El pecado cinematográfico de la semana -o eso parecen decir todos- es esta «Ben-Hur», que, sin embargo, recomendamos fervientemente: la venganza de la trama clásica se convierte aquí en una historia de perdón con la presencia constante de un Jesucristo retratado con respeto y cariño.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título Original: Ben-Hur |
SINOPSIS
Cuarta adaptación al cine de la novela de Lewis Wallace publicada en 1880. Judah Ben-Hur (Jack Huston) es un príncipe judío, enamorado de su criada Esther (Nazanin Boniadi) y fiel amigo de su hermano adoptivo, el huérfano romano Messala (Toby Kebbell). Su vida transcurre apacible en la Jerusalén del siglo I hasta que Messala se marcha a servir en el ejército del César. A su vuelta, el romano convertido ya en tribuno, un incidente durante el paso de Poncio Pilatos por la ciudad llevará a Ben-Hur a servir como esclavo en una galera, tiempo durante el que crecerá su afán de venganza contra su otrora hermano.
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CRÍTICAS
[Guille Altarriba. Colaborador de CinemaNet]
Lo cierto es que esta “Ben-Hur” lo tenía difícil para no llevarse palos por todas partes: vapuleada por la crítica estadounidense –lo mejor que dicen de ella es que es irrelevante- y precedida por las constantes comparaciones con la clásica versión de la historia dirigida por William Wyler y estrenada en 1959, la película tenía todos los números para ser un fiasco. Y aun así, en CinemaNet la recomendamos fervientemente. ¿Nos hemos vuelto locos? No, sigan leyendo.
Para hablar de esta “Ben-Hur” hay que hacerlo desde dos perspectivas, como péplum post-moderno y como película sobre Jesús. Vamos a la polémica que ha levantado lo primero: a pesar de lo que se ha llegado a escribir, la verdad es que “Ben-Hur” es un blockbuster bastante decente. Por supuesto, al compararla con la versión de Charlton Heston, Stephen Boyd y Hugh Griffith la cinta que nos ocupa sale perdiendo, cosa bastante obvia si tenemos en cuenta que aquélla fue la producción más cara hasta la fecha de la historia de Hollywood y que se llevó 11 premios Oscar.
Sin embargo, haciendo el ejercicio de centrarse en esta producción por lo que es y no por lo que le falta en comparación al clásico, resulta que el director Timur Bekmambetov ha rodado un péplum –en cristiano, “película de romanos”- bastante competente y entretenido. “Ben-Hur” mantiene el ritmo con solidez, deslumbra con la ambientación –magníficos los planos aéreos de Jerusalén y la crudeza de las breves secuencias de batalla de Messala contra los enemigos de Roma- y las actuaciones, en general, son correctas –incluso un Morgan Freeman que, además de llevar una cantosa peluca a lo Whoopi Goldberg, se pasea por el plató como en “Ahora me ves”, con cara de “¿dónde está el cheque?”-.
En este aspecto, destaca la tarea de Bekmambetov al rodar las dos set-pieces más famosas de la trama: la batalla naval en el mar Egeo y la archiconocida carrera de cuadrigas en el circo de Jerusalén. Ambas son un despliegue técnico y narrativo a la altura de lo que se espera hoy en día de un blockbuster: la primera se vive con tensión a través del hueco por el que pasa el remo que empuja Judah Ben-Hur y la segunda añade a los carros tirados por caballos el brío de un “Fast and Furious”.
Como mucho, se podría aducir a la trama un final que aparece algo forzado, casi venido de la nada, pero en este punto entra la segunda perspectiva de la historia: “Ben-Hur” como una película sobre Jesucristo. Resulta refrescante encontrarse con una superproducción hollywoodiense que, sin descuidar la acción y la épica, trata con tanto mimo el retrato de Jesús de Nazaret, interpretado en esta ocasión por el brasileño Rodrigo Santoro –cuyos pensamientos sobre este papel los recogimos aquí-.
De hecho, el tratamiento que recibe la figura de Cristo es el cambio más relevante respecto a la versión de 1959: mientras que en aquélla el director William Wyler decidió no mostrar en ningún momento el rostro del Mesías, convirtiéndole en una presencia casi mística, en esta la corporeidad de Jesús es palpable.
Tan palpable, de hecho, que su presencia es una constante en la trama: se le ve desde antes de iniciar su vida pública –trabajando de carpintero- hasta su Pasión y muerte, pasando por muestras de compasión por el protagonista, como cuando da a Judah Ben-Hur agua mientras éste, en un reflejo de la Pasión, marcha a la galera cargando un madero por las calles de la Ciudad Santa.
Y, a pesar de que los detalles de estas representaciones de pasajes bíblicos estén cuidados –por ejemplo, en el Huerto de los Olivos Pedro efectivamente corta la oreja a uno de los romanos, y a los lectores del Evangelio les sonará un tal Dimas que pulula por la película- , lo importante no es esto, sino que el mensaje de Cristo no está tergiversado.
Al contrario de lo que sostienen revisiones post-modernas del Mesías, el Jesús de Rodrigo Santoro no es ni un revolucionario –aunque Pilatos le diga a Messala que aquél carpintero que da esperanza al pueblo es “más peligroso que cualquier zelote”- ni un hippie –por más que, en su primer encuentro, Ben-Hur califique las palabras del de Nazaret de “muy progresistas”-. No, el Jesús que encontramos en “Ben-Hur” transmite un mensaje tan claro que se puede resumir en dos conocidas líneas: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.
