Título Original: Mal día para pescar |
SINOPSIS
Dos peculiares buscavidas viajan por Latinoamérica: Orsini, un empresario pícaro, cínico e ingenioso, que se autodenomina «Príncipe», y su representado, Jacob van Oppen, un forzudo, envejecido, alcohólico e incontrolable ex campeón Mundial de Lucha Libre. Buscando mantener viva la épica que un día les unió, se embarcan en una larga e interminable gira de exhibiciones por perdidos pueblos, tras la cual Orsini –asegura con convicción- el campeón reconquistará su título. Al llegar a Santa María, buscando atraer la curiosidad del pueblo, el manager hace público un desafío por este inaudito espectáculo: 1000 dólares a quien sea capaz de resistir tres minutos en el ring con el campeón. Los acontecimientos toman un rumbo inesperado cuando una ambiciosa y pequeña muchacha empuja a su novio –un almacenero joven y gigante apodado «el Turco» por su largo bigote- a aceptar el desafío.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín, COPE y Popular TV]
Nacido en Montevideo en 1976, pero residente en Madrid desde hace años, el guionista y director Álvaro Brechner ya se había ganado un cierto prestigio como autor de varios documentales televisivos y de los premiados cortos Trece kilómetros bajo la lluvia, Sofía y Segundo aniversario. Muchas de las cualidades que mostró en esos trabajos las despliega ahora en su primer largometraje de ficción, Mal día para pescar, coproducción hispano-uruguaya galardonada en diversos festivales, y que ha sido seleccionada por Uruguay para optar al Oscar al mejor filme en lengua no inglesa.
Se trata de la adaptación del cuento Jacob y el otro, de Juan Carlos Onetti, que describe la singular amistad entre dos perdedores, con ciertos aires de Don Quijote y Sancho Panza. El supuesto caballero es el Príncipe Orsini, un español embaucador, charlatán y atildado, que lleva la representación de su escudero Jacob von Oppen, un rudo, infantil y alcohólico campeón mundial de lucha libre, nacido y entrenado en Alemania Oriental. Durante una gira de combates de exhibición, caen en Santa María, un perdido pueblo uruguayo, donde el desafío del campeón —en teoría, por una bolsa de mil dólares— es aceptado por el descomunal novio de Adriana, una mujer aguerrida, que necesita ese dinero para casarse.
Lo más atractivo de esta fábula moral es su abigarrado y ecléctico planteamiento, tanto formal como de fondo. Sin renunciar a sus raíces españolas y uruguayas —presentes durante toda la narración—, Brechner articula un sabroso cóctel de influencias diversas, con el western y el cine negro como pilares, pero con chispeantes incursiones a las buddy movies, el melodrama extremado o la comedia estólida, a lo Aki Kaurismaki. Todo ello, desarrollado con una planificación que consigue ser sustancial, y envuelto en una poderosa factura audiovisual, gracias sobre todo a los excelentes trabajos del director de fotografía Álvaro Gutiérrez y del músico Mikel Salas, que ya habían coincidido en Bajo las estrellas. Ciertamente, el ritmo del filme es algo irregular, quizá por el saludable afán de Brechner de mantener un tempo elegante y contemplativo, que permita al espectador apreciar los numerosos detalles narrativos y dramáticos que componen la historia.
De todos formas, lo más cautivador del filme es su tratamiento de fondo, encarnado con gran convicción por todo el reparto, y especialmente por el deportista profesional finlandés Jouko Ahola —cuya caracterización de Van Oppen es, lógicamente, física y silenciosa— y del actor español de origen escocés Gary Piquer, quizá en la más completa interpretación de su carrera, justamente recompensada en el Festival de Viña del Mar 2009 con el Astor de Plata al mejor actor. Ambos actores se van ganando al espectador durante su emotiva y soñadora amistad entre supervivientes con crisis de identidad, hasta cautivarlo definitivamente en la recta final, en la que Brechner sortea hábilmente ese artificioso fatalismo dominante, para subrayar que la redención siempre es posible, y que no se logra con ilusos escapismos materialistas, sino a través de la aceptación sincera de la verdad sobre uno mismo —aunque sea dolorosa—, la rectificación de lo mal andado y la apertura decidida hacia los demás. En otras palabras, que cualquier redención auténtica exige tres grandes virtudes cristianas: humildad, contrición y caridad. Quizá por eso Brechner ambienta el momento de mayor intimidad del forzudo Jacob en el interior de una iglesia católica durante la celebración de un bautizo.
El combate de la vida.
Inspirada adaptación de un cuento del escritor Juan Carlos Onetti, esta coproducción de España y Uruguay ha merecido ser seleccionada para competir en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes. Y hay motivo. El film sigue a una extraña pareja de perdedores, con reminiscencias a don Quijote y Sancho Panza. La componen el Príncipe Orsini, un charlatán con mucha labia, y Jacob von Oppen, envejecido campeón mundial de lucha libre, procedente de Alemania Oriental. Ambos realizan una gira de combates de exhibición en pueblos de Uruguay como preparación, asegura Orsini, para la recuperación de un cetro de campeón del que Jacob fue despojado al huir de su país y convertirse en apátrida. Al recalar en Santa María, Orsini opera del modo habitual: lanza un desafío para que algún luchador local combata con su campeón por una bolsa de mil dólares; y se asegura de comprar al retador, para que Jacob venza el combate, y quedarse con la recaudación del espectáculo. Con lo que no cuenta Orsini es con Adriana, una mujer muy decidida, cuyo novio es una «bestia» descomunal, y al que para asegurar su futuro en común ha persuadido para convertirse en retador.
El guionista y director Álvaro Brechner procede del mundo del cortometraje, y tal circunstancia la sabe convertir en una ventaja, a la hora de dar aire y empaque a una historia que es en sí breve: sabe darle alas, y desarrollar a los personajes con vigorosos trazos que sacan a la luz lo mejor y lo peor del ser humano, en su lucha por la supervivencia, que afronta circunstancias fatales: si algo puede salir mal, saldrá mal… ¿o no?
Destaca la pareja protagonista, el buscavidas Orsini, compuesto acertadamente por Gary Piquer, y el bruto y simple Jacob, al que encarna Jouko Ahola. Pero también Adriana, todo un carácter, o el tipo del periódico que adivina el juego de Orsini. Con un sorprendente estilo, se funden tragicomedia, cine de timadores, cine negro e incluso western, y se engrasan a la perfección unos giros que sorprenden y no suponen un engaño, y que no es cuestión de desvelar; así, hasta el hermoso desenlace. El aspecto visual es poderoso, con un clímax de combate emocionante, bien resuelto, y un buen uso de la música, que nos habla de tramposos y de una forma de épica que muchos no consideran tal, pero que lo es: la de las personas modestas sin excesiva fortuna, que se empeñan día a día por salir adelante.