[Pedro Gutiérrez Recacha. Colaborador de Cinemanet]
Siguiendo con el tema que planteábamos en el artículo anterior, ahora nos detendremos en otro de los grandes modelos éticos que han influido en el pensamiento occidental: la moral de Aristóteles. Y desde esta particular perspectiva consideraremos el comportamiento de un superhéroe que se cuenta entre los más prolíficos en lo que se refiere a adaptaciones cinematográficas: Batman, el personaje creado en 1939 por Bob Kane bajo la divisa de DC Comics.
La ética de Aristóteles es, en esencia, una ética eudemonista, esto es, orientada hacia la felicidad (entendida ésta como plenitud, como excelencia o perfección de lo auténticamente humano). Los hombres buscaríamos dicha felicidad a través de múltiples acciones, pero sólo la podríamos encontrar en una vida virtuosa. Según nos expone el estagirita en su Ética a Nicómaco, la moral se edifica siguiendo un modelo de tres niveles (que, metafóricamente, podríamos visualizar como una casa de tres pisos). En el nivel inferior (los cimientos, podríamos expresarlo así), el compromiso moral comienza con un primer paso: el acto. Pero Aristóteles nos advierte: un acto bueno no nos convierte automáticamente en buenos, de la misma manera que una golondrina no hace verano. Sólo mediante la repetición de este tipo de acciones puntuales podremos acceder al segundo nivel ético: el hábito. Un hábito no es sino un acto repetido que empieza a convertirse en costumbre. Cuando el hábito se interioriza hasta el punto de tornarse parte de nuestra personalidad, entonces hemos dado el salto al tercer nivel del contenido ético, digamos que al tejado del edificio moral aristotélico: el carácter. El hábito enraizado en nuestro carácter se convierte en virtud (si es positivo) o en vicio (si es negativo). Y ahí ya podemos empezar a hablar de hombres virtuosos o viciosos…
Centrándonos ya en nuestro hombre murciélago, podríamos decir que el millonario Bruce Wayne, alter ego de Batman, es un hombre que moralmente se ha ido construyendo a sí mismo. La trágica muerte de sus padres cuando era un niño ha terminado embarcándole en una cruzada contra el mundo del crimen y ha hecho de él un justiciero… pero no de forma instantánea. Digámoslo así: Wayne no ha pasado de ser un ser humano normal y corriente (si es que se puede considerar como “normal y corriente” a un rico heredero, claro) a ser un héroe en un en un instante, mediante una suerte de conversión (al contrario de lo que le sucedía, por ejemplo, a Spider-Man, personaje objeto de nuestro análisis en el artículo anterior).
Cuando el joven Wayne se propone dedicar su vida a preservar la ley en Gotham, todavía no es un héroe. Cuando comienza a entrenar para poder desarrollar su capacidad de combate cuerpo a cuerpo contra los maleantes, cuando decide utilizar sus recursos económicos para dotarse de herramientas adecuadas para su lucha (bat-cueva, vehículos, armamento, diversos gadgets…) o cuando tiene sus primeras escaramuzas frente a criminales, podemos afirmar que ha llevado a cabo algunas acciones virtuosas o heroicas… ¡pero él mismo aún no es un héroe! Únicamente en el momento en que, mediante la repetición de acciones de tal guisa, éstas acaban por constituir una parte sustancial de su vida y de su carácter, podemos llamarle auténticamente “héroe”. Wayne no habría hecho sino “apropiarse” de la virtud del heroísmo.
