[José María Caparrós Lera, Vicepresidente de CinemaNet]
¿Cómo mirar una película? Éste es uno de los retos del espectador ante el Séptimo Arte. Pero antes de abordar esta cuestión -que lo haremos en el próximo artículo-, deberíamos conocer cuál es el influjo del cine en el público y la actitud de éste ante un film. La verdad es que, una vez aproximados a la evolución histórica del cine, ya estamos en mejores disposiciones para acometer con rigor el tema propuesto.
Sin embargo, antes de examinar hasta qué punto es notorio y en qué medida se da este influjo en el espectador, habrá que estudiar el efecto del cine en la psicología humana, en general.
La imagen fílmica posee tal fuerza que capta por completo la percepción sensorial de la persona. Por dos razones primordiales, a saber:
a) Características propias
Éstas se concretan en tres aspectos: dinamismo (las realidades en movimiento centran más nuestra atención, por su extraordinaria semejanza con la realidad),
multiplicidad (el lenguaje del cine es elíptico y rápido, como los disparos de una ametralladora, y hace impacto en nuestros sentidos) y selección (cada realizador escoge, por medio de la planificación, del encuadre…, aquella parte de la realidad que le interesa).
b) Ambiente externo
Se trata del entorno de la imagen proyectada, que se concreta también en tres aspectos: oscuridad de la sala (que ayuda a la concentración, junto con el silencio expectante), luminosidad (la pantalla blanca de proyección, con su haz luminoso, que capta la atención psicológica del espectador) y comodidad (que predispone a una mejor aprehensión del film, el aislamiento personal en la sala. De ahí que las butacas se coloquen cada vez más espaciadas e incluso cubriendo la cabeza del espectador delantero, con amplios brazos laterales).
Por eso, la imagen fílmica tiene la facultad de poner en funcionamiento todos nuestros sentidos, y de hacernos asimismo «todo ojo y oídos», como popularmente se dice. (La base de los planteamientos expuestos está tomada del libro de los pedagogos Pedro Miguel Lamet, José María Ródenas y Domingo Gallego, Lecciones de cine, II: Historia, Estética y Sociología, Bilbao: Mensajero, 1968, cap. V).
Al mismo tiempo, tras su influencia inmediata en los sentidos, la imagen cinematográfica provoca en el espectador diversas reacciones que afectan directamente al psiquismo humano, a nuestra potencia más íntima:
– Impacto evocador
El cine trae a la imaginación por asociación una serie de momentos vividos en el pasado y se presta para que sean relacionados, una vez «archivadas» las imágenes que nos presenta, con otras imágenes futuras. Porque ¿quién no conserva imágenes impresionantes que le causaron un impacto ayer y que tienen o tuvieron relación con la actuación de hoy o con momentos cruciales de la vida de uno?
– Efectos oníricos
Las imágenes que refleja la pantalla vienen también a formar parte de nuestro sueño, por su semejanza y diferencia a la vez con la realidad. De ahí que en el cine, como quedó apuntado, el espectador pueda «soñar despierto» e inhibirse de la realidad, para refugiarse acaso en un mundo ficticio, de evasión. Lo que también se ha llamado «alienarse».
– Recuerdo imborrable
Está comprobado que los recuerdos visuales -y más si están provistos de sonido- son los que permanecen más tiempo en la memoria.
Al parecer, una persona normal -dicen los psicólogos- recuerda del 50 al 60 por ciento aquello que ve y oye, un 30 por ciento de lo que solamente ve y, aproximadamente también, un 15 por ciento si sólo lo oye. Por eso se ha popularizado este axioma: «una imagen vale más que mil palabras».
Vistos, muy en síntesis, estos aspectos clave, pasaremos sin más preámbulos a la afectividad. La razón es obvia: una imagen se comprende, se entiende, una vez ha sido sentida emocionalmente.
Cuando un espectador se dirige al cine no siempre le mueve -por no decir casi nunca- el deseo de aprender, de formarse o deleitarse con la obra de arte, y menos de comunicarse con el director o sus semejantes expuestos en el relato fílmico. Le motiva, más bien, un secreto deseo de evasión, de liberarse de la realidad cotidiana, de sumergirse en un mundo distinto al que vive, de divertirse o pasar un buen rato.
De ahí que esa liberación psicológico-existencial pueda realizarse por tres vías:
Debido a que el individuo se «proyecta» en el personaje que aparece en la pantalla, en el héroe o heroína protagonistas, cuando coincide con aquello que desearía ser o tener (se confirma así en sus ideas, modos de pensar, visión de la vida, etc.)
2) Identificación
Es un paso más: por momentos se ve a sí mismo transformado en el personaje central de la historia, de la película (en el cowboy valeroso, el sheriff o policía justiciero… que se lleva por delante a aquéllos que infringen la justicia; o la mujer valiente y reivindicativa… que sabe imponerse y no se deja utilizar, etc.)
