Título original: The hurt locker. |
SINOPSIS
Narra el intenso día a día un comando especializado en desactivación de explosivos durante la guerra de Irak liderado por el sargento Thompson. Cuando éste fallece en el transcurso de una misión, la Unidad queda al mando del impredecible y temerario sargento James. El imprudente comportamiento de éste hará que sus dos subordinados, el sargento Sanborn y el especialista Eldridge, valoren seriamente el riesgo que corren en su trabajo y se planteen si realmente les merece la pena continuar. Cuando una misión rutinaria en una ciudad se convierta en una auténtica ratonera para James y sus hombres, la verdadera personalidad del sargento aflorará, haciendo que sus vidas cambien para siempre.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín, La Gaceta]
En general, no abundan las directoras de cine, y menos en géneros como el cine de acción. La gran excepción a esta regla es la ya veterana cineasta Kathryn Bigelow (San Carlos, California, 1951), esposa durante dos años (1989-1991) de James Cameron, que acaba de batir su propio record de Titanic convirtiendo a Avatar en la película más taquillera de la historia.
Antes de dedicarse al cine, esta hija de un ejecutivo y una bibliotecaria, estudió en la Universidad de Columbia y comenzó su carrera artística como pintora, exponiendo incluso en el Whitney Museum de Nueva York. Por esa época, participó en el grupo radical Art and Language y trabajó como editora en la revista teórica Semiotext.
En 1983, dio el salto al cine con Los amantes, aunque su primer reconocimiento lo logró dos años más tarde con la película de terror Cuando cae la noche. Ya en los 90, su carrera se consolida entre la crítica y el público con el intenso filme policiaco Acero azul —con Jamie Lee Curtis como protagonista— y con la película de acción Le llaman Bodhi, en la que dirigió a Keanu Reeves y Patrick Swayze. Pero ese éxito le duró poco, pues sus siguientes trabajos, Días extraños y El peso del agua fueron muy decepcionantes. Recuperó un poco la forma en 2002, con el drama bélico de submarinos K-19: The Widowmaker, protagonizado por Harrison Ford. Ahora, ha retornado de nuevo a la primera división con En tierra hostil (The Hurt Locker), donde confirma sus dotes para la acción y la intriga.
Tras recibir varios premios menores en el Festival de Venecia 2009 y ganar los premios a la mejor película 2009 de las prestigiosas asociaciones de críticos de Nueva York y Los Ángeles, y de la National Society —un hecho que no sucedía desde 1997, con L.A. Confidential—, En tierra hostil se fue de vacío en los Globos de Oro, a los que optaba en las categorías de mejor película dramática, director y guión. Pero sigue siendo una de las películas favoritas de cara a los Oscar, sobre todo después de recibir ocho candidaturas a los Premios Bafta de la Academia Británica de Cine: a mejor película, director, actor (Jeremy Renner), guión original (Mark Boal), fotografía (Barry Ackroyd), montaje (Bob Murawski y Chris Innis), sonido (Ray Beckett , Paul N.J. Ottosson y Craig Stauffer) y efectos visuales (Richard Stutsman).
Tras la muerte, en un atentado, de un sargento de artificieros, llega a Irak, desde Afganistán, el sargento Will James, un joven temerario y heterodoxo, que parece disfrutar con los subidones de adrenalina. Su actitud provoca reacciones diversas en los otros dos miembros de su Unidad de Desactivación de Explosivos y entre sus mandos.
Sin estrellas —salvo Ralph Fiennes y Guy Pearce, que aparecen fugazmente—, y con un guión sencillo, sobrio y directo de Mark Boal (En el valle de Elah), Bigelow saca el máximo partido a unos buenos actores, con Jeremy Renner al frente. Para ello, despliega una puesta en escena meticulosa y medida, que mantiene en tensión al espectador, pues subraya con el montaje y la música las pequeñas intrigas que va generando la vigorosa planificación. Incluso le salen bien varios homenajes al spaghetti western, muy bien subrayados por la singular banda sonora de Marco Beltrami y Buck Sanders.
