Hacía tiempo que le daba vueltas al tema del silencio, una temática que ya incorporé en el estudio Música e inteligencia espiritual a través del audiovisual [1]. Acercarme sin preconcepciones a ver La música del silencio (Michael Radford, 2017) me dio la clave para poner en orden mis ideas.
Se trata de un biopic, en vida, del cantante Andrea Bocelli. De gran delicadeza y profundidad, no deja indiferente al espectador. Se trata de un viaje que nos sumerge en su vida y del que se disfruta durante todo el trayecto. Este camino supone un baño de espiritualidad a través de la belleza de la música, la resiliencia en la vida personal y el espíritu de superación.
Basada en un libro escrito por el propio Bocelli en 1999, nos narra la forja de un destino en una vida marcada por la ceguera desde la niñez. El narrador de la autobiografía es el propio autor, en tercera persona, con un nombre que, como se dice en la película «suena toscano»: Amos Bardi. Son bonitas las escenas en familia y los paisajes de la Toscana que envuelven su vida.
Quedan de manifiesto, también, las dificultades a superar; en varias ocasiones se le dirá que nunca llegaría a ser un buen tenor. Muestra cómo el apoyo incondicional de los padres y familiares será la clave en la vida del protagonista, a la vez que los interrogantes y dudas ante las diversas opciones que hay que tomar en la vida nos muestran su lado más humano.
La película se muestra más fiel al libro en la primera parte y con mayor libertad narrativa en la segunda. El objetivo se cumple: llegar al corazón del espectador a través de la vida y la música de Andrea Bocelli.
Es un canto al amor y a la fe, a la confianza y también al esfuerzo y la superación personal para alcanzar los sueños personales y la vocación que se descubre. Bocelli busca su camino como un don de Dios, con su profunda fe católica, entiende y siente que nada es casual y que su voz es don y tarea.
¿Para qué importa el silencio?
De entre todos los momentos de la película me gustaría destacar la conversación con el maestro de canto, interpretado entrañablemente por Antonio Banderas. Éste propone a su alumno la importancia del silencio antes de una actuación. El silencio así, nos predispone a la audición interior. Creo que es válido no solo para cantantes o instrumentistas, sino para todos.
El silencio es la puerta que nos abre al umbral de lo intangible y llena de profundidad la existencia. Para el músico le permite conectar con su yo interior para expresar luego lo mejor de sí mismo. El silencio nos permite pararnos y no perdernos lo esencial.
Según el crítico y ensayista George Steiner “la música, junto a las matemáticas, es el principal lenguaje de la inteligencia en el que la inteligencia está en condiciones de sentir no verbalmente” [2]. En el arte musical, el silencio es el elemento indispensable para que se produzca la música. La música consiste pues, en el arte de disponer sonidos y silencios expresivos. El silencio en el músico y en el oyente tiene una corporeidad y esencia propia e ineludible.
De esta aportación del silencio puede extraerse toda la riqueza del no-sonido. En respuesta de María Callas a qué era lo más importante para ella en la experiencia del canto afirmó: «el silencio. Toda la grandeza del canto se halla en los silencios entre las palabras» [3]. El silencio forma parte del léxico de la música, como las pausas en el lenguaje hablado; da expresividad y sentido a la música y es un elemento indispensable para ella.
Estamos rodeados de sonidos y ruidos. La sociedad llena de contaminación acústica nuestra realidad con consecuencias negativas para la salud. En cierta manera se teme al silencio. El silencio como horror vacui, como vacío, inmovilidad, como muerte. Pero en música, y en la vida, el silencio predispone a la audición interior y exterior. Es un silencio harmónico lleno de significado.
El significado del silencio en el cine
Esta apología del silencio, que es sólo un apunte en esta película, me remite al éxito cinematográfico de El gran silencio (Philip Gröning, 2005), película de casi tres horas de silencio al son de la música callada de la vida cartujana. Muchas películas, de géneros variados, recogen la importancia del silencio, que a menudo dice más que las palabras. Son casos como Silencio de amor (Philippe Claudel, 2011) o Silencio (Martin Scorsese, 2016).