El énfasis se pone en lo segundo: en perdonar al enemigo, en querer a quien te quiere el mal. La presencia de Jesús en la película la aleja de la de 1959 porque pone el foco en el perdón y no en la venganza. Desde luego, resulta un enfoque chocante en un horizonte cinematográfico plagado de tramas movidas por la venganza, tramas a las que esta versión de “Ben-Hur” da una metafórica pero sonora bofetada: el odio y la venganza aparecen como actos vacíos, violencia sin sentido. La paz auténtica, viene a transmitir con su película Timur Bekmambetov, sólo llega con el amor y el perdón sincero.
Decíamos que esto subsana de algún modo la prisa del guion por concluir la historia porque este acto de amor venido del vacío resulta incoherente a ojos humanos, resulta súbito para lo que sería coherente en un guion normal. Pero, parafraseando al obispo auxiliar de Los Angeles, Robert Barron, este cambio del odio al amor tan veloz sólo es posible si, como en la película, media la acción de Dios. De hecho, visto así, tal vez resulte que esta “Ben-Hur” sí es una película revolucionaria.
[Josan Montull. Colaborador de CinemaNet]
Este nuevo “Ben Hur” tiene aspectos que bien merecen su visionado. En primer lugar, la tecnología digital en la reconstrucción histórica y el realismo en los ambientes son magníficos. El espectador se ve sumido desde el principio en el siglo primero. La historia, hermosa, humana y atemporal está bien contada; cierto es que el guion tiene algún fallo narrativo y el relato se estanca en algún momento, pero la película se ve bien y entretiene.
El reproche fundamental que hay que hacer a este nuevo “Ben Hur” es la superficialidad en los personajes principales. Esto en una película de inspiración religiosa es ciertamente una laguna importante. Todos los sentimientos de amor y odio amasado en años de sufrimiento por una lado y de amistad y reconciliación por otro que tendrían que dar sentido a la historia no están bien resueltos; los personajes son absolutamente planos, más al servicio de la tecnología digital que de una interpretación que consiga emocionar al espectador. El trasfondo espiritual no aparece tan apenas. Ni Judá (Jack Huston), ni Mesala (Toby Kebbell) ni mucho menos el beduino protector de Judáh (un hueco Morgan Freeman) dotan de sentimiento a sus personajes que no consiguen conectar con el espectador en ningún momento.
Por el contrario la figura de Jesús (Rodrigo Santoro) es la mejor tratada en la película. En la versión de 1959, el personaje de Jesús tenía poquísimas apariciones y siempre de espaldas. En este film es sin duda el mejor personaje de la narración. Aparece en repetidas ocasiones, habla, tiene gestos contundentes y sus palabras saben a un Dios plenamente humano.
Será imposible no comparar esta película con la versión de William Wyller. En ella Charlton Heston y Stephen Boyd estaban ciertamente estupendos…En la versión del 59 la música de Miklós Rosza se convirtió en un clásico extraordinario que todos identificamos, mientras que en este remake la música es irrelevante.
Es curioso, una película con una tecnología avanzada va a tener siempre en contra el film de hace 57 años…Una y otra vez al ver este “Ben Hur” el espectador (aun los más jóvenes) recordarán la versión de Wyller… y compararán, irremediablemente compararán; en la comparación la versión antigua ganará por goleada a esta versión, bienintencionada pero tal vez innecesaria.
Vayan a verla, eso sí, intenten no comparar y véanla como si ese argumento no lo hubieran conocido nunca. Entonces podrán disfrutar mucho de una historia de tolerancia religiosa, de amor, perdón y reconciliación bajo la sombra de la Cruz. Y contar una y otra vez esta aventura épica de amistad y redención sigue siendo necesario y plenamente actual.
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¡Por favor! ¿Nos hemos vuelto locos? Fui a verla al cine la semana pasada y salí espantado, cosa que sólo he hecho dos veces más en mi vida.
Esta nueva versión es simplemente nefasta. Y no porque la compare con la de Charlton Heston, sino porque es en sí misma deplorable. Es superficial, tiene unas elipsis absolutamente injustificadas, un guión con más agujeros que un colador y unas interpretaciones muy poco compenetradas. Por no hablar del rastafari Freeman.
Lo siento, no basta con que ofrezca una visión amigable de Jesucristo. La película es mala, y con ganas.
Pertenezco a la generación a la que sus padres llevaron a ver el estreno de Ben-Hur» 1959. La vi en todas sus reposiciones cinematográficas posteriores; compré el video y el DVD; a veces hasta me siento a verla en Televisión. Pero nada de esto me ha impedido valorar positivamente esta nueva versión. La secuencia de las galeras, claustrofóbica, oscura, llena de hedor y de mugre, con una batalla naval vista desde la óptica del remero encadenado bajo cubierta; la entrada de las legiones romanas en Jerusalén al son de brutales cánticos legionarios más opresivos y amenazadores que cualquier bella marcha romana de mi adorado Miklós Rozsa, y con un atentado modificado pero más creíble en vista de las reacciones que provoca; la carrera de cuadrigas desde la perspectiva del auriga, corriendo a ciegas entre nubes de astillas y polvo, dando bandazos, saltando por encima de rivales caídos, no por accidente, sino por la furia de todos contra todos; unos personajes más vulnerables, más dignos de ternura (Heston, mi primer gran amor cinematográfico, era tan impresionante y espectacular que a una se le cortaba la respiración, pero eso era todo); un final poco trabajado, eso sí, pero mas acorde con la opción ética que el film propone. Pasé una hermosa tarde y descubrí que mis grandes mitos cinematográficos de siempre pueden ser vistos de otra manera sin que por eso me tenga que sentir ofendida. Un saludo.