A pesar de haber sido un fracaso y de la división de la crítica respecto a su calidad, se trata de un notable melodrama cuya fuerza reside sobre todo en la perspectiva moral con que afronta los conflictos de sus personajes. La película recalca el encorsetamiento de la sociedad victoriana respecto al matrimonio, entendido como una mera convención social. Una visión melancólica y escéptica del ser humano y del matrimonio, en clave algo feminista y bastante pesimista.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título original: The Invisible Woman. |
SINOPSIS
Historia de Nelly Ternan, la mujer que fue la amante del brillante escritor británico Charles Dickens durante trece años, justo hasta que éste falleció.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín – COPE]
Dickens enamorado
Ha sido un sonado fracaso de taquilla en Estados Unidos, y la crítica especializada se ha dividido respecto a su calidad. Pero a mí me ha parecido un notable melodrama “The Invisible Woman”, segunda película como director del famoso actor inglés Ralph Fiennes, que debutó tras la cámara en 2011 con la discutida y shakesperiana “Coriolanus”. A partir del libro de Claire Tomalin, el guión de Abi Morgan (“Shame”, “La Dama de Hierro”) recrea la separación del famoso novelista Charles Dickens (Ralph Fiennes) de su esposa Catherine Thompson Hogarth (Joanna Scanlan) —con la que tuvo diez hijos—, y su insatisfactorio romance con la joven actriz Ellen Ternan (Felicity Jones), que le admiraba con entusiasmo.
Al igual que “Coriolanus”, “The Invisible Woman” goza de unas interpretaciones muy matizadas y de una esmerada puesta en escena, más bien hiperrealista, de sobria, serena y sustancial planificación, y bellamente envuelta por la densa fotografía de Rob Hardy y la melancólica música de Ilan Eshkeri. Brilla también el espléndido vestuario de Michael O’Connor, que optó al Oscar y al BAFTA 2013.
Pero la fuerza de la película reside sobre todo en la perspectiva moral con que afronta los conflictos de sus personajes: Dickens y su amante, dominados por la vanidad y la pasión; y desolada por el abandono la sufrida esposa Catherine, cuyo patético personaje, inicialmente muy apagado, va creciendo en humanidad conforme se consuma el adulterio, hasta protagonizar una conmovedora escena de humillación y nobleza. Por eso resulta tan ambiguo y desencantado el desenlace del filme, decididamente alejado de la exaltación feminista o de la crítica convencional al puritanismo victoriano. Otra cosa es que, en efecto, la película parta de y culmine con una visión crítica del matrimonio como una esclavizante convención social. Pero eso no está nada claro, ni mucho menos.
[Juan Orellana – Alfa y Omega]
Cara y cruz del matrimonio
Coinciden en la cartelera española dos películas cuyas tramas ofrecen dos visiones muy diferentes del matrimonio: “Grace de Mónaco”, del francés Olivier Dahan, y “The Invisible Woman”, la segunda película como director del famoso actor inglés Ralph Fiennes, que debutó brillantemente en 2011 con “Coriolanus”. Si la primera muestra el matrimonio como vocación y cumplimiento de la vida, la segunda propone una mirada desencantada, en la que amor y matrimonio no parecen buenos compañeros.
Aclamada por sus indudables cualidades estéticas —fue nominada al Oscar y al BAFTA al mejor vestuario—, esta adaptación de la novela de Claire Tomalin narra la separación del famoso escritor inglés Charles Dickens (Ralph Fiennes) de su esposa Catherine Thompson Hogarth (Joanna Scanlan), con la que tuvo diez hijos. Una separación impulsada por su encaprichamiento de la joven actriz Ellen Ternan (Felicity Jones), conocida como Nelly. En el origen de este adulterio está la percepción del novelista de que su mujer no entiende su trabajo artístico, al contrario que la joven Nelly, fascinada por la obra y personalidad de Dickens. En esto, el filme nos recuerda a “La joven de la perla”, estupenda película sobre el pintor Vermeer. Otro referente literario y cinematográfico es “Orgullo y prejuicio”, al encontrarnos ante una madre, Frances Ternan (Kristin Scott Thomas), con tres hijas Fanny (Amanda Hale), Nelly y Maria (Perdita Weeks), a las que quiere acomodar en la sociedad influyente a cualquier precio. Para ello no va a hacer ascos a que su hija Nelly se convierta en la amante secreta de un hombre casado y famoso.
El guión de Abi Morgan (“Shame”, “La Dama de Hierro”) recalca el encorsetamiento de la sociedad victoriana, sugiriendo que el rechazo del divorcio es una trampa para la mujer, condenada a la infelicidad. Este discurso feminista no se presenta de forma cargante, ya que el centro de atención se pone en la experiencia de soledad e insatisfacción que padecen los personajes. Al igual que en “Grace de Mónaco”, aquí aparece la figura de un sacerdote como director espiritual, que percibe el dolor de la protagonista y trata de ayudarla.
Ciertamente, tras la historia de amor poco gratificante entre Nelly y Dickens, la actriz parece redescubrir la felicidad en el seno de un matrimonio fiel y sereno, pero lo que queda en la retina del espectador es un canto a la vida sin “las cadenas” del matrimonio, entendido como una mera convención social. El personaje de Catherine, esposa de Dickens, es muy conmovedor por la sobriedad y nobleza con la que afronta la infidelidad de su esposo.
Al margen del tema central, la película nos ilustra sobre el proceso creativo de Dickens y de su amigo Wilkie Collins (Tom Hollander), novelista que nunca estuvo casado pero siempre convivió con mujeres que le dieron hijos. En algún momento el cineasta nos lleva de rostro en rostro por los arrabales donde malviven esos niños enfermos y sin pan que poblaron algunas novelas de Dickens. También hay algún homenaje a Shakespeare, que no podía faltar en una película dirigida por Ralph Fiennes.
La estructura narrativa es la de un gran ‘flashback’ que nos lleva desde Margate (Inglaterra) en 1883 a Manchester de los años sesenta, con determinados vaivenes temporales en medio de la trama. La película es muy correcta y algo fría, y no está muy bien contado el proceso de enamoramiento. Al final, lo que nos queda es una frase dicha por la protagonista: “Estemos con quien estemos, estamos solos”. Una visión melancólica y escéptica del ser humano y del matrimonio, en clave algo feminista y bastante pesimista.
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