La respuesta a la pregunta que te has hecho al leer el título, querido lector, es “sí”, pero también es “no”. “Sí, Lope de Vega está muerto” y “no, Lope de Vega no llegó a ver ninguna película”, y aun así el Fénix de los Ingenios tiene algo profundamente cinematográfico en su obra. Una cualidad que supera los meros versos plasmados en un folio –o una pantalla, en nuestro caso- y los transforma en imágenes vivas, en 24 fotogramas por segundo de gozo fílmico.
Uno de sus poemas más conocidos –y no por ello menos apasionante- es el soneto 126: aquel en el que describe el amor romántico de un modo que aún resuena con fuerza entre las cavidades del corazón contemporáneo. 32 son los términos que utiliza Lope de Vega para definir el sentimiento por antonomasia, en un poema cuyo primer verso ya da pie a nuestro buceo a pulmón libre. Recordemos el texto completo antes de sumergirnos en él:
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.
El propósito de este artículo no es otro que lanzar una propuesta para explorar a través del cine los 32 estados del enamorado que contempla el poeta del Siglo de Oro: 32 películas a través de las cuales podemos reflexionar sobre las inclinaciones, implicaciones y tentaciones del amor, sobre sus glorias y sus miserias. Sin más dilación, que entre el verso:
Para no desmayarse, (500) días juntos, porque este relato hípster apunta a que el amor será auténtico o no será. Y eso está bien.
Para atreverse, Scott Pilgrim contra el mundo, porque esta chaladura con disfraz de cine adolescente dice una o dos cosas sobre lanzarse al vacío sin red y sobre pelear por lo que uno desea. Aunque Edgar Wright se lo tome quizás demasiado literalmente.
Para estar furioso, Django Desencadenado, porque furia es lo que siente el protagonista homónimo del primer western de Quentin Tarantino al descubrir las vejaciones que su mujer sufre a manos de un esclavista diabólico.
Para ser áspero, Taxi Driver, porque Travis Bickle es un personaje en el que se conjuga la necesidad profunda de amor y la incapacidad para vivirlo a la altura de su deseo.
Para ser tierno, Your name, porque hay emociones que los nipones transmiten como nadie, y la ternura de esta historia sobre un meteorito y un amor auténtico más allá del tiempo y del espacio es una de ellas.
Para ser liberal, Star Wars: El Imperio contraataca, porque existe cierto canallismo arrebatador en el modo en que Han Solo se despide de la princesa Leia antes de ser congelado en carbonita. “Te amo” / “Lo sé”, y no hace falta que el contrabandista diga más.
Para mostrarse esquivo, Once: tan esquivo como los vaivenes de dos almas extrañas conectadas por la música callejera de Dublín. Amor que pasa, pero deja huella.
Para sentirse alentado, Shrek, porque la primera película del ogro verde y la princesa no menos verde es un chute de optimismo y una invitación a ver más allá de las apariencias.
Para sentirse mortal, La juventud, porque la decrepitud, la vejez y el amor se respiran entre las paredes del balneario en el que campan Harvey Keitel y Michael Caine.
Para sentirse difunto, La novia cadáver, porque Tim Burton reflexiona sobre la belleza del amor auténtico a través de los inquilinos de un cementerio.
Para sentirse vivo, Atrapado en el tiempo, porque el 3 de febrero no llega en este film hasta la declaración de amor verdadero, como una versión moderna del relato de la Bella Durmiente.
Para ser leal, Wall-E, porque la lealtad a un amor vivido se manifiesta en este caso en la perseverancia del cubo protagonista durante el periodo en que EVA se encuentra inerte.
Para evitar al traidor, ¿Bailamos?, porque –como señala nuestra colaboradora Mª Consuelo Tomás– nos muestra cómo los problemas personales no se solucionan liándose con una bella profesora. No se resuelven traicionando, en definitiva.
