Chispeante ejercicio de estilo, con interpretaciones excelentes y algunos pasajes visualmente vistosos, pero limitado en sus planteamientos antropológicos de fondo, demasiado descarnado en su lenguaje callejero, y artificiosamente exhibicionista en secuencias concretas, aunque se agradece la elipsis en otras. Representa una crítica a ese individualismo que trata al otro como una cosa y en el que lo primero es la satisfacción de uno mismo, pasando por encima de los demás. Algo por desgracia que está de rabiosa actualidad.
ESTRENO Título Original: Stockholm. |
SINOPSIS
Todo ocurre durante una noche. Una noche cualquiera para él. Una noche decisiva para ella. Pero aunque ellos no lo saben, después de esa noche seguirán unidos para siempre. Stockholm es una pequeña historia que hablaba sobre las relaciones de pareja. Es una historia sencilla con solo dos personajes, pocas localizaciones y que habla de algo común. Una historia de amor distinta, actual, violenta.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín – COPE]
En 2008, el madrileño Rodrigo Sorogoyen dirigió con Peris Romano la mediocre comedia 8 Citas. Ahora debuta en solitario con Stockholm, que triunfó en el Festival de Málaga 2013, donde ganó las Biznagas de Plata a mejor director y actriz, así como el Premio ALMA al mejor guion novel, el Especial del Jurado Joven, el Signis de la Asociación Católica Mundial para la Comunicación y una mención especial de la Critica. Sin despreciar las virtudes del filme, parece excesivo tanto galardón.
“Todo ocurre durante una noche. Una noche cualquiera para él. Una noche decisiva para ella. Pero aunque ellos no lo saben, después de esa noche, seguirán unidos para siempre”. Así sintetiza la sinopsis oficial la compleja relación que desarrollan durante unas horas un chico (Javier Pereira) y una chica (Aura Garrido), que se conocen en una céntrica discoteca de Madrid, duermen juntos tras una noche de buen rollo, inacabable charleta y seducción mutua, y descubren a la mañana siguiente cómo son cada uno en realidad.
Ciertamente, Aura Garrido y Javier Pereira derrochan naturalidad en su declamación de los frescos diálogos sobre lo humano y lo divino, cercanos en su planteamiento a los de la saga melodramática de Richard Linklater, iniciada en 1995 con Antes del amanecer. Y Sorogoyen los filma con vigorosa cámara en mano y cierto sentido de la progresión narrativa y psicológica. Pero, en realidad, el nocturno parloteo de los dos únicos personajes, además de poco sustancial, no aclara casi nada su interioridad y sus motivaciones. De modo que el brusco cambio de actitud que ambos sufren a la mañana siguiente resulta abrupto y poco justificado, como si fueran dos personajes completamente distintos. El espectador intuye cosas, imagina otras, se ríe con los cómicos pasajes nocturnos, sufre con la bronca matutina… Incluso llega a pensar si no será todo una especie de parábola sobre los vaivenes del amor, el feroz individualismo que nos domina o el síndrome de Estocolmo —por el título— aplicado a las relaciones cotidianas, en cuanto que a veces desarrollamos vínculos afectivos hacia las personas que secuestran o aprisionan nuestros sentimientos más íntimos.
Quizás lo más ajustado sea considerar Stockholm como un chispeante ejercicio de estilo, con interpretaciones excelentes y algunos pasajes visualmente vistosos, pero limitado en sus planteamientos antropológicos de fondo, demasiado descarnado en su lenguaje callejero, y artificiosamente exhibicionista en secuencias como el striptease nocturno del chico o el aseo matutino de la chica. En todo caso, habrá que seguir la trayectoria de Rodrigo Sorogoyen, pues apunta cualidades para hacer cine del grande.
[María Dolores Valdés – CinemaNet]
Una película con tantos premios, entre los cuales se encuentra el Premio Signis, hace concebir muchas expectativas antes de verla. No sólo de su calidad cinematográfica, sino también de un plus especial que este premio representa. En este caso, cuando aparecen los créditos finales…parece que aún faltan cosas por digerir de lo que se acaba de ver. Y es verdad. Esta película requiere un singular proceso de asimilación…porque si no, lo primero que uno se pregunta es por qué le han concedido semejante galardón.
Si lo que pretendían los autores es hacer pensar al espectador…en mi caso lo han conseguido sobradamente. No sólo durante el visionado, que mantiene la atención constante, a pesar de tener casi estructura teatral con varios actos y sólo dos personajes. No sólo por las interpretaciones tan naturales, que hacen pensar que estamos viendo por una especie de agujero la salida nocturna de unos jóvenes, un día cualquiera… Es quizá eso mismo lo que da tanto que pensar: que lo que estamos viendo como ficción puede ocurrir realmente con mucha frecuencia, casi cada fin de semana, aunque no siempre con las mismas consecuencias.
Un chico y una chica, una atracción mutua, un flirteo en una noche de fin de semana…algo que parece amor auténtico, pero…¿lo es realmente? ¿Se puede lograr un amor auténtico entre copas, sin conocerse de nada, sólo por una atracción y una conversación intrascendente? Y sin embargo lo parece…un ser frágil parece que ha encontrado justo lo que necesita, comprensión, cariño, aceptación…amor. ¿Es esto un síndrome de Estocolmo, como hace referencia el título de la película?
Por otro lado…¿Hasta dónde está uno dispuesto a llegar para conseguir lo que quiere? ¿Cualquier cosa es válida para “ligar”? El espectador no tiene las respuestas de nada. Sólo unos pocos apuntes que hacen presagiar que algo va a pasar. Cambios bruscos de comportamiento en determinados momentos de lo que parece una noche mágica y romántica…Sin embargo quizá ahí esté la clave. Todo es rápido, todo es intrascendente, todo entra por los sentidos…¿puede todo eso ser profundo?
Los actos que realizamos tienen consecuencias. Nunca podemos saber lo que pasa en el corazón o en la mente de otra persona. Pero lo que sí podemos tener claro es que es una persona, con su dignidad, con sus sentimientos…y que no es algo de usar y tirar.
Quizá esta película pueda crear cierta desconfianza en las relaciones…pero habría que matizar mucho en qué tipo de relaciones hay que desconfiar. Y por qué esta sociedad individualista, sin valores está creando una juventud que se divierte de esta manera, que se “enamora” de esta manera, que se “aferra a un clavo ardiendo” de esta manera…y que no da importancia a lo que realmente la tiene.
Cabe reprocharle unos diálogos irreverentes sin intención de serlo, en lo que hoy día por desgracia son palabras habituales, pero que se podrían sustituir por tacos que no ofendieran a los creyentes. O un par de secuencias innecesarias. Sin embargo no cabe duda de que representa una crítica brutal a ese individualismo que trata al otro como una cosa y en el que lo primero es la satisfacción de uno mismo, pasando por encima de los demás. Algo por desgracia que está de rabiosa actualidad.
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