El director norteamericano J.C. Chandor, que obtuvo grandes críticas con su ópera prima Margin Call, presenta en El año más violento una historia de corrupción y violencia y una reflexión de cómo estar en medio de esta situación puede afectar a la personalidad y moralidad humana.
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ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título Original: A most violent year. |
SINOPSIS
El año más violento es un crudo drama criminal ambientado en Nueva York durante el invierno de 1981, estadísticamente el año más peligroso de la historia de la ciudad. Cuenta la apasionante y desgarradora historia de Abel Morales, quien junto a su maquiavélica esposa Anna, intenta regentar un negocio honesto en una ciudad asolada por la corrupción y la decadencia. Pero por mucho que él intenta mantenerse firme en sus convicciones morales, todo lo que rodea a su pequeño imperio y su familia se irá desmoronando en una espiral de traición y violencia sin control hasta desembocar en una carrera por la propia supervivencia.
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CRÍTICAS
[Pablo Gugel – Colaborador de Cinemanet]
Según las estadísticas, 1981 es el año más violento de la historia de esta ciudad de Nueva York. A primera vista, nada hacía presagiar lo que iba a suceder ese año en la ciudad del este de Estados Unidos. A comienzos de año, Ronald Reagan llegó al poder y el conservadurismo se instaló en la sociedad norteamericana. Sin embargo, durante esos 365 días, asesinatos, robos y violaciones estuvieron a la orden del día y los ciudadanos neoyorquinos se levantaban cada mañana con nuevas noticias trágicas en la radio. En este contexto se sitúa El año más violento, la última película del aclamado guionista y director estadounidense J.C Chandor (Margin Call, All is lost).
El año más violento narra la historia de Abel Morales (Oscar Isaac), un inmigrante hispano que junto a su mujer Anna (Jessica Chastain), que es hija de un mafioso, ha conseguido abrirse camino con éxito y de manera honesta en el negocio de la venta de petróleo. Pero en 1981 su mundo se viene abajo rodeado de violencia y corrupción y Abel tendrá que decidir qué medidas tomar para mantener su imperio a flote.
La película relata los esfuerzos de Abel por mantener su honestidad y se sostiene en ver hasta cuándo aguantará éste sin que le superen las situaciones que ocurren a su alrededor, agravadas por la presión que le mete su maquiavélica mujer, que es su polo opuesto. El guion no tiene grandes giros y su ritmo lento la convierte en un filme de difícil digestión. Sin embargo, lo salvan las excelentes interpretaciones de Oscar Isaac y Jessica Chastain.
Por contra, la fotografía y la ambientación del Nueva York de 1981 es uno de sus puntos fuertes. La utilización constante de planos oscuros, sombras, contraluces y lugares lúgubres y decadentes logra un efecto de inquietud y angustia en el público, y el uso de situaciones propias de las grandes películas clásicas de mafia ambienta muy bien el mundo en el que se mueve el personaje, siempre al filo de la ilegalidad. La banda sonora también cumple a la perfección el papel de imbuir al espectador en la crudeza de la situación con la inclusión de melodías simples, tristes y repetitivas.
Pese a lo que pueda parecer por su título, El año más violento no es una película de acción. Es un drama crudo, con muchos elementos del cine clásico y con un trasfondo real ambientado en el 81, pero que bien podría estar enmarcado en los casos de corrupción de la actualidad. Lo mejor de la película es el estilo definido que tienen cada uno de sus planos; lo peor, la sensación de que la historia podría haber sido mejor explotada.
