Es una pequeña película británica sobre la relación entre un escritor y una anciana menesterosa que se instala en la entrada de su casa durante 15 años. De sencilla factura y cimentada sobre los protagonistas, «The lady in the van» es una peculiar visión de la amistad y los cauces de la vida basada en hechos reales.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título original: The Lady in the Van |
SINOPSIS
La señorita Sepherd es una mujer de orígenes inciertos que aparcó “temporalmente” su furgoneta en el acceso a la casa del escritor Alan Bennett en Londres y se quedó a vivir allí durante 15 años.
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CRÍTICAS
[Enrique Almaraz, Colaborador de Cinemanet]
La vida te da sorpresas. Esto es lo que debió de pensar el escritor y guionista Alan Bennett cuando un día se instaló en la entrada de su casa londinense una excéntrica anciana mendiga y de pasado desconocido, en principio de manera temporal y que terminó viviendo allí durante 15 años. Tan insólita historia, una anécdota prolongada demasiado en el tiempo, acaba condicionando la vida en el barrio y su involuntario “casero”. Bennett la plasmó en una obra de teatro que tomaba sin cambios los personajes reales, estrenada en el West End en 1999, adaptada para las ondas de la BBC y por fin, en 2015 aterrizada en el cine. De aquella experiencia en las tablas repiten el director, Nicholas Hytner, y la protagonista, Maggie Smith, en la presente adaptación al cine.
“The Lady in the Van” es el tercer acercamiento de Hytner a la obra de Bennett, tras “La locura del rey Jorge” (1994) y “The History Boys” (2006). Rodada en la ubicación original de los hechos, dedica sus esfuerzos a los rifirrafes —casi siempre desacuerdos poco importantes— entre el escritor y la misteriosa pordiosera. A diferencia de otras películas sobre artistas en general y escritores en particular, no se trata de recuperar el soplo de las musas a partir de las experiencias de la vida, sino cómo apuntalar y reorganizar ésta desde la peculiar amistad trabada con tan pintoresco personaje. La relación entre ambos irá dejando pinceladas sobre el pasado de ella al tiempo que trastoca el vecindario a su manera a base de un carácter tozudo, distante y gruñón pero seguro también con un buen corazón demasiado protegido bajo una coraza resistente y forjada a partir de los azotes sufridos y la falta de más de un tornillo.
El procedimiento da lugar a una película muy británica, toda su factura exhala sencillez, y, como consecuencia, minoritaria, en ese estilo que valida como carcajada una sonrisa, empleando su particular humor como soporte casi lejano de otro objetivo. Ese carácter puede oscurecer sus resultados de cara a la taquilla. El apartado visual rescata el desdoblamiento, recurso antaño tan utilizado, y recurre a la tecnología hacia el final del relato sin desviarse mucho del espíritu. Le falta, eso sí, un poquito de indagación en el pasado a la hora de armar el presente.
Más allá del poso de la historia, queda un aviso a navegantes: si el presupuesto aprieta, he aquí una buena muestra de los pocos ingredientes que hacen falta para hacer un más que aceptable trabajo. Con los retoques adecuados, podría calificarse como un cuento para la hora de dormir, de los que empiezan con “Érase una vez…” y terminan con una sonrisa. La vida te da sorpresas, decía al inicio; a veces, el cine también.