Cuando Tim Burton tuvo entre sus manos el guion de Big Fish, tardó en comprender el significado de la historia hasta que llegó el final. Fue entonces cuando, según sus propias palabras, la historia le pareció sencilla.
Desde el aclamado éxito de Miércoles, la exitosa serie de Netflix sobre la hija de La Familia Addams, Tim Burton ha vuelto a ponerse de moda por representar a un colectivo de gente que se define a sí misma como diferente. Siempre me resulta un placer verle dirigir terror, su terror, con ese toque de dulce tristeza de Sleepy Hollow, o ese misticismo impregnando las calles de Sweeney Todd.
Todo en él parece tétrico, excéntrico, oscuramente bello. Y así es como un director consigue plasmar su identidad en cada una de sus obras mostrándose al espectador tal y como es. Guste o no guste. Me confieso una fiel admiradora de su filmografía, en ocasiones siendo más paciente, como con Sombras Tenebrosas, y en otras, absolutamente entregada como con El Hogar de Miss Peregrine Para Niños Peculiares.
La semana pasada volví a ver Big Fish.
Aún recuerdo la primera vez que lo hice, fue una experiencia sencilla, inocente y divertida. Fue en compañía de mi mejor amiga, no tenía más de doce años y acabé la historia sin poder dejar de llorar. Supongo que al igual que su director, yo también lo entendí.
Big Fish es la historia de un hijo que busca respuestas en las historias de su padre, y un padre que no sabe contar historias con respuestas. Edward Bloom, el padre y protagonista, padece rasgos del llamado trastorno esquizotípico de la personalidad. Ese es el punto clave de la historia.
Este trastorno se define por asumir la realidad con una visión mágica, extravagante e idealizada. Creencias ficticias y clarividentes empañan una realidad que no es totalmente ficticia, pero que sí es distorsionada por una exagerada fábula.
Emocionalmente, no soy objetiva con la construcción de este personaje. Comprendo sus historias, percibo cómo las vivió y veo como su enfermedad hace que su sustantividad no sea la misma que la de su hijo, ni que la del resto del mundo. Y quizá por eso esta película está considerada el punto negro en la filmografía de Tim Burton.
Dicen que consiguió alejarse de sus clichés y entregar al público una historia dinámica de aventura, fantasía, amor y alegría. Creo que aquí es donde olvidan que Big Fish no fue su excepción, sino ese fragmento que él nos dejó ver de su propia luz.
En el amor de un soñador rodeado de narcisos, en la sirena del lago de un insólito y burlesco pueblo, en el deslucido poeta que tarda doce años en escribir tres versos… La historia estaba escrita, pero necesitaban un guía, y ese fue este gran director.
Reconcilió la realidad con la ficción, sin ser perfecto (se pasó de condescendiente con la ficción), pero al final, con los años, entiendes que solo alguien que tiene riqueza en sus propios universos puede dirigir a un personaje con orbes tan peculiares como este.
Tim Burton entendió la ingenuidad cuando asimiló lo que Edward Bloom vio en el ojo de la bruja: si sabes cómo vas a morir, sabes también todo aquello a lo que sobrevivirás. Y con esa premisa, no tuvo miedo de hacer una película atrevida, llena de magia y alegría.
Todos le conocemos por ser un amante de las rarezas y eso también forma parte de su esencia. Pero si algún día queremos buscarle en su refugio, en el que se permite a sí mismo ser un soñador, un viejo pez que cuenta historias llenas de magia y amor, podemos encontrarle en Big Fish.
Donde nos dejó conocerle un poco más y nos hizo ver que uno es el resultado de las historias que los demás cuentan cuando ya no está. Ese punto negro, que para mí brilla por encima de todos los demás. No hay oscuridad en él, solo una bella novela llevada a la pantalla por un soñador de capa negra que en esa ocasión, se vistió de luz.
Así da gusto revisitar una peli… ❤️