Magistral película dirigida por John Ford en 1940, basada en la novela del premio nobel John Steinbeck. El guion fue elaborado por Nunnally Johnson contando con el apoyo del autor para la modificación del final de la historia.
El reparto es emblemático: Henry Fonda, Jane Darwell, John Carredine, Charley Grapewin, Dorris Bowdon, Russell Simpson, John Qualen y Ward Bond. Si, como solía decir Ford, su cine consistía en fotografiar gente, nunca como en este caso se observa tan claramente. Gente de carne y hueso. Rostros humanos en primerísimos planos que nos transmiten todo lo que llevan dentro: en su mirada, en sus sonrisas o en sus lágrimas. La fotografía de Gregg Toland, en blanco y negro, es espectacular, no en vano se trata del mismo director de fotografía de Ciudadano Kane. Y la música de Alfred Newman, muy comedida, arropa con su tono melancólico y a la vez alegre las distintas escenas. Obtuvo el óscar al mejor director y a la mejor actriz de reparto, de entre las siete nominaciones que obtuvo.
The Grapes of Wrath (1939), traducida como Las uvas de la ira, está ambientada en la década de 1930, en la gran crisis económica sufrida en Estados Unidos. Estamos ante un drama en la vida rural norteamericana. Nos introducimos en la América hundida y profunda que surge del crack del 29, la Gran Depresión que acarreó y el efecto brutal del Dust Bowl, tormentas de polvo que asolaron el país desde 1932 a 1939, que dañaron las cosechas en gran parte del territorio estadounidense.
La película se centra en la familia Joad. Junto a ella viajamos en un destartalado camión y compartimos sus dificultades y conflictos. Experimentamos las profundas injusticias económicas y políticas y, a la vez, vemos exaltar los valores de la justicia y de la dignidad humanas reflejados en multitud de detalles en los que se recrea la cámara sin mediar palabra.
Joe sale de la cárcel por homicidio, pero al llegar a su hogar se encuentra con un panorama desolador. Las tierras, arrendadas desde generaciones, han sido confiscadas. La crisis del 29 será la excusa para deshacerse de mano de obra y ganar más dinero con las nuevas maquinarias. Los planos sobre las máquinas nos sitúan ante el horror de tantas familias a las que se le destruye el hogar materialmente, sin escrúpulos, sin ética, sin compasión…
Un panfleto que anuncia trabajo en California les introduce en un viaje agotador que es filmado casi steadicam: la enfermedad y muerte de los abuelos; el entierro en un agujero en la cuneta; el largo desierto; la nostalgia fuerte de los que añoran su tierra; la deserción de Connie, marido de la hermana de Tom que deja más desvalida a la familia… Un largo vía crucis atisbando, al final, alguna luz.
El realismo es crudo, nos hace entrever que el llamado “progreso” puede arrebatarnos lo esencial y por tanto echar a perder el futuro. La puesta en escena nos permite identificarnos con cada personaje en su búsqueda desesperada de la dignidad que le pertenece. Dignidad ontológica que, aunque nunca puede ser anulada, puede quedar herida cuando se carece de dignidad social, existencial o moral.
Las uvas de la ira es de una modernidad absoluta en cuanto al contenido. Todo lo que vemos sigue vigente en nuestro mundo puesto que narra sin rodeos los duros problemas de una familia frente a una crisis económica. Una familia que ya había echado raíces y tiene que dejarlo todo… La única esperanza está en mantener la unidad de la familia como núcleo de cohesión y único lugar seguro para preservar la dignidad que corresponde al ser humano. En este sentido es una película muy actual en el planteamientos de muchos temas de calado.
Tuve la suerte de acudir al visionado de esta película en la Filmoteca Valenciana con dos jóvenes estudiantes, Claudia y Laura de 18 y 25 años respectivamente. Les pregunté su opinión al acabar la proyección. Ambas salieron impactadas por lo que habían visto. Me comentaron infinidad de detalles que habían observado en la obra y las dos coincidían en que se habían sentido parte de esa familia, totalmente involucradas en ese viaje dramático por una vida mejor. Me demostraron de nuevo que esa es la capacidad única del cine de Ford. El maestro de los maestros es capaz de aguijonear a dos jóvenes de hoy con una película de hace casi ochenta años. Habla de lo imperecedero y por tanto de lo que no pasa.
Las imágenes que nos ofrece el film son un documento de aquella época y también de esta. Lo vemos en los planos que, vistos desde dentro del camión, nos ofrece una panorámica del primer campamento con el que se encuentran… Viejos, jóvenes y niños de ambos sexos agotados, hambrientos y desconfiados. Un mundo que descarta, que envilece y se endurece aumentando las colas del hambre.