En el cine, el silencio se convierte en un recurso cinematográfico que sirve para reforzar el efecto que se desea crear en la imagen en que interviene. El silencio puede ser objetivo que nos remite a la ausencia de música. Por ejemplo, en Rec (Jaume Balagueró, 2007) es frecuente la ausencia de música sin ninguna melodía ni rasgo musical.
El hecho de mantener tan solo el sonido ambiente y de las personas sirve para reforzar la sensación de temor y que ésta no anticipe la escena musicalmente. No poner música a las imágenes puede aumentar la tensión y la sensación de miedo en el espectador, ya que éste no puede predecir qué ocurrirá y cuando ocurrirá algo.
Cabe destacar también la película Ran (Akira Kurosawa,1985). En la escena de la batalla final -sin ánimo de spoilear- se hace presente la ausencia total de sonido para destacar la crudeza de las imágenes en contraste con la belleza de la relación entre los tres hermanos y el padre.
El silencio se hace entonces necesario, para disfrutar de su contraste con el sonido. Una nota musical no tiene sentido sino en conexión con la anterior y la siguiente. Poder disfrutar del sonido se refuerza si podemos disfrutar también del silencio.
A menudo, pues, el silencio tiene la función de generar “suspensión” para crear unos determinados efectos y emociones en el espectador. Así lo expresa Michel Chion en su libro La audiovisión. Introducción a un análisis conjunto de la imagen y el sonido:
“Al final de Las noches de Cabiria (Federico Fellini, 1957) la prostituta sentimental encarnada por Giulietta Masina, piensa haber encontrado a su príncipe azul en la persona de un viajante de comercio interpretado por François Périer. Ambos dan juntos un paseo, como dos enamorados, al caer la tarde por unos bosques cerca de un acantilado.
Pero el espectador experimenta una angustia sin causa, anunciadora de lo que va a suceder cuando descubra que al hombre sólo le interesaba el dinero de Cabiria y que proyectaba arrojarla al agua. ¿Dónde se origina nuestra angustia premonitoria? En que, en aquel maravilloso paisaje, no se oye, ni siquiera el canto de un pájaro”
El inventor del silencio
Se dice que el compositor John Cage es el hombre que compuso el silencio. Este instrumentista de Los Angeles, inventor del piano preparado -en el cual se insertaban objetos entre las cuerdas para distorsionar el sonido- creó en 1952 una obra, 4’33”, basada en no tocar ni una sola nota durante el tiempo que lleva por título.
Se estrenó en el Maverick Concert Hall de Nueva York en agosto de 1952. El pianista se sentó al piano y, cuando todo el mundo esperaba que empezase, cerró la tapa del piano y esperó 30 segundos. Después abrió la tapa del piano como para empezar el segundo movimiento y quedó en silencio 2 minutos y 23 segundos. El público estaba sorprendido y algunos ya comenzaron a irse airados. Continuó 1 minuto y 20 segundos más enfrente de la partitura en blanco que tenía delante.
El propio Cage consideró esta una de sus principales obras y la tomaba como referencia cada vez que se sentaba a componer. Para el autor, esta era una reivindicación del silencio, pero no por sí mismo, sino como herramienta para que cada espectador disfrutase de los sonidos exteriores y de los propios sonidos.
Cage tuvo una experiencia sensorial al entrar en una cámara anecóica, pensada para no tener ningún tipo de sonido. Allí escuchó dos sonidos, uno agudo y otro grave, que respondían al sistema nervioso y a la circulación sanguínea respectivamente. Este hecho le llevo a pensar que siempre habría sonido en sus oyentes y quiso dejar una puerta abierta, no mediatizada ni mercantilizada, para la audición libre y espontánea.
