Queridos lectores cinéfilos: permitidme esta vez “jugar”, “comparar” o principalmente “disfrutar” estableciendo algunas comparaciones entre dos películas: Los renglones torcidos de Dios y El sastre de la mafia. Soy consciente que la primera de ellas es más famosa. Quizás cuando también visionéis la segunda las pondréis al mismo nivel; podéis, de momento, contar con la aportación que hace sobre la misma, en CinemaNet, Javier Muñoz Morales.
Comencemos con Los renglones torcidos de Dios
“La sinopsis de la sinopsis” (me permito este juego de palabras porque pienso que casi todo el mundo sabe de qué va) consiste en que Alice, al parecer una investigadora privada, ingresa en el hospital simulando una paranoia en la que destaca que “parece normal y que es capaz de convencer con sus argumentos” para investigar el asesinato ocurrido en el sanatorio, de un enfermo mental.
¿Qué destacaría? Desde luego el desordenado puzle del guión narrativo; las piezas se encajan y desencajan; el suspense aumenta; ocurre lo que no se esperaba y se abren más sospechas. La música te conduce con sus ruidos y estridencias, y como espectador vas cambiando tu empatía por un personaje o por otro. Esa es la maestría que ha empleado el guionista. A veces, Alice es la persona más audaz; otra la enferma más peligrosa. El frío director del hospital ¿está al margen? ¿O… es quizás el más certero e inteligente de toda la trama?
Todo ocurre en una oportuna ambientación del psiquiátrico en la Virgen de la Fuentecilla, mostrado sus dependencias, las alarmas, sus técnicas. Un momento de álgido suspense son los planos del incendio que afecta al centro psiquiátrico: se ha producido un asesinato, y los enfermos deambulan alterados por el patio bajo una impertinente lluvia; se encuentran muy alterados.
Ante este panorama, no hay que preguntarse -como es fácil caer en ello- ¿cuándo es presente lo que se narra, cuándo pasado, cuándo es real lo que piensa la protagonista o es que está drogada por los médicos? Inquietante. Hay mucho oficio. Mucho cine de verdad. Un olé gigante por Bárbara Lennie y Eduard Fernández. Muy recomendable.
En la película no quedan en segundo plano tantos actores desconocidos que representan desde la galería de enfermos mentales con sus deformaciones y rarezas que conducen a la ternura y al cuidado a los médicos y médicas en su difícil ejercicio profesional. Una película en la que el laberinto de la intimidad de la protagonista; sus tantas contradicciones, la relación con sus marido, su casa… te mantienen en vilo y no sabes si una Alice o múltiples y cuál es la que es.
Da luz el final, con la llegada del médico que hace la adecuada pregunta a Alice… (un suspense que no quiero desvelar) y donde puede resolverse el rompecabezas delirante y magnético que nos envuelve Así, entre engaños permanentes y visos de realidad se van encajando pieza a pieza de este puzle cinematográfico de altura. Me encantó este comentario: «La diversión del espectador de la película será proporcional a la capacidad que tenga de entrar en ese juego de verdad-mentira». Encima es muy buena la adaptación de la novela de Torcuato Luca de Tena, la cual fue alabada en su día por el psiquiatra Vallejo Nájera.
Y ahora a El sastre de la mafia
No suelo contar el argumento de las películas que trabajo; tampoco trato de enmarcar comparaciones con otros directores o guionistas, o películas. Fiel a mi ilusión de fomentar el amor al cine bueno, suelo detenerme en algunos aspectos del film elegido, pocos, que sirvan de buen aperitivo para que, quien lo lea, se anime a disfrutar de esa película.
Con este planteamiento me he introducido en El sastre de la mafia. El protagonista principal, que aquí se llama Leonard, es Mark Rylance. Este actor ganó el Oscar como mejor actor de reparto en la película El puente de los espías (2015). Supongo que a más de una persona, cuando lo vea en esta película ejercer como un perfectísimo sastre (tanto que no desea ser reconocido como tal, sino como cortador) recordará la oración interrogativa que empleaba en los momentos álgidos ¡sin mover ni un músculo! “¿Ayudaría?”.
Aquí vuelve a brillar esa flema tan sutil; desde luego por sus palabras, pero muy particularmente por su proceder. Hay planos exquisitos en lo que apreciamos como es capaz con enorme elegancia de coser un botón, cortar una manga o lucir una chaqueta. Todo de forma metódica y amable. Nos movemos todo el tiempo en muy pocos lugares; el escenario principal es una sastrería en Chicago, típica de los años cincuenta, situada en una zona difícil de la ciudad, en la que elabora ropa elegante para una clientela curiosa que son las única personas que pueden pagarla: ricos mafiosos. Esta familia de intentará aprovecharse de la naturaleza gentil y complaciente de Leonard, que se verá implicado con la mafia de una manera cada vez más grave.
Muchos críticos la definen como teatral. Sí, puede serlo; lo que importa es su ritmo detectivesco en el que no todo es tan claro ni se sabe por dónde saldrá. Inquieta cuando se dan una serie de asesinatos, siendo perfectamente camuflado el primero, con una calma que pondrá nervioso al espectador. Además del sastre y de los mafiosos, contamos con Mable, una chica joven con ambiciones profesionales, deseosa de salir de la ciudad y a la que nuestro sastre trata de formar; Leonard sabe que su pupila está enamorada de uno de ellos y que salen juntos. Pero Leonard ni lo comenta ni parece que le afecta.
Pronto descubrimos que uno de los principales clientes, Monk, dispone en el local de un buzón colocado en la trastienda como punto de comunicación para intercambio de sus planes matones. Nuestro sastre también pasa tranquilamente del buzón y sus contenidos. Leonard, en todo es así: sabe, calla, guarda las distancias, y dice la frase significativa y apropiada para la situación. Es sastre en la ropa y lo es en los acontecimientos que, a modo de puzle con perfiles precisos irán encajando y sorprendiendo con terror, con humor.
El espectador descubre engaños, imagina intuiciones que no se cumplen y le llegan no pocas sorpresas. Suspense con gotas de sangre; suspense con pistolas que no se saben si tienen balas o no; suspense con la cinta de casete y sus secretos. Secretos para el espectador, mas no para Leonard que, con una mirada chispeante y con dosis expansivas de calma, refleja siempre una actitud ajena y cortés ante los hampones tan peligrosos.
Tenemos cine negro desde luego enriquecido con un estilo paradójico con la educación inglesa -del sastre- y con la acción explosiva de los mafiosos irlandeses y americanos -sus clientes-. Y todo encaja… como un traje perfecto en la última prueba. Tal como lo expresa Leonard en una de sus lapidarias frases: “Presta atención a tus patrones, están ahí por una razón”.
Tras el primer asesinato, posiblemente esperado, el ritmo y la tensión van creciendo sin que se altere la aparente tranquilidad y buen hacer de Leonard, aunque un final, que no desvelo, nos mostrará unos planos que, algo de miedo, ya dan.