Hacía mucho tiempo que una producción india no despertaba tanto interés internacional. Esta ambiciosa película lo ha conseguido. Por razones de metraje dividida en dos partes, la primera de ellas llega a nuestras carteleras y narra de manera libre las violentas luchas de tres familias musulmanas relacionadas con la mafia del carbón. Acaso sanguinaria en exceso, esta película de gángsters tiene como virtud su reflejo veraz de la cotidianidad de una parte del país, mucho más nítido que la mayoría de su cine exportado.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título original: Gangs of Wasseypur I |
SINOPSIS
Hacia el final de la India colonial, Sahid Khan se dedica a saquear los trenes británicos personificando al legendario Sultana Daku. Ahora es un paria, así que no tiene más remedio que convertirse en un trabajador de la mina de carbón de Ramadhir Singh sólo para continuar con la batalla de venganza que pasa de generación en generación. A comienzos de la década el hijo de Sahid, el mujeriego Sardar Khan, se compromete a restaurar el honor de su padre y se convierte en el hombre más temido de Wasseypur.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín – COPE]
Quizás desde la mítica “Trilogía de Apu” —“Pather Panchali” (1955), “Apajarito” (1957) y “Apur Sansar” (1959)—, en la que el maestro Satyajit Ray adaptó las novelas de Bibhutibhushan Bandopadhyay, una producción india no había despertado tanto interés internacional como esta “Gangs of Wasseypur”, ambiciosa película-río cuyo metraje original de 319 minutos se dividió para su exhibición en dos partes de 160 y 159 minutos, respectivamente. Se trata del primer filme que se estrena en España del cineasta indio Anurag Kashyap, director de otros once largometrajes, algunos muy populares en su país, como “Paanch”, “Return of Hanuman”, “Gulaal”, “Bombay Talkies” o “Ugly”.
Aquí recrea libremente las violentísimas luchas reales, entre 1940 y 1995, de tres familias musulmanas relacionadas con las mafias del carbón de las ciudades de Wasseypur y Dhanbad, en el estado indio de Jharkhand, al noroeste del país. Su espiral de corrupción, crímenes y venganza comienza en los años cuarenta del siglo pasado, durante el dominio británico. Por aquella época, cerca de Wasseypur, el inconsciente Shahid Khan (Jaideep Ahlawat) comienza a asaltar trenes de carbón haciéndose pasar por el temido Sultana Daku (Pramod Pathak), un brutal carnicero del clan Qureshi, que diezma a la familia de Shahid, y le obliga a trabajar en Dhanbad, como obrero de las minas de Ramadhir Singh (Tigmanshu Dhulia), un empresario que se convierte en un millonario terrateniente tras la independencia de India en 1947. La traumática relación entre Ramadhir y Shahid dejará heridas profundas que volverán a sangrar años más tarde, cuando el hijo de Shahid, Sardar Khan (Manoj Bajpai) se convierta en un mafioso emergente y cruel, dividido por su amor hacia dos mujeres, Nagma Kathoon (Richa Chadda) y Durga (Reema Sen). Su ambición le llevará a enfrentarse también con Sultan Qureshi (Pankaj Tripathi), el cruel sobrino del fallecido Sultana Daku.
A pesar de ser una película de gángsters, Anurag Kashyap no renuncia a ciertas convenciones tradicionales del cine de Bollywood, como la inclusión de abundantes canciones populares y algunos bailes bien encajados en la trama, así como el recurso a numerosos golpes de humor, que oxigenan un poco el violentísimo tono de la película. Pero esta vez oscurece el naturalismo habitual del cine indio con un rompedor hiperrealismo, en el que integra la densidad narrativa de la trilogía de “El padrino”, de Francis Ford Coppola, con la dureza formal característica de directores actuales como Quentin Tarantino, Guy Ritchie o los hermanos Joel y Ethan Coen. En este sentido, “Gangs of Wasseypur. Parte I” ofrece un lenguaje mucho más barriobajero y un tratamiento de la violencia y el sexo mucho más explícito de lo habitual en el cine indio.
En todo caso, Kashyap sabe controlarse, de modo que esa crudeza expositiva casi nunca rompe la sorprendente fluidez narrativa de la historia, ni deshumaniza a los personajes, todos ellos magníficamente interpretados. Brilla así su depurada puesta en escena, de cuidada planificación y con una apabullante cercanía a la acción, muy eficaz tanto en los nada peliculeros tiroteos como en las melodramáticas subtramas familiares, románticas o existenciales, muy bien dosificadas y maravillosamente fotografiadas por Rajeev Ravi. Esta huida de toscos efectismos facilones también la aplica Kashyap al tratamiento de fondo de esta historia de venganzas, nada complaciente con ningún personaje —sus miserias y sus grandezas se muestran siempre con hondura y sin maniqueísmos— y muy ponderado en sus denuncias de las diversas corrupciones de la sociedad india en esos años, ilustradas a veces con valiosos fragmentos documentales. También cabe elogiar su enfoque respetuoso de la sincera religiosidad musulmana de los personajes, que emerge siempre por algún lado a pesar de la inmoralidad y crueldad de muchas de sus acciones.
En fin, una película importante, de desarrollo algo irregular por sus largos saltos en el tiempo, quizás demasiado sanguinaria y descarnada para algunos paladares, pero que desvela la realidad profunda de una parte de la India con mucha más nitidez y veracidad que la mayor parte de las producciones de Bollywood que llegan a Occidente.
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