Fences

Pablo Gugel

Periodista y Comunicador Audiovisual. Mi pasión por el cine se ha ido alimentando con los años. Mi abuelo me inculcó una semilla cuando era niño, con las películas de Chaplin o los hermanos Marx, que desde entonces no ha parado de crecer. Entiendo el séptimo arte no sólo como un entretenimiento, sino también como un medio para remover conciencias.

El oscarizado actor Denzel Washington es el encargado de llevar a la gran pantalla la historia de Fences, escrita en 1987 por el dramaturgo estadounidense August Wilson, y gracias a la cual obtuvo el Premio Pulitzer. Washington, que en 2010 ganó el Tony por representar esta misma obra y aquí es también el actor principal, dirige su tercer largometraje -tras Antwone Fisher y The Great Debaters– y despliega un potente drama muy rico en detalles.

El título de la película es la clave para entender de qué trata toda la trama: la traducción al español sería «vallas» o «cercas». Como bien dice Bono, el mejor amigo de Maxson, en un momento de la misma: “Algunas personas construyen vallas para mantener alejada a la gente, otras, para mantener a la gente dentro”. En esa dualidad, y bajo la excusa de la cerca que Rose le pide a Maxson que construya en el patio, asistimos a un drama profundo, en ocasiones inabarcable, con personajes ahogados por sus miedos y limitaciones.

Maxson es un hombre que se ha hecho a sí mismo, fruto de sus circunstancias y de su pasado. Vive encerrado en sus méritos, amargado y frustrado, sin aceptar su situación, y tiene a Rose como único consuelo y a su amigo Bono como fiel consejero. Por su parte, Rose vive por y para su marido, a pesar de que ello conlleve malgastar su vida, como consecuencia de un miedo atroz a perder lo que tiene.

El miedo, en este caso hacia el carácter de su padre, es lo que cerca a Cory, un adolescente que quiere triunfar en el fútbol americano. El contrapunto en la familia lo pone el personaje de Gabe, todo él bondad y esperanza, que está convencido de que es el ayudante de San Pedro, cuya misión es abrir las puertas del cielo y perseguir a los cancerberos del demonio.

Toda esta situación se escenifica de una forma realmente teatral, muy naturalista, bastante alejada de lo que estamos acostumbrados a ver en una representación cinematográfica. La base de la trama es el guion de August Wilson, prácticamente idéntico al libreto original, repleto de diálogos –recomendable ver el filme en V.O.S.- que poco a poco dejan entrever los recovecos de la historia. El ritmo es lento, las localizaciones son muy escasas, la utilización del espacio es bastante plana y los movimientos de cámara son pausados y poco importantes.

Sin embargo, la película funciona gracias al reparto. Sobre todo, a las dos soberbias interpretaciones principales, que a partes iguales sustentan el filme. Denzel Washington está sublime, en un papel que no es nada fácil de representar. El actor norteamericano resuelve perfectamente las diferentes aristas del personaje de Maxson y nos entrega una de las mejores actuaciones de su carrera -y eso es decir mucho- que le ha valido una nueva nominación al Oscar.

Viola Davis no se queda a la zaga. A pesar de mostrarse comedida y en un segundo plano durante gran parte del metraje, en el momento en que irrumpe con fuerza dramática es capaz de llenar la pantalla. No es casualidad que sea la máxima favorita a ganar el Oscar a Mejor actriz de reparto -aunque es discutible que no esté en la categoría de actriz principal- pues su interpretación es desgarradora.

En definitiva, Fences es una película de digestión lenta, no apta para todos los paladares, que cuenta una historia dura y profundamente humana. Denzel Washington desarrolla en el interior de esta valla un drama lleno de matices, con un nivel interpretativo altísimo del propio Washington y Viola Davis.

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