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Título original: The soloist. |
SINOPSIS
El solista”, un drama acerca del poder redentor de la música, cuenta la historia del periodista Steve Lopez y de Nathaniel Anthony Ayers, que había sido un prodigio de la música clásica, pero que ahora toca el violín en las calles de Los Ángeles. Mientras Steve se esfuerza en ayudar al sin techo a recuperar su vida, nace una amistad única que cambiará la existencia de ambos.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín, COPE y Popular TV]
Quizá sea pura casualidad, pero no es normal que en la misma semana, de seis estrenos, tres afronten casos psiquiátricos —El solista, Shutter Island y Amores locos—, y otro, I’m Not There, parezca una sesión de psicoanálisis al cantante Bob Dylan. Menos mal que Percy Jackson y el ladrón del rayo y Arthur y la venganza de Maltazard oxigenan la cosa con su inmersión en la fantasía. Aunque, en fin, el protagonista del primer filme es un chaval disléxico que descubre que es un semidios; y el del segundo se reduce a tamaño microscópico para acceder a un diminuto mundo subterráneo. Desde luego, Freud podría escribir otro de sus plúmbeos y obsesivos ensayos con las películas que llegan a España esta semana.
De todas ellas, la más interesante es El solista, adaptación libre del relato autobiográfico The Soloist: A Lost Dream, an Unlikely Friendship, and the Redemptive Power of Music, de Steve Lopez. En principio, por su director, el inglés Joe Wright (Orgullo y prejuicio, Expiación), y por sus actores principales, parecía carne de Globo de Oro y Oscar. Pero ni el público ni la crítica estadounidenses la han acogido bien, y se ha quedado en el desolador limbo de las obras fallidas, como The Lovely Bones, de Peter Jackson, aunque El solista es mucho más valiosa que el desparrame escatológico-New Age del director de El Señor de los Anillos.
La trama de El solista se ambienta en 2005. En esa fecha, Steve Lopez, un columnista de Los Ángeles Times, divorciado y solitario, pasa por un mal momento vital y creativo. Hasta que conoce a Nathaniel Anthony Ayers, un mendigo afroamericano que toca un violín de dos cuerdas junto a una estatua de Beethoven. Ansioso de una historia que contar, Lopez descubre que Ayers toca diversos instrumentos, y que estudió en la prestigiosa escuela de música Julliard. El periodista intenta hacerse amigo del mendigo, pero choca con la esquizofrenia que éste padece. Así que busca ayuda en un centro cristiano de acogida, situado en uno de los barrios más degradados de Los Ángeles.
La película padece un guión de Susannah Grant (En sus zapatos) algo plano y evidente, con pocas inflexiones, que sólo conmueve en contadas ocasiones, cuando debería hacerlo casi constantemente. Desde luego, le habrían venido de perlas más pinceladas sutiles —como las escenas en el túnel— y menos trazos gruesos, como la subtrama del ingenuo profesor de violoncello. De todas formas, el filme ofrece una historia de gran interés humano, abierta a la trascendencia y elogiosa de la caridad cristiana. Además, Joe Wright la desarrolla a través de una excelente dirección de actores y de una densa puesta en escena realista, pero que también refleja el onírico y opresivo universo interior de Ayers, muy bien subrayado por la banda sonora de Dario Marianelli, que se completa con generosos fragmentos de Beethoven y Bach.
En cuanto a su tratamiento de fondo, la película es un canto a la esperanza y la amistad, aunque nunca dulcifica la esquizofrenia —como sí hacía un poco Una mente maravillosa, de Ron Howard—, ni suaviza a lo Hollywood la evolución dramática de los protagonistas. Al fin y al cabo, los finales felices no siempre van acompañados de risas y cánticos de júbilo. A menudo, es más conmovedora la serena constatación, a través de los detalles más prosaicos, de la inmensa capacidad de redención, solidaridad y belleza del alma humana.