Estupenda comedia, emotiva y optimista, con un agradable aroma de otros tiempos, pero a la vez, muy moderna de factura, de ritmo y de fondo, sobre todo en su lúcida superación del feminismo radical y de la moral del triunfo a cualquier precio. Sólo se ve lastrada por un secuencia sexual explícita, afortunadamente breve, que rompe el tono elegante del resto del filme.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título Original: Populaire. |
SINOPSIS
Rose Pamphyle, de 21 años, vive con su padre, viudo cascarrabias que dirige la tienda del pueblo. Comprometida con el hijo del mecánico local parece destinada a la vida tranquila y monótona de un ama de casa. Pero no es eso lo que ella desea. Cuando viaja a Lisieaux, en Normandía, para una entrevista de trabajo, Rose revela un don especial: puede mecanografiar a una velocidad extraordinaria. Si Rose quiere el trabajo, tendrá que participar en una competición de mecanografía. Pero el amor al deporte no siempre combina bien con el amor a secas.
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CRÍTICAS
[Mª Ángeles Almacellas – CinemaNet]
La acción tiene lugar en un pequeño pueblo de Normandía, en 1958. Rosa Pamphyle sueña con llegar a ser secretaria y escapar, así, del trabajo en la tienda de ultramarinos de su padre, quien, por otra parte, ha decidido ya su matrimonio con un muchacho del lugar. Decidida a encontrar un trabajo, viaja a la ciudad de Lisieux, donde Luis Échard, agente de seguros, la contrata a sabiendas de que carece de toda aptitud para desempeñar el trabajo de oficina. Pero es muy veloz con la máquina –aunque sólo escribe con dos dedos–, y Échard, que siente nostalgia de sus pasados triunfos en competiciones deportivas, ve en esa habilidad de Rose la posibilidad de triunfar en los campeonatos de dactilografía. Se convierte en un exigente y duro entrenador para la joven, a la que llega a tratar con rudeza y sin ninguna concesión con tal de conseguir el triunfo. Sus relaciones personales son enormemente complicadas pues mientras Rose se siente atraída por Luis, éste sigue enamorado de Marie, su antigua novia, ahora esposa de Bob, su mejor amigo.
Estamos ante un drama deportivo, una historia de esfuerzo y superación, con escenas que nos traen el recuerdo de Rocky Balboa (Sylvester Stallone, 2006) corriendo a campo abierto.
Es también una película sobre educación, en la que un formador (entrenador en este caso) es capaz de sacar las mayores habilidades de un ser torpe y sin cultivar. Como en un My Fair Lady (George Cukor, 1964) de un tiempo más actual, Luis Échard es un calco del profesor Higgins, el mentor que por orgullo deja escapar a Eliza Doolittle, la pupila de quien se ha acabado enamorando.
Y, a su vez, se trata de una comedia romántica que nos remite a la historia de Danielle de Barbarac, Cenicienta de Por siempre jamás (Andy Tennant, 1998), rescatada de la opresión familiar por Enrique de Francia, un príncipe que, a su vez, necesita ser salvado del sinsentido de su vida.
En el film hay una cierta nostalgia por esa época de los cincuenta, en que Europa se sentía ya definitivamente liberada del horror de la guerra y sus secuelas, cambiaban las estructuras sociales con la emancipación de la mujer, se abrían nuevos horizontes de progreso y bienestar y todos en general ansiaban disfrutar la vida. Pero la expresión está contenida y Roinsard no cae en ningún momento en el fetichismo ni en la exageración ridícula.
La historia de amor entre una muchacha inexperta e inocente y un maduro misógino empedernido da lugar a una película elegante y deliciosa. Sólo una breve escena de cama rompe el comedido avance del proceso lógico de amor/odio entre Rosa y Luis, como una concesión a la mediocridad y el gusto por lo zafio. Afortunadamente se recupera inmediatamente el ritmo elegante y pausado, con ligeros avances, sorpresas y retrocesos que dan interés a la narración. De tal modo que, aunque el desenlace puede parecer claramente previsible, el director maneja de tal modo la trama de relaciones personales y profesionales de los protagonistas, que consigue provocar en el espectador la incertidumbre de si la película acabará siendo un drama o una comedia amable. Sólo al final se despeja definitivamente la duda.
Una película muy recomendable para pasar un buen rato, distendido y ameno.
[Jeronimo José Martín – COPE]
Primavera de 1958. Rose Pamphyle (Déborah François), de 21 años, es una chica guapa pero algo torpe y simple, que vive en un pueblo francés con su padre (Frédéric Pierrot), un tendero viudo y cascarrabias. Destinada a ser la esposa del hijo del mecánico local, Rose ansía huir de allí y triunfar en la gran ciudad. La oportunidad le llega cuando viaja a Lisieaux, en Normandía, y la contrata como secretaria Louis Echard (Romain Duris), el carismático jefe de una agencia de seguros. En realidad, la entrevista de trabajo es un desastre, pero en ella Rose revela un don especial: puede mecanografiar a una velocidad extraordinaria con solo dos dedos. Esto despierta el competitivo espíritu de Louis, que toma a Rose bajo su protección, con el fin de entrenarla y convertirla en una campeona de los concursos nacionales e internacionales de dactilografía. Como es lógico, durante el proceso, Cupido hará de las suyas.
El francés Régis Roinsard debuta brillantemente en el largometraje con esta divertida película, que podría considerarse una renovada “comedia de teléfonos blancos” —al estilo de las protagonizadas por Rock Hudson y Doris Day hace cincuenta años— si no fuera por un secuencia sexual explícita, afortunadamente breve, que rompe el tono elegante del resto del filme. Se trata de un pequeño defecto en una película notable, de esmerada ambientación pastel, nostálgico acompañamiento musical y ágil puesta en escena. Esa brillantez formal da alas a un chispeante guión, que resume y homenajea todos los estilos de la comedia clásica, y se muestra tan eficaz en los golpes de humor más extravagantes como en los pasajes más melodramáticos.
Alguno reprochará la cierta sobreactuación de casi todas las interpretaciones. Pero, en realidad, se trata de un inteligente recurso de Roinsard para introducir al espectador en el estilo cortés e inocente del cine de los años 50 del siglo pasado, y para que así resulten más verosímiles las mutuas manifestaciones de respeto de los personajes. En este sentido, al tiempo que Romain Duris y Déborah François desarrollan una química total, refuerzan la historia una espléndida galería de personajes secundarios, a los que dan vida con gran vigor actores consagrados, como Frédéric Pierrot, Miou-Miou o Féodor Atkine, y estrellas en ciernes, como la francesa de origen argentino Bérénice Bejo —memorable protagonista de “The Artist”— o el canadiense Shaun Benson, que se lucen en su espléndida caracterización del matrimonio Taylor.
Queda así una estupenda comedia, emotiva y optimista, con un agradable aroma de otros tiempos, pero a la vez, muy moderna de factura, de ritmo y de fondo, sobre todo en su lúcida superación del feminismo radical y de la moral del triunfo a cualquier precio. Una superación coherente con su honesta búsqueda de la auténtica igualdad entre el hombre y la mujer —respetando sus diferencias naturales—, y de un sentido solidario del trabajo, el matrimonio y la amistad.
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