The Palace | O cuando las bromas no tienen gracia

Mª Ángeles Almacellas

Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad Complutense de Madrid. Crítica de cine. Miembro del Círculo de escritores cinematográficos. Directora del curso "El arte de ver películas" en la UPM. Directora de CinemaNet-Madrid.

Últimas horas de 1999. El Palace, un hotel de lujo en los Alpes suizos, con su gerente a la cabeza (un inconmensurable Oliver Masucci como Hansueli), como jefe de un ejército a punto de entrar en batalla, está disponiendo los últimos preparativos para recibir a una serie de personas, que no tienen en común entre ellas más que ser inmensamente ricas e inmensamente vacías.

En un ambiente, no ya de lujo más o menos exagerado, sino de parodia de un derroche desorbitado (recipientes con kilos y kilos de caviar), el hotel se apresta a recibir el nuevo año y nuevo milenio, que algunos creen que puede suponer el inmediato fin del mundo o, como mínimo, un apagón general de todo los sistemas electrónicos. Una gran escultura de guarismos, con el dos y los tres ceros mágicos, presidirá la gran fiesta, en el curso de la cual están previsto unos juegos artificiales dignos de una gran ciudad.

Los personajes están exageradamente caricaturizados, todos al servicio de la intención de sátira cruel del controvertido director Roman Polanski. En el grupo hay un cirujano plástico de fama mundial, con su mujer enferma de Alzheimer; extravagantes ancianas con físicos casi monstruosos por los numerosos retoques que se han hecho, con tal de conservar un hilillo de aspecto de juventud; un anciano podrido de dinero (y podrido de pastillas azules), que celebra su primer aniversario de boda con una veinteañera gorda y pobre; un presuntamente millonario que se cree con derecho a la mejor suite del hotel aun sin haber hecho la reserva; unos mafiosos rusos con maletas llenas de billetes… Son solo algunos ejemplos, porque hay más «fauna» dentro del maravilloso edificio del hotel Palace, aislado entre las nieves suizas de los parajes de Gstaad.

En realidad, la sátira del nonagenario Polanski contra los ricos resulta patética y grotesca. The Palace es una triste película con bromas insulsas que provocan más asco que risas. Sus chistes (por llamarlos de algún modo), edadistas, islamófobos, misóginos, sexistas, gordófobos… son sencillamente lamentables.

Es posible, como afirman algunos, que en las pésimas críticas que ha cosechado la película, haya tenido una influencia nada desdeñable la llamada cultura de la cancelación, pero en términos absolutos el film no está a la altura del cine de Polanski. Es verdad que su maestría con la cámara es indudable, que la narración tiene ritmo y que los actores hacen un  gran trabajo. Sin embargo, conviene no olvidar que una obra cinematográfica tiene cuerpo y alma, o si se prefiere, forma y contenido. Es indudable que Roman Polanski sabe hacer cine y que, en el aspecto formal, The Palace es una obra notable, pero la farsa no tiene gracia y a menudo cae en la zafiedad.

En todo caso, poco tiene que ver esta película con las grandes obras de Polanski.