A FONDO
[Sergi Grau. Colaborador de Cinemanet]
EL SIGLO XX A TRAVÉS DEL CINE
19. DAVID FINCHER
Película: La Red Social
Temática: La Era de la Información
Que la realización de cualquier película, máxime con la difusión que permite la industria cinematográfica hollywoodiense, supone una gran oportunidad e implica una gran responsabilidad, se asuma o no por parte de sus artífices, es algo que, por un lado, está fuera de toda duda, y, por otro, no es una cuestión en la que deba entretenerme aquí. Empero, hay determinadas obras, o categorías de ellas, que por su focalización en asuntos contemporáneos concretos, política o socialmente candentes –por poner ejemplos recientes, los testimonios cinematográficos del 11-S, el racimo de títulos que abordaron la guerra de Irak librada durante la Administración Bush hijo, o aquéllos que versan sobre la crisis financiera–, materializan sus razones ideológicas (eso que damos en llamar el discurso) de forma directa e inequívoca, y por tanto no buscan ni precisan de elucidaciones por la vía simbólica o alegórica, pues su cauce natural le devuelve a su causa, la actualidad informativa. Es, por supuesto, también el caso de un proyecto como el de esta La Red Social, la película estrenada en 2010 y que pretendió familiarizarnos con la génesis del fenómeno del facebook, y las personas y razones coyunturales en ella implicadas. A estas alturas casi parece innecesario situar el tema, porque todo aquél que disponga de conexión a Internet conoce, o incluso forma parte de (la cifra de 500 millones, los miembros del facebook, me invita a expresarme así) la red social más célebre del mundo, aunque quizá sólo los más avezados sepan quién es Mark Zuckerberg (en el filme encarnado por Jesse Eisenberg), o a qué temprana edad urdió semejante invento, para pasar a convertirse de la noche a la mañana en el milmillonario (en inglés “billionaire”) más joven del planeta.
El director de la película, David Fincher, es, mucho más que un estilista de lujo (consideración a la que algunos aún le relegan), uno de los nombres más interesantes emergidos de la industria norteamericana en los últimos tiempos; revelado como astuto y convincente narrador con Seven (1995), probablemente el thriller más referencial del cine contemporáneo, Fincher alcanzó su cénit creativo con dos obras consecutivas, las geniales Zodiac (2007) y El curioso caso de Benjamin Button (2008). Tras ésta última se embarcó en el filme que nos ocupa, cuya co-responsabilidad debe atribuirse a un auténtico peso pesado de la escritura de guiones, Aaron Sorkin, quien fuera creador y guionista de buena parte de la serie El Ala Oeste de la Casa Blanca y de Studio 60, y figura que nos encaja perfectamente en los citados parámetros de utilización del cine como foro de opinión sobre asuntos de actualidad, buscando en esta ocasión el comentario sociológico donde antes imprimió ideas y opiniones sobre el funcionamiento de la política o el showbiz. Sorkin parte de un material preexistente, The Accidental Billionaires (The Founding of Facebook), publicado por Ben Mezrich en 2009, y condensa el relato utilizando para su beneficio algunos de los lugares comunes del docudrama o del biopic, al tiempo que reformula con habilidad un territorio escénico y temático tan transitado en el cine como son los campus universitarios (en este caso, de alta enjundia), todo ello para erigir, de forma inteligente y atractiva para el espectador, una crónica nada distante ni fría ni intelectualizante, pues sus datos objetivos están siempre tamizados por la ficción que incumbe al retrato de personajes, de modo que no cabe desligar cualquier paráfrasis o comentario radiográfico del meollo dramático que atesora la película.
La Red Social se estructura muy hábilmente a modo de court-room movie o cine de juicios (aunque en este caso, en su especialidad procesal menos cinematográfica, la civil, en la que los litigantes se sientan a una mesa a responder a las preguntas de los letrados de la parte adversa). El prólogo, el epílogo, y alguna corta secuencia aislada que discurre en el ínterin entre las sesiones de la vista son los únicos instantes que, cabría decir, se cuelan en la esfera privada del personaje protagonista. El resto y grueso de los acontecimientos, lo que es un dato muy trascendente, se van desgranando a modo de continuos flashbacks que parten de las declaraciones que se van sucediendo en esa vista judicial preliminar de los dos pleitos que se siguen contra Zuckerberg (el primero, instado por los hermanos Winklevoss (Armie Hammer) y un amigo de aquéllos, Divya Narendra (Max Minghella), por usurpación de la propiedad intelectual; el segundo, seguido por Eduardo Saverin (Andrew Garfield), el cofundador de la empresa, por fraude societario). Así planteada, la película no hace, aparentemente, otra cosa que sacar a la luz pública lo que ya lo está (en los legajos de los archivos judiciales), esas controvertidas perspectivas sobre los inicios del Facebook. Amén de revelar, de entrada, las consecuencias (los inflamados conflictos entre personajes) y de paso ensombrecer los términos de la trama, esa estructura sirve para dar credibilidad y efectividad al relato, al ir desglosando los acontecimientos de un modo comprensible sin diluir su cierta densidad, haciendo a menudo diáfano lo complejo.
