Natalie Portman (ganadora del Óscar por Cisne Negro) protagoniza este western de la prestigiosa directora Lynne Ramsay («Tenemos que hablar de Kevin»).
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título Original: Jane got a gun |
SINOPSIS
Después de que su marido fuera de la ley vuelva a casa con ocho balas en el cuerpo y apenas con vida, Jane contacta a regañadientes con un ex amante que no ha visto en más de diez años para que la ayude a defender su granja cuando llegue el momento en el que la banda de su marido, finalmente, lo encuentre para terminar el trabajo.
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CRÍTICAS
[Sergi Grau. Colaborador de Cinemanet]
En una de las más llamativas secuencias de Jane Got a Gun, vemos al personaje de Ham (Noah Emmerich) colarse en un garito de mala nota y cruzar sus dependencias buscando con brusquedad a Jane (Natalie Portman). Cuando la encuentra, se produce un tiroteo resuelto de forma expeditiva y finalmente una confesión de él a ella, que termina con Jane sollozando. Esa secuencia resume bastante bien diversos elementos del trabajo tras las cámaras de Gavin O’Connor.
Por un lado, el hecho de apoyarse en la labor de los actores, algo que casa bien con el material, de corte intimista, que el relato maneja, y que luce en imágenes merced de la solvencia de Portman, Emmerich y también de Joel Edgerton así como de un Ewan McGregor capaz de insuflar suficiente carisma al villano que le toca incorporar sin perderse en el aderezo histriónico a la usanza. Pero por otro, más importante, planificar y montar sirviéndose de planos cortos, no tanto por cuestiones de ritmo cuanto de punto de vista y atención más al detalle que al cuadro compositivo. O’Connor no efectúa en este western un tratado sobre el paisaje, pero porque canaliza el relato hacia otras apetencias expresivas, más centradas en lo anímico, y no porque carezca de criterio.
El guion, escrito por Brian Duffield y Anthony Tambakis (con participación de Joel Edgerton, a juzgar por los créditos), tiene como trasfondo invisible la Guerra de Secesión: los hechos discurren en 1871, pero vía flashback acontecen otros de 1864, de modo tal que la guerra, aunque no se haga explícita en imágenes, flota en el ambiente. O, mucho más que ello, es crucial para poder asimilar el mosaico de interacciones de los personajes y las motivaciones de los mismos que el filme desgrana, un poco a modo de puzle, a lo largo del metraje.
Esos flashbacks y diálogos van arrojando debida luz hasta completar una radiografía que va de lo particular a lo general, sirviéndose como figura central de una mujer, Jane, literalmente atrapada por las circunstancias y entre tres hombres: dos amantes, cada uno padre de una hija, y un empresario outlaw sin escrúpulos que quiso someterla y que ahora regresa a su vida como las heridas no cerradas del pasado.
La película se toma su tiempo para ir desarrollando esas relaciones entre los personajes, una lenta presentación que impone un ritmo moroso en una primera mitad del metraje, para concentrar en el segundo, en unidad de tiempo y espacio, la culminación de todos los conflictos. Al inicio, Bill Hammond, Ham, se reúne en su casa con Jane, pero cae del caballo: ha recibido severas heridas de bala, que su mujer trata sin éxito de sanar. Ham, inválido, postrado en la cama, le confiesa a su mujer que sus perseguidores, la banda de Bishop (McGregor), le buscan y probablemente no tardarán en darle caza. Jane pide ayuda de Dan Frost (Edgerton), quien fuera su prometido antes de que la guerra les separara, y le pide ayuda.
Éste se presta a ayudarla, aunque lo hace de mala gana, pues sólo sabe que su prometida no le esperó y se casó con otro. Entretanto, el cerco se va cerrando, y esa segunda mitad del metraje narra la víspera y posterior llegada y asalto a la casa de los hombres de Bishop, haciendo bueno un lugar común del género, que evoca tanto a lo clásico –de entre infinitos ejemplos, y un poco a vuela pluma, se me ocurren Pursued (Raoul Walsh, 1947), Río Bravo (Howard Hawks, 1959) o Los que no perdonan (John Huston, 1960)– como a lecturas más modernas –por ejemplo ese western disfrazado de otra cosa que dirigió Zhang Yimou, Las flores de la guerra (2011)–.
Se trata, a la postre, de un relato de vocación minimalista, focalizado en las razones, padecimientos y reacciones de esos tres personajes, Jane, Ham y Dan, atrapados en una vorágine de violencia mientras tratan de sanear las heridas que unos y otra se infligieron o, al menos, que arrastran en su equipaje emocional. La ecuación narrativa es tan sobria como fértil: Jane Got a Gun nos habla de de las terribles secuelas de la guerra, como hemos referido, y ello a través de una radiografía de personajes serena y doliente, emotiva, que merced de su pulida exposición nos invita a reflexionar sobre la tragedia inherente a aquel lugar y momento histórico, el individualismo que caracterizó el comportamiento de los hombres y la condición de víctimas a la que a menudo se vieron arrojadas las mujeres en ese entorno de hostilidades y falta de asideros en la legalidad o su cumplimiento.
Nada hay –más allá de un desenlace sorprendente aunque no inverosímil– de esperanzador en esta historia que O’Connor relata en convincentes imágenes; sí un afán radiográfico quizá no tan acusado como el desvelado por Jones en Deuda de honor (2014) pero sí comprometido con el rigor, con cierto naturalismo en la exposición, que no se pone en entredicho sino que llega a subrayarse a través de las secuencias de acción y violencia, como por ejemplo la citada al inicio de la reseña o la construcción del clímax, excelente en su manejo del espacio escénico, el sonido y el fuera de campo. Y, como el corpus de westerns de nuevo cuño es felizmente creciente, algún día convendrá que nos pongamos a hablar de/reflexionar sobre la vis metafórica que todos estos títulos atesoran; lo que, a través de su mirada de aliento a veces romántico pero nunca idealista, todos los citados realizadores, a los que ahora sumamos a O’Connor, tienen que decirnos sobre el presente.
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