3) Despersonalización
El último paso: producto del escapismo de la vida diaria. El espectador se sumerge totalmente en la narración. En un relato fantástico y atrayente, que le posibilita olvidar frustraciones -o acciones, mejor- y verse haciendo las cosas que le gustarían (soñar en ser un agente secreto, James Bond por ejemplo, rodeado de mujeres bonitas…; o la dura Lara Croft, encarnada por la esbelta Angelina Jolie, que combate contra los terroristas, etc.). En definitiva, olvido del Yo personal para meterse en una «estrella», para ser el Otro o la Otra.
Tales son, pues, las tres premisas del llamado cine «comercial» o de consumo popular, las cuales traen consigo obvios perjuicios: la tan traída y llevada «manipulación» del espectador (cabría aquí también cierto cine político), el engaño del público… y demás cuestiones marginales que son más propias de un psicólogo que de un teórico del Séptimo Arte.
Con todo, el cine no se queda ahí: en la mera sensación, en el instinto, en el subconsciente y la afectividad, sino que toda imagen fílmica y su efecto inmediato encierra un contenido, un fondo, un significado que puede ser expresado por un juicio y ser convertido en ideas, en una proposición razonada.
Es aquí, por tanto, donde entran en liza las dos potencias fundamentales del alma humana: el entendimiento y la voluntad del espectador, de la persona. Veamos de qué manera:
– Intuición directa
Cuando un discurso fílmico -llamémosle así- llega a nuestro entendimiento, a través del susodicho efecto de la imagen. No alcanza la razón por la habitual vía del razonamiento (coordinación de ideas captadas y emisión de un juicio conclusivo), sino que llega por medio de la intuición directa, sin tiempo para razonar.
Por eso, de los rechazos y atracciones que experimentamos durante la visión de una película podemos sacar inconscientemente unas ideas, determinadas formas de ver la vida y distintos modos de actuación, de fácil efecto posterior; ya que las imágenes -como se ha indicado antes- quedan impresas en nuestra mente y, a veces, incluso nos moverán a obrar, acaso debido a lo mucho que trabaja el subconsciente humano (a menos que se tenga una voluntad férrea y un dominio absoluto de uno mismo). Este influjo en el subconsciente plantea en muchas ocasiones graves problemas morales y psicológicos, al lesionar de algún modo la libertad del espectador.
– Comportamientos vitales
No obstante, como el hombre y la mujer no se contentan con ideas y percepciones, sino más bien con actos volitivos, tendemos a poner en práctica aquello que se ha captado. Es decir, la influencia del cine, que comenzó con una simple percepción, se concreta ahora en comportamientos vitales. Y aquí ya entra en función la voluntad.
A este respecto, cabe constatar unos datos sobre la acción consciente de la voluntad en relación a lo que la persona capta en las películas, basado en una antigua pero significativa encuesta de García Yagüe (cfr. Cine y juventud, Madrid: CSIC, 1953, citado por Pedro Miguel Lamet et al., Lecciones de cine, II, p. 237):
IMITACIÓN % | varones | mujeres |
Adornos | 2 | 28 |
Posturas y gestos | 6 | 14 |
Diversiones | 9 | 27 |
Cuestiones sociales | 21 | 9 |
Identificación | 52 | 3 |
Todo ello nos lleva, con los teóricos Lamet, Ródenas y Gallego, a las siguientes conclusiones:
1ª. Por el cine se nos sumerge en una pasividad psicológica que pide una reacción de actividad por parte del público.
2ª. El cine deja en la memoria una serie de imágenes que hacen trabajar a la imaginación relacionándolas con nuestra propia vida.
3ª. A través del cine obtenemos toda una teoría sobre el amor, el odio, la felicidad, la familia, la educación…, el hombre y la mujer, en una palabra; lo cual exige un juicio crítico personal antes de que influya en nuestros actos de manera inconsciente.
4ª. El cine es una poderosa máquina para mover a las personas, debido a sus posibilidades artísticas subyugantes (o simplemente manipuladoras) que penetran hasta el subconsciente.
5ª. Y, ya más personalmente, añadimos que el cine es un medio enriquecedor de cultura y comunicación entre las personas, que nos aproxima no sólo al conocimiento del Otro, sino a saber más de Uno mismo… Así, lo perjudicial que puede conllevar el Séptimo Arte es una deficiencia de Bien.
Es necesario -permítaseme pensar en voz alta- no olvidar que el Cine es «bueno», como todo lo creado, y que acaso lo hacemos «malo» los humanos cuando no se ordena a la Bondad, Verdad y Belleza auténticas, por citar los trascendentales del ser.
creo que podemos agregar que el cine no discrimina. Me refiero a la proyeccion cinematografica. Podemos estar sentados al lado de un traficante, de una monja o de una prostituta, da igual. En la oscuridad de la sala todos somos iguales y a todos nos llegara por igual la imagen proyectada. Por supuesto, lo que tomemos de esa imagen, dependera de cada uno.