[Pedro Gutiérrez Recacha. Colaborador de Cinemanet]
El pasado día 23 de febrero se ha clausurado la segunda edición de la muestra De Madrid hasta el Cielo. Definida por sus organizadores como un “evento cinematográfico único, que propone al público diez días de proyecciones, encuentros, debates, preestrenos de cine y actividades que ilustran cuando el séptimo arte mira al infinito”, esta segunda entrega de la muestra no sólo se ha mantenido fiel al ideario que marcó su nacimiento el año pasado —conviene recordar que debemos esta iniciativa, organizada por la Delegación Episcopal de Cultura, al empuje y la generosidad de un grupo de voluntarios con ganas de dar continuidad a las actividades cinematográficas de la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Madrid en el año 2011, que, por cierto, tan buen sabor de boca dejaron en todos los participantes— sino que también ha mantenido con respecto a la edición anterior la misma estructura básica de actividades, a saber: proyecciones matinales destinadas fundamentalmente a un público escolar (días laborables) o familiar (fines de semana), encuentros gratuitos abiertos a la participación de los asistentes por la tarde y proyecciones nocturnas (noches de cine) enfocadas a un público amplio.
Las proyecciones matinales han dado cabida a un grupo heterogéneo de películas, entre las que hemos podido encontrar producciones de reciente paso por nuestras carteleras (La vida de Pi, Lo imposible, El hobbit…), otras cuyo estreno no está previsto en nuestro país o que nos llegarán a través del mercado del DVD (Unidos, Flipped, Una carta para Momo…), propuestas menos convencionales como el singularísimo documental Los olvidados de los olvidados, y hasta han hallado su huequecito en la programación clásicos como El festín de Babette o nuestro Marcelino Pan y Vino… todas ellas películas con un factor común: su fuerte apuesta por un contenido de valores. A destacar también la presencia del entrañable filme de Giacomo Campiotti, Prefiero el paraíso, que ha repetido en la muestra —figuró en la programación del año anterior, con gran éxito de público, lo que sin duda ha motivado su regreso este año—. Al igual que en la primera edición, este año las proyecciones se han efectuado en el madrileño cine Callao.
Un mayor comentario merece la programación de encuentros con el público. Desde aquí me gustaría felicitar a los organizadores de la muestra por su buen hacer, su imaginación y su originalidad, porque, al menos para quien esto escribe, son el vivo ejemplo de que la expresión “hacer de la necesidad virtud” no siempre se queda en una mera frase hecha. Esta observación viene a cuento de que, a pesar de haber tenido que capear con un presupuesto inferior al del año pasado —¡ay, la maldita y omnipresente crisis!— y de no poder contar, en consecuencia, con la presencia de invitados de proyección internacional como en la edición anterior (Rafal Wieczynski, Dean Wright o Robeto Girault), los voluntarios de De Madrid hasta el Cielo han logrado mantener intacto el interés de los encuentros, orientándolos hacia temáticas no estrictamente cinematográficas, pero siempre dentro de la constelación de valores cristianos que defiende la muestra e incluso en estrecha relación con el argumento de la película cuya proyección antecedían —otro acierto de la organización es que, desde los propios encuentros, se hiciera a veces una presentación o comentario del filme inmediato—. Así, hemos podido disfrutar de emotivos testimonios personales sobre la relación entre fe y medicina, la acogida familiar o la vivencia de la fe cristiana en el entorno universitario.
Al autor de estas líneas le gustaría destacar con especial cariño, y sin menoscabo del resto de participantes, la impactante charla que llevó a cabo el viernes 15 de febrero Gregorio Lubiano sobre la práctica del perdón (o, por utilizar el propio concepto del ponente, la perdonanza). Lejos de tratar de transmitir unas reflexiones puramente teóricas, la charla se convirtió en una invitación muy especial a poner en práctica la fuerza del perdón en nuestras vidas. Creo que todos los asistentes nos sentimos personalmente interpelados. Qué mejor prólogo a la proyección de una película titulada, precisamente, El poder del perdón. Y qué mejor ejemplo de ese espíritu cercano e inspirador que caracteriza a la muestra.
No obstante, en esta edición no desaparecieron completamente los encuentros de temática puramente cinematográfica: ahí estuvieron, la tarde del viernes 22 de febrero, el director y una buena muestra del equipo —¡más de veinte personas subieron al escenario!— de la película Un Dios prohibido, que pronto llegará a nuestras pantallas. No me resisto a destacar desde aquí la humanidad que presidió dicho encuentro. Todavía no podemos juzgar la calidad de la película —ni siquiera está montada aún— pero, simplemente, las peculiares condiciones de su rodaje y producción —y es que no deja de ser peculiar que, en esta España tan dividida ideológicamente, distintos profesionales, creyentes y no creyentes, cada cual con sus opiniones e ideas, convivieran estableciendo lazos casi familiares para sacar adelante este proyecto común— hacen que la cinta suscite todo nuestro interés.
Dejo para el final el auténtico núcleo duro de De Madrid hasta el Cielo, sus noches de cine. Una vez más las proyecciones se han iniciado en el cine Callao, en esta ocasión abriéndose la muestra con el preestreno de la espectacular Las flores de la guerra, una cinta de Zhang Yimou distribuida por European Dreams Factory que aúna el ritmo trepidante de una superproducción, momentos intimistas más propios del cine oriental e imágenes de gran belleza plástica (por no mencionar algunas gotas de clasicismo, pues para un servidor la película conserva cierto rastro de la fordiana Siete mujeres). A partir de esta proyección inaugural, la muestra nos ha ofrecido una cuidada selección de seis propuestas cinematográficas que suponen otras tantas aproximaciones al mundo de la fe y de los valores, cada una única y diferente a las demás —como novedad frente a la edición previa, citemos que en esta ocasión la mayoría de las proyecciones se han llevado a cabo en el acogedor auditorio del colegio La Salle Maravillas—.
Así, el espectador ha tenido la oportunidad de disfrutar en el corto espacio de diez días de planteamientos muy diversos, que van desde cintas provenientes del ámbito —no demasiado conocido en nuestro país— de las productoras cristianas norteamericanas —ahí tenemos la deliciosa October Baby— hasta singularidades de nuestra cinematografía autóctona —Una canción, de Inmaculada Hoces— pasando por la excepcional producción francesa ¿Quién quiere ser amado?, que debo confesar que para mí fue la auténtica revelación de la muestra —impresionante la simpatía, franqueza y naturalidad con la que aborda la cuestión del papel del cristianismo en plena era del laicismo y la posmodernidad; bajo su tono amable esconde toda una profunda reflexión sobre la actual sociedad europea—.
Para finalizar, señalar que si tuviera que destacar lo mejor de esta segunda edición de De Madrid hasta el Cielo, aun teniendo mucho bueno donde escoger, tendría muy clara mi elección: el trabajo de sus voluntarios. Para un aficionado al cine interesado en propuestas de valores, como es mi caso, es una delicia disfrutar de diez días de cuidadas proyecciones y charlas. Pero aún constituye un placer mayor tener la oportunidad de disfrutar de la amabilidad, simpatía y cariño de unos voluntarios siempre dispuestos a regalarte algo de su tiempo, con los que compartir conversación y comentarios sobre las películas proyectadas. Gracias a ellos la muestra presenta esa calidad propia, acogedora, que la hace especial. Por eso quería agradecerles a todos su esfuerzo. Y, una vez terminada la muestra por este año, preguntarles también: ¿qué sorpresas nos guardáis para la siguiente edición?