La última de Almodóvar abandona el mestizaje y la comedia para ir al drama puro: «Julieta» es una historia a caballo entre dos épocas para retratar el proceso de duelo y la fuerza de la culpa con una sensibilidad tierna y respetuosa.
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Título Original: Julieta |
SINOPSIS
Julieta es una mujer madura que oculta un pasado traumático aún no superado en el presente. Ante el encuentro con Bea, una amiga de la infancia de su hija Antía, vuelve a recordar aquello que creía enterrado bajo llave en su memoria. La misma Julieta es también una joven profesora que se enamora de Xoan, un atractivo pescador gallego, en un tren a Madrid. Las relaciones entre las dos épocas tejen un relato lleno de culpa, pérdida y dolor.
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CRÍTICAS
[Guille Altarriba. Colaborador de Cinemanet]
Almodóvar no deja cabos sueltos en su cine, y por ello son relevantes detalles como los carteles que cuelgan en las paredes de sus decorados o la ocupación de la Julieta que da nombre a esta película: profesora de literatura griega. La tragedia clásica se cimienta en que los personajes se ven enfrentados contra un destino que avanza inexorable, indiferente al aplastar a los personajes con su rueda de molino. El de los primigenios lovecraftianos o los habitantes del Olimpo: éste es el tipo de fatum presente en el seco drama que es “Julieta”. Almodóvar abandona el mestizaje de géneros y la ligereza cómica de anteriores películas para armar una tragedia pura, sobria y bien contada.
Los temas principales que trata “Julieta” son el dolor y la culpa. Los personajes de la cinta -especialmente la protagonista, una Julieta interpretada a medias por Emma Suárez y Adriana Ugarte y dibujada con mucha sensibilidad por el director manchego- son seres heridos, tocados por los remordimientos y lastrados por el peso de una culpa para la que no encuentran redención. Almodóvar toca las teclas necesarias para retratar el dolor de la pérdida y el proceso de duelo pero se mantiene medio distanciado, como queriendo respetar el sufrimiento de sus personajes sin amarillismos innecesarios.
Sobre todo, Almodóvar insinúa unas atmósferas bien pintadas en las que obran unos personajes rotos, desorientados. Seres imperfectos que intentan amar lo mejor que pueden pero chocan con el muro de su propia incapacidad, de sus limitaciones, de sus pecados pasados y futuros que toman la forma de destino omnímodo. Hay que destacar la sensibilidad del director y guionista para insinuar sin machacar, para dejar a la inteligencia del espectador puntos clave de la trama.
Volviendo al tema inicial, dado que “Julieta” tiene mucho de tragedia clásica, los símbolos adquieren un protagonismo especial: desde el mar -el mismo thalasso que, como explica la joven Julieta en una de sus clases, sedujo a marinos como Ulises y que lleva la desgracia inscrita en sus olas- hasta las fálicas y sólidas esculturas de la artista interpretada por una sensual Inma Cuesta. Un estudio a ratos desapasionado en la forma pero incisivo y tierno en el fondo.
En lo actoral, las dos Julietas encarnan a la rubia protagonista con solvencia -pasional la Ugarte, compleja y con poso la Suárez- y sirven de lienzo para que el director pinte sobre ellas un personaje complejo que se gana a pulso la empatía con el espectador. Nunca había dirigido Almodóvar a ninguna de las dos integrantes de este dueto, como tampoco a las dos acompañantes: la ya citada Inma Cuesta y Michelle Jenner, de escaso pero agradecido metraje. Completan el reparto Daniel Grao -cuyo personaje, Xoan, pesca en diversas aguas a placer-, Rossy de Palma –que aporta la nota costumbrista al film con su ama de casa gallega, cercana y áspera al mismo tiempo- y Darío Grandinetti, un personaje con ganas de volver a empezar.
El guión avanza con calma y sin estridencias, manteniendo la tensión con un recurso -el flashback- efectivo aunque poco original. Por más que el punto de partida no sea la mente del propio director sino tres cuentos de Alice Munro -”Destino”, “Pronto” y “Silencio”-, al final la cinta se revela, por temática, tono y estilo, un artefacto en esencia almodovariano. Una cinta bien medida y muy interesante en el retrato que ofrece de cómo la culpa puede enquistarse y de que las consecuencias pueden arrastrarse largo tiempo por mucho empeño que uno le ponga. Tal vez toda la vida.
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