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Dirección: Olivier Dahan. |
SINOPSIS
De los barrios bajos de París al éxito en Nueva York, la vida de Edith Piaf (Marion Cotillard) fue una lucha por cantar y sobrevivir, por vivir y amar. Creció en medio de la pobreza, pero su voz mágica y sus apasionados romances y amistades con los grandes nombres de la época hicieron de ella una estrella mundial.
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CRÍTICAS
[ Martín Palma Melena – Colaborador de CinemaNet]
A veces nos preguntamos por qué en este mundo hay personas nacidas para ganar y otras para perder. No obstante, como todas las dicotomías, aquélla de ganadores-perdedores no está libre de ser muy relativa y hasta muy pobre: ¿realmente están seguros de que las cosas son como aparentan?
Hay personas tan golpeadas, que el éxito bien podría representarles no ya la felicidad ni ya siquiera una compensación por las carencias de cosas imprescindibles para cualquier persona ordinaria; el éxito sólo representaría un simple anestésico sin el cual ya la vida se tornaría insostenible…
Y ¿por qué me he puesto tan sombrío en mis reflexiones? Hace poco pude ver La Môme (Francia, República Checa y Reino unido, 2007), una película sobre la vida de la cantante francesa Edith Piaf (Marion Cotillard).
La llamada Niña Gorrión acaso hubiera cambiado tranquilamente todos sus laureles y fama y fortuna por una existencia tal vez más anodina pero más feliz o siquiera más normal…
En la vida de esta cantante gala, algunas constantes siempre fueron las pérdidas o las rupturas de vínculos afectivos importantes en cualquier ser humano, por ejemplo: algún hijo; algún amor que marcó para siempre; los padres; adultos que eran referentes importantes para cualquiera en tempranas etapas de formación…
En la infancia, la pequeña Edith no fue precisamente una huérfana pero tampoco estuvo muy alejada de esa condición. Fue dejada con la abuela materna por su madre, Annetta Maillard (Clotilde Courau). Después Louis Gassion (Jean-Paul Rouve), el padre, a ella se la llevó y la dejó con la abuela paterna, quien regentaba un prostíbulo y crió allí a la nieta.
Al menos en este film, Edith se encariñó con una mediatriz que fungió de una suerte de madre sustituta, otra relación sin embargo quebrada abruptamente cuando el padre volvió a aparecer de improviso y a llevarse a la niña…
Ya a los 17 años, la artista perdió por la meningitis a su hijo Marcelle. Ya a los 32, perdió por un accidente de aviación al amor de su vida, el boxeador argelino Marcel Cerdan (Jean-Pierre Martins).
Posteriormente, aquella mujer no quedó exactamente sola; pero siempre tuvo vacíos que nunca pudieron ser llenados ni con otros lazos afectivos ni con el éxito.
Ella escribió la letra de esa hermosa canción llamada La Vie en Rose; pero irónicamente tuvo una vida no precisamente de color de rosa.
Quizás por las huellas imborrables de tantos sufrimientos, Edith consiguió imprimir a sus registros emociones que alternaban entre la ternura y el lamento y la irreverencia y la imploración y la queja y probablemente hasta la denuncia; emociones tal vez contradictorias a las que sin embargo aquella voz lograba armonizarlas y llevarlas en intensidad a extremos donde otros hubiesen sólo desafinado o chirriado.
Por lo mismo, gracias a unas bien calibradas inflexiones de voz, Edith no necesitaba palabras, para hacer captar hasta a un no francófono todo aquello que quería trasmitir…
Sí: esta mujer parecía una niña grande que cantaba lamentándose o que se lamentaba cantando; esta mujer parecía un pájaro herido cuyos trinos estaban impregnados de dolor o de desencanto y eran por lo mismo tan agudos y bellos: dicho de otra manera, precisamente ese dolor y desencanto embellecían a aquella voz haciéndola tan auténtica y penetrante…
Quizás por todo esto, en esta cinta, la Piaf se nos presentó tan verosímil con su aspecto de muñeca maltratada y rebelde que parecía ya haberlo visto todo; aspecto que ningún costoso vestido lograba disimular.
Al terminar de conocer la vida de la Piaf, tuve algunas impresiones: no es que la buena fortuna tenga unos pocos preferidos y muchos olvidados; no es que unos merezcan el éxito más que otros (al menos ese éxito efímero tal cual suele entenderse ahora, pues todos podemos ser exitosos sin necesidad de ser ricos y bellos y famosos); no es que la vida en general se rija necesariamente por esas leyes tan injustas; más bien, acaso podría ser, algunos mucho más que otros necesiten ese particular éxito como un sedante que jamás aliviará totalmente ciertas heridas por carencias de tantas cosas tal vez muy sencillas pero muy elementales; cosas de las que los mortales comunes y corrientes sí gozamos y no cambiaríamos por nada…
Y reitero: en estos casos, presento al éxito ya no como una compensación sino como un simple sedante.
Valga la aclaración: esto no significa tampoco que los bellos y ricos y famosos estén condenados a ser infelices, pero siempre que tengan una visión equilibrada de su buena fortuna o de esa particular buena fortuna…
Así que si mañana más tarde alguien tiene aparentemente más suerte que tú, piénsatelo bien antes de envidiar… A veces criticamos a la vida por ser tan poca equitativa al distribuir sus favores; no obstante, muchas veces sobre una historia personal no estamos viendo el cuadro completo para poder opinar.