(Artículo cedido por su autor y publicado originalmente en el blog Cartas en el olvido)
Ayer tuve la ocasión de ver esta gran película de Roman Polansky: Un Dios salvaje. Es una adaptación de una obra de teatro, de la famosa ya Jasmina Reza. No puedo decir si está bien adaptada, porque no he leído el libro en cuestión. Tengo ganas de hacerlo, eso sí, porque ha llegado a mis oídos que, como suele ocurrir, es mucho mejor que la película. Pues bien, cometí el error de verla por la noche, antes de acostarme. Y digo error porque, cuando acabamos, apagamos la barraca y nos fuimos a dormir. O a intentarlo. Pero uno le da vueltas a las cosas. Y esta película se presta: tiene material enjundioso.
No se trata de hacer una crítica de cine. No entiendo mucho. Sí sé que los actores son veteranos y que actúan de maravilla. Sí sé que la vi en castellano y el doblaje es como una segunda película: una maravilla de actuaciones. Y la trama… a eso voy.
Es una película, dice Jodie Foster, sobre los modales, y sobre cómo los perdemos. Yo diría que la señora Foster se queda corta. Me parece que es una película excelente para explicar lo que llegó a ser título de un ensayo: la sociedad corrosiva. Eso mismo.
Un tema del filme es lo corrosivos que nos hace esta sociedad hipercomunicada. Otro tema: la necesidad de hablar de algo más que de futilidades. La imperiosa necesidad de explicar lo que llevamos dentro. Habla, sí, de los modales como algo que bien puede transformarse en caparazón de nuestro verdadero ser. La palabra «falso» aparece en escena en el momento oportuno.
Es una película llena de bilis, gris. Pero a eso quería hacer un apunte: no es necesario ese ser gris. Y eso lo sé porque conozco casos. Ciertamente, uno puede ser un hipócrita. Y ser abanderado de una moral en la que no cree siquiera él. Pero es lo de siempre. Los filósofos de la sospecha: ¿y si todo es mentira?
Campea por toda la película el pensamiento de Nietzsche: «la moral de esclavos y la voluntad de poder…». Es una teoría, pero hay vidas que la desmienten. Hay que ser muy fuerte y nada esclavo para ser bueno. Hoy día, en tiempos revueltos, es necesario ser más que buenecillo para ser bueno. Hay que ser revolucionario.
Eso, como poco. Me dejo temas en el tintero. Pero la bici me espera. Ciao!