Ayudó a redefinir el concepto de música, abierta a los silencios, la experimentación y el azar. Servirá de inspiración para músicos posteriores como Frank Zappa, Brian Eno o Sonic Youth. En su gestación, alrededor de 1948, John Cage afirmó que quería hacer una obra que durase 3 o 4 minutos y que tuviera por título Oración silenciosa con una idea sencilla tan seductora como una flor. El resultado fue la citada 4’33”, que incorporará los sonidos ambientales a la realidad sonora musical.
Podemos intuir en todo esto una visión espiritual -que no religiosa- del silencio. El silencio como espacio para la interiorización y lugar de experimentación. El silencio para Cage permite huir de la mediatización y la manipulación para reencontrarse con uno mismo. En el trasfondo de su composición hay latente una crítica a la industria discográfica y a la mercantilización del arte.
Su creación estará también influenciada por la filosofía del fluir del budismo zen. Aspectos como el no-control/no-respuestas se plasmarán en su música. Para él una obra no debe presentar un argumento lineal y coherente, sino que debe contener una sucesión de objetos no relacionados sintácticamente entre ellos, incluyendo los silencios. Son frases suyas las siguientes [4]:
“Recuerdo haber amado el sonido antes de haber recibido una lección de música”.
“Encontré que me gustaban los ruidos incluso más de lo que me gustaban los intervalos”.
“No tengo nada que decir y lo estoy diciendo y esa es la poesía que necesito”
Es famosa la frase que pronunció Cage en la Conferencia sobre nada: I have nothing to say and I’m saying, que quiere decir «no tengo nada que decir y lo estoy diciendo». Esta idea subyacente será fuente de inspiración de muchas disciplinas artísticas coetáneas y posteriores.
Respecto a sus obras nos habla del deseo de una evocación creadora de nuevas realidades: “una obra acabada es exactamente esto, requiere resurrección”. Defiende aquí la riqueza de una obra de arte que puede una y otra vez decir cosas diferentes a los espectadores-oyentes, puede, en definitiva, resucitar una y otra vez el sentimiento artístico [5].
Con palabras del músico catalán Oriol Martorell, «en nombre de la música debemos reivindicar el silencio» [6]. El silencio, interior y exterior, enriquece la música y el sonido personal. Abre las puertas a una conexión con el mundo interior que nos capacita para escucharnos a nosotros mismos, a los demás y, también, a lo que la música nos puede decir.
Sonido y silencio se convierten en ejemplo del paso del tiempo. La música es un arte temporal que nos remite a la temporalidad humana y a la percepción de la vida y la muerte. El silencio en la vida de Andrea Bocelli es entendido como generador de belleza y creación, antesala de lo sublime.
[1] Música i intel.ligència espiritual a través de l’audiovisual. MONTSERRAT RULL, Assumpta. Tesis doctoral, URL 2015. www.tesisenred.net
[2] Citado en MATEU SERRA, Rosa. El lugar del silencio en el proceso de la comunicación. Facultad Filología Clásica, Francesa e Hispánica. Tesis doctoral no publicada, 2001.
[3] Citado en CAMISASCA, Massimo. El don del silencio. http//clpuertorico.wordpress.com. 2012
[4] NICHOLLS, David. John Cage. Madrid: Turner Publicaciones, 2009. Pág. 72.
[5] Revista Musical Catalana. Barcelona: Fundació Orfeó Català-Palau de la Música Catalana, num. 339. Maig-juny de 2014, pág. 50-51.
[6] Oriol Martorell, fundador y director de la Coral Sant Jordi en 1947, profesor de Estética musical y Vanguardias Musicales en Universidad de Barcelona, 1990. Pronunciado en sus clases de Estética Musical en la Universidad de Barcelona, 1990.
Un post muy didáctico del que conocía el ejemplo de «Ran» y del grandísimo John Cage.