[Sergi Grau – Colaborador de Cinemanet]
Ni lento (tres películas en cuatro años) ni titubeante, J. C. Chandor ya merece contarse entre los cineastas estadounidenses emergentes más interesantes. En su ya muy pulida opera prima, Margin Call (2011), nos entregó la que quizá sea la crónica de ficción más interesante en torno a la crisis financiera que, sólo dicen, estamos dejando atrás. Supo sugestionarnos merced de la potencia expresiva y alegórica de su segundo título, Cuando todo está perdido (All Is Lost, 2013). Y en esta tercera da un nuevo paso al frente con un relato que de nuevo tiene una formidable carga alegórica –nos habla sobre la delgada línea de la legalidad/difusa línea de la moralidad en el ejercicio del poder empresarial y económico– a través del relato de los periplos decisivos que, en la Nueva York del invierno de 1981, debe afrontar un empresario de origen hispano Abel Morales (Oscar Isaac), regente para sobrevivir/medrar entre sus competidores en su sector de actividad, concretamente el negocio de suministro de gasóleo para la calefacción.
Propongo la equivalencia sobrevivir/medrar toda vez que, en el categórico y tan preciso planteamiento de las piezas del relato, no existe equidistancia posible entre esos términos: A Most Violent Year nos presenta un escenario (político, cultural y social, paráfrasis del microcosmos empresarial visitado) en el que se produce una implacable lucha depredadora por lograr, mantener y negar al prójimo el ansiado statu quo económico. Y lo interesante de su planteamiento es el haber escogido un personaje al límite, a punto de consolidar esa posición predominante, pero que aún no lo ha conseguido, centrándose el relato en los pocos días en los que se enfrenta a la encrucijada de consolidar ese poder (con la adquisición de una nave industrial de ubicación y prestaciones estratégicas), para mostrar cómo se le trata de torpedear desde todas las instancias, incluyendo sus competidores pero también los arbitrios de la maquinaria legal, una fiscalía individualizada en el agente del fisco que encarna David Oyelowo, que extiende sus tentáculos para descabalgar al empresario emergente y por tanto disidente en un mosaico de funcionamiento perfectamente engrasado y controlado desde todos los frentes.
Chandor es hasta la fecha libretista en solitario de las películas que dirige. Quizá por ello revela tan extraordinario control de su estructura, tal depuración en el planteamiento de situaciones y diálogos, tal ejemplaridad en su balance entre lo que concierne a la construcción dramático-rítmica y las paráfrasis alegóricas que cobija y alimenta. En A Most Violent Year demuestra el mismo tino de sus películas precedentes a la hora de hallar, y cito palabras que dediqué a Margin Call en su estreno un “equilibrio virtuoso en todos sus apartados sustantivos y adjetivos: los escenográfico, lo interpretativo, lo rítmico, lo alusivo, lo discursivo. Una obra que mira mucho más allá de los debates de sus personajes pero a sabiendas de que sólo a través de ellos puede trascender, demostrando sobrada solvencia para articular, por la vía de lo situacional y de los atinados diálogos, un perfecto cuadro de composición para el espectador que, del mismo modo que compensa a los diversos personajes de cuyo mosaico emerge la historia, sabe equilibrar lo descriptivo y lo conflictivo para predisponer al espectador a meditar desde dentro (las acciones-reacciones de los personajes) lo que acaece afuera (las implicaciones económicas a gran escala).” En sus tres películas existe una lucha contra el tiempo, compresión que dirime los términos del suspense, de la efervescencia y rugosidades típicas del thriller, y que alcanza también, espiritualmente, al escenario, pues son escenarios recurrentes en los que se fragua esta historia (la vivienda de nueva adquisición de los Morales, la nave industrial, la mansión de Peter Forente (Alessandro Nivola) o lugares de reunión con la gente de su gremio) y los itinerantes –carreteras y subterfugios de las mismas, o el trayecto de un metro– no otra cosa que la proyección exterior de las sendas laberínticas que debe transitar el protagonista para alcanzar la salida del túnel, imágenes cinéticas y caóticas que contrastan con las otras y siempre estilizadas imágenes para exacerbar, mediante fugas de acción y violencia, la presión y sentimientos al límite que se condensan en la mente y los actos, normalmente implosivos, de Morales.