Efectivamente, las virtudes no serían otra cosa que posibilidades apropiables, susceptibles de ser asimiladas dentro de nuestro carácter mediante la práctica y el hábito. Una vez adquiridas, las virtudes sedimentan sobre la personalidad dando lugar a lo que podríamos denominar una “segunda naturaleza”. Así, podría decirse que Bruce Wayne ha heredado un determinado temperamento (bon vivant, millonario, seductor, amante del lujo, caprichoso…) sobre el que él mismo ha ido superponiendo, mediante un esfuerzo y una práctica constantes, un tipo de carácter muy distinto (justiciero, valeroso, luchador contra el crimen… desde luego, resulta revelador a este respecto que Batman carezca de superpoderes propiamente dichos, y que su fortaleza física y su agilidad mental respondan únicamente a años de disciplina y entrenamiento). Puesto que Aristóteles formuló la conocida máxima del término medio (según la cual la virtud moral se situaría equidistante entre dos contravalores o extremos igualmente viciosos), probablemente estuviera de acuerdo en afirmar que, para ser prudente, nuestro personaje tendría que saber combinar la personalidad enmascarada de Batman con la identidad secreta de Wayne en la proporción adecuada, quizá adoptando la valentía del justiciero pero sin ser arrastrado por la temeridad, y quizá tomando una pizca de la capacidad de disfrutar la vida del magnate, pero sin caer en el hedonismo exacerbado.
La virtud es la posibilidad de enlazar acto noble con acto noble hasta articular un carácter. Pero esta segunda naturaleza, laboriosamente erigida, también puede deteriorarse o incluso perderse. Para ello basta con caer en la indolencia: el desistimiento nos conduce a la pérdida de nuestros buenos hábitos y, por ende, a la debilitación de nuestra constitución moral. La última plasmación en celuloide de las aventuras del hombre murciélago, el film El caballero oscuro. La leyenda renace (The Dark Knight Rises, Christropher Nolan, 2012) presenta, entre otras virtudes —acaso sea, de todas las rodadas hasta la fecha, la película sobre Batman que ofrece retos más prometedores para un análisis en clave filosófica— la de poner de manifiesto nuestras afirmaciones anteriores. La historia se abre ofreciéndonos la imagen de un Bruce Wayne (Christian Bale) estragado en lo físico, en lo psicológico y en lo moral: devastado interiormente por los dolorosos acontecimientos con los que se cerraba la anterior entrega de la trilogía dirigida por Nolan —El caballero oscuro (The Dark Knight, 2008)—, nuestro protagonista ha decidido abdicar tanto de su misión como protector enmascarado de Gotham como de su responsabilidad como propietario de las empresas familiares, encerrándose en su mansión y aislándose del resto del mundo.
Digamos sin miedo que, al inicio del film de Nolan, Batman ya no es un héroe. Ha perdido su virtud heroica por el desuso y a lo largo de la narración deberá ir reconstruyéndola con esfuerzo, acto a acto. Por cierto, desde la perspectiva aristotélica también podría resultar relevante otro personaje, Selina Kyle (Anne Hathaway), alias Catwoman,
por cuanto implica otro proceso de construcción de un carácter virtuoso. Inicialmente Kyle no es más que una astuta ladrona, pero la irrupción del villano Bane (Tom Hardy) y la subsiguiente crisis desencadenada en Gotham le conducirán a un replanteamiento moral —quizá no esté de más recordar aquí el papel fundamental que la ética aristotélica concede a la deliberación interior como paso previo para determinar la mejor acción—. Dicho replanteamiento supondrá el abandono de sus viejos hábitos delictivos y la incorporación de conductas heroicas, que, paso a paso, se irán metabolizando hasta dar lugar, al cabo, una personalidad heroica.
Hay quienes han querido enfrentar a los personajes de Spider-Man y Batman entre sí, no en una batalla épica, sino filosófica, afirmando que podrían personificar posturas éticas opuestas o incluso mutuamente incompatibles. Por ejemplo, se ha llegado a decir que la moral del caballero oscuro podría representar mejor las virtudes del individualismo liberal —o libertarian, habría que precisar, dada la polisemia política que presenta el término en español— puesto que lleva a cabo sus acciones heroicas por su libre decisión, sin estar sometido —al contrario que el arácnido— a la constricción de una obligación moral objetiva y externa (por cierto, no puedo evitar recordar aquí que, ya hace algún tiempo, una conocida cadena de TDT incluyó en una de sus autopromociones la afirmación, bastante gratuita, de que Spider-Man era “de izquierdas” y Batman de “derechas”). Ciertamente al hombre murciélago puede saludársele como héroe liberal, pero resultaría descabellado atribuirle al lanzarredes un estigma anti-liberal: la interpretación anterior encierra una inadecuada comprensión del significado de “obligación moral”. Ésta constituye una de esas expresiones peculiares en las que el adjetivo tiene más peso que el sustantivo: la “obligación” a la que se refiere no es ninguna forma de coacción, sino que es asumida libremente por el individuo (de ahí que Kant subrayara con tanto énfasis que sólo un individuo autónomo, no sujeto a imposiciones externas, puede obrar auténticamente por deber).
