados por su última batalla: definir un camino para una nación destrozada, a pesar de tenerlo todo en contra y de una presión pública y personal extrema.
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CRÍTICAS
[Jeronimo José Martín – COPE]
En enero de 1865, Abraham Lincoln (Daniel Day-Lewis) es reelegido presidente de Estados Unidos, poco después de arrogarse poderes especiales y declarar la emancipación de los esclavos, en un intento de poner fin a la sangrienta Guerra de Secesión, iniciada hace cuatro años por los Estados del Sur separados de la Unión. Los líderes confederados ya intentan negociar una paz digna; pero, antes de firmarla, Lincoln quiere que el Congreso ratifique la Decimotercera Enmienda de la Constitución, ya aprobada por el Senado, que abolirá la esclavitud definitivamente en todos los Estados Unidos. Así que, en tiempo récord, el presidente deberá consolidar en la Cámara de Representantes todos los votos de sus correligionarios republicanos, y conseguir como sea apoyos suficientes entre los diputados demócratas, que se oponen a la abolición y urgen al presidente a firmar la paz cuanto antes, para evitar así la pérdida de más vidas humanas.
Temática y estilísticamente cercana a La conspiración, de Robert Redford, esta nueva película de Steven Spielberg (E. T. El extraterrestre, El imperio del sol, La lista de Schindler) no ha sido demasiado premiada por la crítica estadounidense y sólo ha obtenido un Globo de Oro —al mejor actor (Daniel Day-Lewis)— de los siete a los que optaba. Pero sigue siendo la favorita de cara a los Oscar —con doce nominaciones, incluidas las más importantes— y para los Premios Bafta de la Academia Británica de Cine, a los que opta en 10 categorías.
En todo caso, se trata de una gran película histórica, con numerosos pasajes de thriller político, leves apuntes intimistas sobre la familia Lincoln y algunas breves pero intensas escapadas a los campos de batalla de la Guerra de Secesión. Ciertamente, Lincoln no tiene la enorme capacidad emocional de otros filmes de Spielberg, que esta vez ha primado el rigor narrativo a la hora de retratar los intensos últimos cuatro meses de su admirado decimosexto presidente de Estados Unidos. En este punto, resulta modélico el guión de Tony Kushner, John Logan y Paul Webb, inspirado en el voluminoso libro Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln, de la historiadora neoyorquina Doris Kearns Goodwin.
El libreto perfila a la perfección todos los personajes, hasta los más pequeños, facilitando así el lucimiento de los actores, entre los que sobresalen un Daniel Day-Lewis sensacional —como casi siempre—, Tommy Lee Jones —que da vida al líder republicano radical Thaddeus Stevens— y David Strathairn, en la piel del Secretario de Estado William H. Seward. Menos rotundos, aunque notables, son los trabajos de la veterana Sally Field —que da vida a Mary Todd, la esposa de Lincoln— y del joven Joseph Gordon-Levitt, que encarna a Robert Lincoln, el hijo del presidente.
Otro acierto del guión —y, con él, de la película— es que muestra los entresijos de la política de Lincoln de un modo bastante neutral, sin caer en la hagiografía ni en el cinismo, remarcando la enorme talla moral y política del presidente —firme y generoso a la vez con los confederados—, pero mostrando también sus maniobras al margen de la ley para comprar los votos demócratas que necesitaba. Además, el filme subraya acertadamente las profundas motivaciones cristianas de los defensores de la abolición de la esclavitud y su habitual invocación al derecho natural, frente al frío positivismo y a la confusa religiosidad de sus oponentes.
Todo esto da entidad a la solidísima puesta en escena naturalista de Spielberg, más atenta esta vez al importante discurso del guión y a los trabajos de los actores, pero, como siempre, de gran vigor visual, enormemente detallista, con una apagada fotografía en tonos ocres de Janusz Kaminski, muy bien montada por Michael Kahn y maravillosamente acompañada por la evocadora banda sonora de John Williams. Quizás no sea redonda, quizás pierda fuelle a ratos, pero se trata, sin duda, de una obra mayor del veterano cineasta de Cincinnati, que puede iluminar el presente con su poderoso retrato del pasado.