Bien arropado por especialistas en las facetas técnicas, en esta ocasión se hace imprescindible hablar de la labor de Bradford Young, el director de fotografía –que sustituye a Frank G. DeMarco, hasta ahora colaborador habitual de Chandor-, un extraordinario trabajo marcado por los claroscuros, una suerte de traslación metálica de diversos postulados del Gordon Willis en las películas de Coppola sobre la familia Corleone, y elemento estético decisivo para configurar no ya el tono del relato (que también), sino sus compuertas no abiertas del todo, nunca cerradas, con los relatos gangsteriles: A Most Violent Year apela a una historia de lucha por la integridad, pero la integridad no es la de un hombre, sino la de un negocio, y su lógica de funcionamiento se halla más allá de la ley. Chandor, en ese sentido, efectúa un encomiable trabajo subterráneo a costa de los lugares comunes del relato gangsteril, deshojando con cuidado una crónica contemporánea del hampa (con un pie en la cosmogonía de James Gray, especialmente el de The Yards) a través de un relato en primera persona que cada vez admite más sinuosidades, progresiva intrusión y asentamiento de elementos externos que enriquecen la dramaturgia pero al mismo tiempo cuestionan, cada vez más severamente, la legitimidad del personaje protagonista.
Y es que Morales (en la piel de Oscar Isaac, que asume otra vez, como con el memorable Llewyn Davis de los hermanos Coen, la densidad psicológica del relato a cuestas) se nos presenta como un personaje de una pieza, de hecho una imagen de la honestidad y el fair play en un mar lleno de tiburones, un hombre que pugna en el seno de una realidad impía para lograr simplemente materializar su visión empresarial. Pero para Chandor esos conceptos referidos al self-made man, o si lo prefieren al sueño americano, no son más que mascaradas que esconden una realidad cruda, putrefacta, en su seno, y esa es la noción más elocuente que tiene que contarnos El año más violento, recurriendo para ello al camino más largo, más difícil, pero acaso el más efectivo, consistente en buscar los mecanismos de identificación del espectador en la situación, necesidad, sufrimiento de su protagonista –nuevos ecos de Coppola y de Michael Corleone en El Padrino (1972)–, suerte de humanización del personaje que no por ello significa su legitimación moral, aunque a diferencia de la tragedia de los Corleone aquí la motivación de la salvaguarda de la familia no funcione como coartada, sino que simplemente se trate del interés crematístico. Morales es un personaje de suma inteligencia y astucia, que mide siempre sus palabras y sus actos, incluso en condiciones extremas, incluso en la intimidad del hogar, junto a esa mujer a la que ama pero que sabe que no es de fiar (también espléndida Jessica Chastain), y cuyo sentido de la ética empresarial no está reñida con el sacrificio de sus peones, en caso de necesidad, pues esa supuesta rectitud nunca puede casar con su anhelado deseo de convertirse en quien quiere convertirse, el tiburón más poderoso de aquellas aguas revueltas. Nociones todas estas que, insisto, Chandor expone con supina sutileza, en plena sintonía con el matizado trabajo interpretativo de Isaac.
La última secuencia, rendición de Morales finalmente explícita a la amoralidad (merced de su agreement improvisado, esperado por él, con el agente del fisco) es la coda final y demoledora que alienta el discurso de la película, perfectamente desenmascarada en el cierre, de modo parangonable a lo que sucedía en los últimos compases de Margin Call. Y el parangón no es ocioso, claro. Si en aquel filme nos hablaba del momento en el que se desencadenaba el descalabro financiero, en esta otra nos hallamos en el extremo opuesto de la misma cuerda, la del new world order en términos económicos, a las puertas de la era Reagan, que favorecería, como anota Diego Salgado en la reseña de la película publicada en la revista Dirigido (febrero 2015, nº 452, p. 42), las inercias de “la economía especulativa que en los años siguientes convertiría en títeres a príncipes y mendigos”. Qué duda cabe que de eso habla Chandor.
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