Pero edificar un relato en tales términos y llevarlo a buen puerto en imágenes por supuesto que no depende sólo de un buen guionista. Y aquí llega el momento de hablar de Fincher, que trabaja con una película mucho más de montaje que de puesta en escena y se aplica de forma sobresaliente a edificar por esa vía el pulso rítmico, magnífico, de la película, consciente –como lo eran los directores clásicos– de que ciertos alardes escenográficos pueden menoscabar la fluidez y el potencial dramático del material de Sorkin. La cámara de Fincher, empero, como también sucedía en Zodiac, se muestra ávida por empaparse de lo ambiental, los escenarios, los vestuarios, las caracterizaciones físicas, los objetos…En su afán descriptivo, retrata con tanto vigor la vida en un campus universitario de élite, como la atmósfera cargada de los despachos en los que se enfrentan los abogados civilistas, o como el frágil equilibrio de la mesura en el frenesí corporativo en Silicon Valley. Fincher se reserva alguna set-piéce virtuosa, pero la inercia del storytelling rehuye por lo general los aspavientos escénicos en pos de la economía narrativa, siempre focalizando lo dramático con suma presteza. De tal modo, el director acaba siendo el principal responsable de que ese algo siniestro, fatídico y triste, que al final se apoderará del relato, vaya haciendo acta de presencia conforme avanzan los acontecimientos, prefigurando lento pero seguro ese final. Y ahí detectamos su impronta de estilo, pues el autor de Benjamin Button tiene inclinación por subrayar la dimensión turbia, a veces trágica, de cada relato. Valor sin duda primordial a la hora de graduar el tono de una película como ésta, que en otras manos corría el peligro de haber desnudado sus términos a lo formulario y caer en la neutralidad.
El retrato que esta La Red Social nos propone de Mark Zuckerberg revela, en lo dramático, algo ciertamente crudo: que la capacidad del personajes por incidir de forma cabal en la economía y en la historia es inversamente proporcional a la gestión de su vida privada, pues es un tipo incapaz de comprender sus propios sentimientos, y mucho menos de actuar conforme a éstos, lo que le condena a una rotunda soledad. Diríase que Mark Zuckerberg abrazó un formidable destino que, sin embargo, estaba muy alejado de sus necesidades personales. Y hablar del destino sirve para identificar al personaje con uno de los grandes temas clásicos shakespearianos, al que el propio Sorkin se refiere en diversas entrevistas cuando tilda al personaje de “a tragic hero”. Y a este héroe trágico, muy llamativamente, le falta una mujer. Le falta desde el mismo inicio de la función, pues en la secuencia prólogo su novia Erica (Rooney Mara) le abandona. Le falta hasta el cierre, pues en la última secuencia utiliza como cauce la red social que él mismo creó para intentar posibilitar una reconciliación con aquella novia perdida antes de que todo cambiara (y reconciliación que no sabremos si se produce o no, pues no tendremos la certeza de que la chica apenas le responda su solicitud de amistad). Incluso en una secuencia de la parte central del filme, aquélla en la que él y su amigo Eduardo tienen una aventura sexual con unas chicas en los retretes de una discoteca, es relevante comprobar que la cámara se concentra en todo momento en el amigo y deja en off visual el episodio sexual del protagonista; del mismo modo, la chica que mantiene sexo con Eduardo se convertirá en su novia, mientras que a la otra chica, la pareja de Mark, la cámara apenas le presta atención y, en lo narrativo, pronto desaparece del relato sin explicación alguna. Éstos y algunos otros subrayados (los conatos de envidia que Eduardo lee en Mark cada vez que le refiere que está avanzando en las pruebas para ser admitido en una fraternidad universitaria) son claves para entender lo que de categórica tiene la soledad de Zuckerberg, aquél que, casi él solo, construyó el mayor imperio de relaciones sociales por Internet, mientras se quedaba solo en esa cima por la que, en realidad, nunca llegó a pirrarse (de hecho, es por intervención del, por otra parte inquino personaje de Sean Parker (Justin Timberlake), que la empresa da un profundo salto expansivo, o al menos que lo haga tan deprisa). El retrato del personaje es desolado, y, a poco de pensarlo, no menos deprimente resulta ese retrato como representación de la naturaleza sintética, falsa, de este cauce de las relaciones sociales que condiciona los sentimientos, pensamientos y agendas de millones de personas conectadas a la red. De eso hablábamos al principio. De Sorkin, y también de Fincher, y su discurso. Que parte de la posibilidad de que la neurosis y la frustración de un adolescente puedan ser la simiente del facebook. Que contiene ésta y diversas otras ironías negrísimas en su interpretación de las relaciones humanas en la era de la cibernética y la globalización.