[Mª Ángeles Almacellas – CinemaNet]
Enero de 1865. Tras cuatro años de cruenta Guerra de Secesión, las autoridades del Sur están dispuestas a pactar una paz honrosa con la Unión. La lucha está tocando a su fin. Abraham Lincoln acaba de ser reelegido Presidente y, haciendo uso de los poderes que le confiere el estado de guerra, ha declarado la emancipación de los esclavos. Urge que el Congreso apruebe la decimotercera enmienda a la Constitución, que contempla la abolición definitiva de la esclavitud. Sin embargo, se plantea un grave problema estratégico y de conciencia: si se firma la paz antes de que se apruebe la enmienda, el Sur tendrá poder para rechazarla y se perderá la ocasión de eliminar la esclavitud. Pero si se dilata la firma para dar tiempo a que el Congreso vote la enmienda, durante todo ese tiempo, se seguirá vertiendo sangre en los campos de batalla. Lincoln debe, pues, actuar con astucia y rapidez para, en la mayor brevedad de tiempo posible, conseguir los apoyos necesarios y retener, mientras tanto, la firma de paz.
La película es magnífica y envolvente, pero, para seguir toda la trama sin perder detalle, exige nuestra atención e, incluso también, ciertos conocimientos previos de historia de los EE.UU. Contrariamente a lo que cabría esperar, el film no es realmente un biopic laudatorio sobre el decimosexto presidente de los Estados Unidos de América, sino una auténtica lección de historia, narrada con objetividad. Es, además, la expresión de que la democracia constituye la hermosa y sugerente fachada, aparentemente transparente e impoluta, tras la cual, bien oculta en la oscuridad de las sombras, actúa sinuosamente la “política”, como “arte de lo posible”. Implica saber negociar, ceder, llegar a acuerdos con contrapartidas, comprar voluntades y hasta amenazar, más o menos veladamente. En este sentido, los diálogos son de una gran riqueza y constituyen una auténtica lección de teoría, o tal vez sería mejor decir de práctica política.
Sin embargo, en el Presidente Lincoln las negociaciones políticas y la gestión de gobierno aparecen como algo grande, que procede de un hombre inteligente y sagaz, pero también limpio y honrado, que no busca beneficios personales o de partido y ni tan siquiera ideológicos, sino el bien del hombre –la igualdad entre todos, blancos o negros, hombres o mujeres– y de su país. El personaje, magistralmente encarnado por Daniel Day-Lewis, resulta apasionante, realmente carismático. Irradia bondad, fuerza y determinación. No hay en él una dicotomía entre el político y la persona en su ámbito privado. El mismo amor al hombre y a la patria es la ternura con la esposa –con problemas mentales– y los hijos –dolor contenido pero lacerante por el hijo muerto; temor del peligro de la guerra para el mayor; atención permanente al pequeño, que idolatra al padre–.
El resto de los actores, sin excepción, están realmente magníficos, y en ningún momento nos dejan pensar que estamos ante un relato frío de acontecimientos, sino entre personas reales, de carne y hueso, impulsadas por razones profundas para defender o rechazar la enmienda. No hay buenos y malos, sino hombres con sentimientos, pasiones, ideales, dudas, miedos, coraje… que defendían firmemente aquello en lo que creían e hicieron historia de su país.
Resulta especialmente impresionante la escena en la que el congresista Thaddeus Stevens (un extraordinario Tommy Lee Jones), abolicionista radical, temido por la oposición a causa de sus argumentos atronadores, se desprende de su rancia peluca y, como si se quitara la piel de político distante y frío, aparece en toda su tierna humanidad, encarnando con delicado amor en su vida privada los mismos valores humanos que propugna y defiende en el Congreso con tanta severidad y firmeza.
Lincoln es una película soberbia, cine de máxima calidad, una auténtica joya que nadie debería perderse.
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