Una discrepancia mejor fundamentada sería la que atañería al origen psicológico de las motivaciones morales de ambos personajes. La de Batman descansa en la dramática constatación de que en la sociedad existe el mal, así como de que dicho mal puede afectarnos (verbigracia, el asesinato de los padres de Bruce Wayne), por lo que deberíamos aprestarnos a combatirlo. La de Spider-Man, sin embargo, supone un mayor nivel de profundidad, pues involucra el concepto de culpa: supone no sólo la anterior verificación de que en la sociedad existe el mal, sino que a la misma añade el descubrimiento de que nosotros, con nuestra propia imprudencia, podemos causar dicho mal (Peter Parker, por omisión, provoca involuntariamente el asesinato de su tío Ben). De ahí que Batman pueda poner límites a su tarea heroica y llegar a un punto en que considere que, dicho en términos coloquiales, ya ha hecho lo suficiente y ha llegado la hora de retirarse a otros menesteres (recordemos que la ética aristotélica es eudemonista, y que, para el discípulo de Platón, el retiro del sabio constituye una de las formas más elevadas de felicidad). Véase a tal efecto el final de El caballero oscuro. La leyenda renace. Tal desenlace resultaría imposible en un film protagonizado por Spider-Man (al menos, sin violar la que siempre ha sido la esencia del trepamuros), pues la tarea que ha asumido es para toda su vida. No lucha sólo contra el crimen, sino también contra sí mismo buscando redención.
De nuevo parece latir aquí la diferencia entre una ética aristotélica, de carácter material (que se centra en las conquistas morales que ya hemos alcanzado bajo la forma de virtudes), y una ética kantiana, de carácter formal (que se centra en el trecho que todavía nos falta por recorrer, pues el imperativo categórico, por cuanto supone un horizonte moral inalcanzable, nos propone una tarea ética infinita en la que embarcar toda nuestra existencia). En cualquier caso, no conviene olvidar que, veamos el vaso medio lleno o medio vacío, nos estamos refiriendo a un mismo vaso (o, en este caso, a una misma noción de bien moral, basada en la lucha por la justicia). Y son más numerosas las similitudes que unen éticamente a nuestros dos superhéroes que aquellos matices morales que pueden separarlos.
Soy consciente de que la asimilación ética kantiana / Spider-Man y ética aristotélica / Batman que he empleado en estos dos artículos puede ser discutible o un tanto arbitraria y, desde luego, no es la única posible (por ejemplo, se me ocurre la siguiente cuestión, que también podría dar lugar a interesantes meditaciones: ¿es Spider-Man moralmente estoico y Batman moralmente epicúreo?). Tan sólo he pretendido mostrar con mis palabras que el mundo de los superhéroes puede constituir un punto de partida para incitar a la reflexión ética, especialmente de los más jóvenes y, quizá por ello, pueda resultar interesante como herramienta docente. Spider-Man y Batman puede que nos presenten la ética desde distintas perspectivas, pero ambos personajes tienen en común el ofrecer un ejemplo moral para una sociedad y unos tiempos que —quizá como toda sociedad y todo tiempo— se hallan desesperadamente necesitados de héroes.
Excelente. Por favor, analiza filosóficamente a los antihéroes. El Punisher es uno de los que me intriga…
Muy bueno
Hago mención de esto y te he citado en el libro que estoy escribiendo. Podes leer las primeras 40 paginas:
https://www.autoreseditores.com/libro/13215/khalil-adolfo-scheidl/la-fantasia-cuento-de-hadasy-la-fe-catolica.html
Saludos