Sorprende la potencia dramática que logra la película con esos mínimos elementos narrativos, pues el filme elude cualquier tipo de análisis político, estratégico o sociológico, y sólo apunta levemente las motivaciones del enemigo y su crueldad. Y es que a Bigelow sólo le interesa dejar constancia de la deshumanización que genera cualquier guerra, sobre todo por el desprecio a la dignidad humana y por la adicción a la violencia y a la adrenalina que inocula en los combatientes.
Como en otro planeta
La mejor película hasta la fecha sobre la guerra de Irak. Sigue las labores cotidianas en Bagdad de tres marines estadounidenses, que conforman una unidad de artificieros especialistas en desactivar bombas. Ellos son Will, muy individualista, que parece no conocer lo que es el miedo, y ha desarmado cientos de artefactos; Sanborn, un afroamericano muy racional, que piensa que la seguridad pasa por el trabajo en equipo; y Owen, el más joven, al que el conflicto está afectando, y que recibe ayuda psicológica de un coronel médico.
Sus distintas misiones sirven para ahondar más en sus personalidades: tocamos su humanidad, también en lo que se refiere a los lazos familiares, buceamos en sus temores, y llegamos a atisbar un poco el daño tremendo que hace la guerra, en primerísimo lugar a los propios combatientes.
Kathryn Bigelow es una excelente directora de escenas de acción, lo que atestiguan filmes como Le llaman Bodhi, Días extraños y K-19: The Widowmaker. Aquí suma a su talento para las secuencias adrenalíticas -todas sobresalientes, con una atmósfera de tensión casi insoportable, y sin maquillar jamás el horror bélico- el manejo de un sólido guión de Mark Boal, que ya había puesto previamente su granito de arena en el libreto de En el valle de Elah. Y el resultado de tal conjunción es muy notable. Ya la secuencia de apertura es modélica para explicar en qué consiste el infierno de Bagdad: soldados patrullando por todas partes y sus inevitables bromas procaces, civiles suspicaces, el pánico ante las amenazas de bombas, la desconfianza de unos y otros… y el traje de artificiero, que parece propio de un cosmonauta, y subraya la idea de que los marines están verdaderamente en otro planeta, cuyas claves de inteligibilidad se les escapan.
Otros pasajes recuerdan al western, duelo al sol en el desierto bajo un calor infernal, lo que se subraya con la partitura de Marco Beltrami y Buck Sanders, suavemente evocadora de los filmes de Sergio Leone y Ennio Morricone.
Gran mérito del film es su huida constante del tópico. No estamos ante el elemental heroísmo de tantas películas bélicas. Tampoco se cae en la simple desmitificación típica de los títulos sobre Vietnam, opción seguida por Redacted de Brian de Palma o la miniserie Generation Kill. Es todo más complejo, y por ello, más creíble. Con inteligencia, se deja de lado la cuestión política -no se menciona a Bush en ningún punto del metraje-, optando por entregar hechos harto elocuentes, que permitirán al espectador sacar sus conclusiones. Como la detención de un taxista con un arma apuntándole a la cabeza, con la ironía que explica en gran parte la tragedia de la ocupación americana, de que «o era insurgente, o ha pasado a serlo».
Tampoco se cae en la tentación de mostrar a unos mandos lerdos, que no se enteran de nada. Y los protagonistas están lejos de ser unos tarados: son personas normales, auténticos camaradas, con familia, capaces de congeniar con Beckham, un chaval nativo; no desprovistos de problemas, tal vez adictos a las emociones fuertes, o su contrario, intentan evitarlas, pero ni una cosa ni otra les llena de orgullo, simplemente procuran hacer lo que mejor saben, encajar en el puzzle iraquí.
El reparto es perfecto, está hecho con inteligencia. El trío de actores principales resulta bastante desconocido -genial Jeremy Renner, que compone un personaje muy poliédrico; totalmente en su sitio Anthony Mackie y Brian Geraghty-, una astuta opción, como lo es la de apuntar a nombres que suenan para papeles pequeñitos –Guy Pearce, Ralph Fiennes-.