Para no ser cobarde, Los Increíbles, y no solo por todo el tema de luchar contra supervillanos que quieren conquistar el mundo: especialmente porque criar a tres hijos –sean o no tan revoltosos como Dash, Violeta y Jack-Jack- requiere valentía. Y amor, desde luego.
Para estar animoso, Requisitos para ser una persona normal, porque no encajar en la norma –viene a decir Leticia Dolera– no es tan importante en cuanto uno se da cuenta de que dicha norma es ridícula. Y que viva el amor.
Al no hallar fuera del bien centro ni reposo, La princesa prometida, porque ni lo uno ni lo otro hallan Westley y Buttercup si no se tienen el uno al otro, a pesar de todas las riquezas y aventuras del mundo.
Para sentirse alegre, Juno, porque el final de este relato de Diablo Cody reconforta el alma con juventud, maternidad y, como no, amor: como el que resuena en ese dúo final con música de los Moldy Peaches.
Para sentirse triste, Lost in translation, porque los encontronazos de dos seres perdidos en medio de Tokyo rezuma una melancolía sublime y, desde luego, llena de sutil tristeza.
Para mostrarse humilde, Casablanca, porque siempre nos quedará París.
Para dejar de mostrarse altivo, Dios mío, pero ¿qué te hemos hecho?, porque el rechazo al diferente es un obstáculo a derribar para alcanzar el amor, y esta película lo aborda desde un estado necesario y sencillo: el buen humor.
Para sentirse enojado, La ciudad de las estrellas, también conocida como La la land. O si no, que levante la mano quien –en su fuero interno- no se rebotara contra ese final, contra ese destino que actúa de separador.
Para sentirse valiente, El apartamento, porque Billy Wilder –que no es perfecto, pero casi– nos regala una magnífica lección de coraje y amor propio: condición sine qua non para una auténtica relación de pareja.
Para sentirse fugitivo, Interstellar, porque sus protagonistas apenas llegan a la conclusión de que el amor mantiene atado el universo tras huir de su hogar. Física cuántica y romance: a Christopher Nolan no le van los retos sencillos.
Para sentirse satisfecho, La reina de África, porque entre los personajes de Humphrey Bogart y Katherine Hepburn surge un romance forjado en los escollos y penalidades que superan juntos.
Para sentirse ofendido, Olvídate de mí, porque pocas veces se ha mostrado la tristeza de un amor fallido con la inteligencia con que lo hizo Michael Gondry en este film.
Para sentirse receloso, Annie Hall, porque las neurosis y traumas de Woody Allen alcanzan cotas memorables en esta película.
Para huir el rostro al claro desengaño, El caballero oscuro, porque eso es precisamente lo que regala su fiel mayordomo a Bruce Wayne al quemar aquella carta.
Al beber veneno por licor suave, Her, porque -por muy seductora que sea la voz de Scarlett Johansson como una Inteligencia Artificial- al final el suplente digital no acaba de llenar el corazón.
Para cuando se olvida el provecho, 50 primeras citas, porque lo de Lucy en esta película sí que es olvidar lo bueno. Y porque ahí está Henry para recordárselo.
Para cuando se ama el daño, La llegada, porque verla y comprender la profundidad del amor dentro del dolor que esta película oculta detrás de la historia de alienígenas implica cierto masoquismo emocional. Y, sin embargo… ¡qué bello!
Para creer que un cielo en un infierno cabe, Up, porque a pesar del llanto y la pérdida que sufre Carl –su infierno particular-, ha podido vivir el Cielo con Ellie. Todo en apenas diez minutos que condensan la belleza y la tristeza de un amor para siempre.
Para cuando se da la vida y el alma a un desengaño, El indomable Will Hunting, porque el testimonio del profesor acerca de cómo es el amor auténtico clarifica el camino, para Will y para nosotros, espectadores.
Y hasta aquí puedo leer. 32 películas con 32 lecciones o reflexiones muy valiosas sobre el amor romántico. Y quien lo probó, lo sabe.
¡Genial!