Emociona la entereza de la familia Joad, su voluntad de superarse. Parece que se hace más fuerte frente a la dureza que la golpea una y otra vez. Es una familia que no se desmorona porque cuenta con una fuerza interior, una espiritualidad y unos valores de integridad, que nadie puede romper. La matriarca, a través de sus diálogos y su actitud, anima a toda la familia constantemente. Es la madre la que, frente a un mundo despiadado, encarna los valores de fortaleza y esperanza sobre las que se apoyan toda la familia. Ma, tal como la llama Tom, es la mujer fuerte que tira de la familia. La Madre, sin nombre… Tal vez un canto a su importancia para la supervivencia en situaciones críticas.
La película contiene un mensaje difícil de digerir, es de apariencia fría. No apela a las emociones directamente, pero nos hace testigos de un relato bellísimo que nos interpela con fuerza a nivel ético. Puede considerarse la familia más fuerte del séptimo arte. Las interpretaciones de Henry Fonda y de la matriarca, Jane Darwell, son apabullantes. Miradas y expresiones bastan. La desesperanza reflejada en el rostro de cada uno de ellos simboliza el sufrimiento de tantos hombres y mujeres de hoy día también.
Las uvas de la ira de1939 ganó el premio Pulitzer de literatura en 1940. La película, al decir de muchos críticos, iguala al original literario ya que es una obra maestra a nivel argumental y a nivel interpretativo, con unas imágenes y unas escenas que impactan. Nada desentona. Todos los planos son perfectos porque va a la esencia. Focalizado en la familia Joad, deja aparte las otras historias que aparecen en la novela y se permite ofrecer un rayo de esperanza mostrando el amanecer en los últimos fotogramas en contraste con el pesimismo trágico del final de la novela. Y es que esperanza no es optimismo.
El nuevo realismo puede verse ya en esta película. En una época en que se hacía cine de evasión, se muestra una película valiente, de clara denuncia social. Fue pionera en este sentido y en muchos otros. Encontramos, por ejemplo, ribetes de estilo expresionista y cierto enfoque neorrealista. Lo cierto es que para algunos críticos es la perfección hecha película. Considerada una obra de arte sin paliativos se ha convertido en un clásico de la historia del Cine. Fue considerada en 1979 como una película histórica, estética y culturalmente significativa por lo que actualmente es protegida en la biblioteca de Congreso de los EEUU.
Es valorada como la mejor película de crítica social de la historia aunque no hay un tratamiento desde el punto de vista ideológico o político, sino desde las consecuencias reales en cada una de las familias. Nos ofrece una odisea, un viaje a un nuevo mundo, que no les ofrece lo que buscan… Dejan de ser personas con derechos, porque se ven enfrentados a la nada. El rostro enloquecido de Muley Graves, el vecino que vaga por las tierras expropiadas, es todo un alegato.
Afortunadamente, en momentos de crisis, también existen personas que sacan a flote lo mejor de sí mismas y son gotas de esperanza para tantos desheredados. Así, vemos al predicador, Jim Casy, dando la vida por la justicia; la empleada de la tienda rebajando el precio de los caramelos; los camioneros que pagan lo que ésta ha perdido con la rebaja; y, en fin, el dueño del campamento gubernamental que les acoge con bondad. Las nuevas políticas agrícolas de Roosevelt con su esfuerzo por humanizar la economía, es el único punto de esperanza a nivel institucional que nos apuntan en el film.
John Ford mira más alto, mira más allá, despolitiza la obra para centrarse en las personas y sus relaciones. Hace un llamamiento mudo a la conciencia social, a la solidaridad humana y, como en la película Padre nuestro que estás en los cielos de King Vidor (1934), al final es ese sentirse hermanos y no adversarios lo que puede llevar a superar las dificultades de la vida. Mientras seamos capaces de actos de bondad y seamos capaces de transformar en luz las sombras que nos rodean, hay esperanza.
La película es una obra de museo. Arte con mayúscula. Poesía en imágenes a través de una fotografía bellísima llena de contrastes. John Ford es un creador de valores cinematográficos esculpiendo la imagen. Estremece su puesta en escena sobria y sin concesiones, las miradas subyugantes, que encogen el corazón y lo estrujan.
Las uvas de la ira es de obligada visión para los cinéfilos porque es inigualable. John Ford es, para muchos, el mejor director de todos los tiempos; no en vano tiene en su haber varias de las mejores películas jamás filmadas. Son piezas únicas, auténticos clásicos inolvidables, que forman parte de la historia del Arte no solo cinematográfico.