¿Y si escuchásemos una voz en off que relatase a la perfección todo lo que haremos en el futuro? Así arranca Más extraño que la ficción (2006), una comedia muy profunda que da pie a reflexionar sobre la rutina, el heroísmo cotidiano o el valor del arte. Por ello, vamos a dedicar este análisis en dos partes a diseccionar la película: en este primer artículo nos preguntamos, desde el universo de la película: ¿se puede ser feliz en el trabajo?
Sinopsis:
Harold Crick (Will Ferrell) es auditor de impuestos. Se levanta cada mañana a la misma hora, come solo, cuenta el número de pasos a su trabajo, y cepilla sus dientes exactamente 76 veces al día, 38 verticalmente, 38 horizontalmente. Un día, comienza a oír una voz que describe todo lo que él hace, como si se tratara de un personaje literario. La curiosidad se transforma en ansiedad cuando la voz le dice que se está acercando a su muerte inminente.
El director, Marc Forster, ha descrito su película en algunas entrevistas como “un cuento de hadas contemporáneo”, y esto es interesante por la relación entre estas narraciones y el “viaje del héroe”. Este es el esquema básico que, según los estudios de Joseph Campbell, siguen los relatos míticos alrededor del mundo. Dicho de otra manera, según este autor, el hombre está hecho de tal manera que existe un prototipo de historia -el “viaje del héroe”- que resuena en su interior poderosamente.
Se han escrito ríos y ríos de tinta sobre esto -los curiosos pueden ampliar la información aquí y aquí, por ejemplo-, pero ahora nos quedaremos con la primera etapa del trayecto. Según Campbell, el héroe comienza su periplo en el “mundo ordinario”. Este es el hogar, allí donde todo es predecible y el protagonista se siente en paz consigo mismo… pero también es el lugar donde el personaje puede estar viviendo una mentira.
Este es el caso de Harold, el protagonista de Más extraño que la ficción, a quien al inicio del film vemos sumergido en su rutina, en su mundo ordinario. En su caso, se trata de un estado mental de absoluta rutina, donde cada acción está cronometrada y medida. Los días pasan, cada uno igual que el anterior y que el siguiente.
A nivel fílmico, es interesante el modo en que este mundo ordinario del personaje se nos muestra visualmente. Por un lado, la vida de Harold -la pantalla- se ve atravesada por infografías. Gráficos, cifras y regularidad que nos muestran que todo está controlado y que, por tanto, nada puede coger a Harold por sorpresa. Por otro lado, el apartamento del personaje es también una extensión de su personalidad: austero, ordenado, milimétrico.
¿Para qué trabajas?
En la aburrida vida de Harold destaca su relación con su trabajo: es auditor, pero no le gusta. De hecho, lo detesta… pero a la vez le dedica toda su energía. Atraviesa la película una frase de Benjamin Franklin que se aplica a esta simbiosis perversa: “en la vida nada hay seguro, excepto la muerte y los impuestos”. La relación del protagonista con su trabajo, pues, despierta una pregunta: ¿qué crees que hace falta para ser feliz con tu empleo? O, dando un paso previo, ¿es acaso posible?
En la película, la respuesta a esta pregunta la encarna Ana, la panadera de la que Harold queda enamorado. Ella es la perfecta antítesis para él: es desordenada, alegre, vive sin horarios, está enamorada de su trabajo y -un detalle fundamental- vive para los demás. En Más extraño que la ficción vemos el amor que pone esta chica en su panadería, tanto en sus panes y pasteles como en el cariño sincero que profesa a sus parroquianos.
El contraste entre estas dos maneras de afrontar la jornada laboral -como una cárcel donde pasar ocho horas encerrado en uno mismo o como una oportunidad para expresarte y dar lo mejor de ti mismo a los demás- enlaza con los descubrimientos sobre felicidad laboral. Es, de hecho, la diferencia entre “empleados ocupados” y “personas plenas”.
Según los expertos, hablamos de “empleados ocupados” cuando estos no encuentran más motivación para atarse ocho horas al día a un escritorio que el salario, y de “personas plenas” cuando la misma actividad abre las puertas a la realización personal, sin descuidar lo primero.
Así es cómo lo vive Ana y, en última instancia, como finalmente llega a vivirlo Harold: no en vano, al final de la película da un cambio y pone sus conocimientos sobre contabilidad al servicio de la chica, salvando su panadería. La actividad que realiza no es diferente, pero la lleva a cabo con otra mentalidad. Cambio interior que lleva a un cambio exterior y que rompe la coraza del egoísmo para abrazar la caridad genuina.
Hasta aquí la primera parte del análisis: en la segunda, que publicaremos próximamente, analizaremos otros elementos de la película, como ¿qué significa ser un héroe en el día a día? o ¿puede una obra de arte salvar una vida? Mientras tanto, ¿qué piensas tú? ¡Déjanos en los comentarios tus reflexiones sobre la película y enriquezcámonos entre todos!