Título Original: También la lluvia. |
SINOPSIS
Costa, un descreído productor de cine, y Sebastián, joven e idealista realizador, trabajan juntos en un proyecto ambicioso que van a rodar en Bolivia. La cinta que van a filmar tratará sobre la llegada de los españoles a América poniendo el acento en la brutalidad de su empresa y en el coraje de varios miembros de la Iglesia que se enfrentaron con palabras a las espadas y las cadenas. Pero Costa y Sebastián no pueden imaginar que en Bolivia, donde han decidido instalar su Santo Domingo cinematográfico, les espera un desafío que les hará tambalearse hasta lo más profundo. Tan pronto como estalla la Guerra del Agua (abril de 2000) las convicciones de uno y el desapego del otro comienzan a resquebrajarse, obligándoles a hacer un viaje emocional en sentidos opuestos.
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CRÍTICAS
[Juan Pablo Serra, Colaborador de CinemaNet]
Cuando lean estas líneas, casi se habrá hecho público si esta película —seleccionada por España para los premios Oscar— ha sido nominada en la categoría de mejor película de habla no inglesa. No obstante, que el último trabajo de Icíar Bollaín consiga o no estar entre las cinco nominadas no debería condicionar su decisión de ir a ver esta interesante y valiente película. Pues lo cierto es que la cinta merece la pena, y mucho. Veamos por qué.
La acción arranca en los alrededores de Cochabamba, en Bolivia, a donde se desplaza en abril del 2000 un equipo de cine hispánico para rodar la historia del desembarco de Colón en América y lo que siguió a tal descubrimiento: la explotación de los recursos materiales de las Antillas, la práctica esclavitud a que se sometió a la población indígena y la enérgica reacción de unos pocos dominicos ante estos abusos. Pero el rodaje se complica cuando estalla “la guerra del agua”, que es como se conocieron entonces las protestas por la privatización del abastecimiento del agua municipal en Cochabamba. A la tensión social, política y policial que se apodera de la ciudad en pocos días, se añade el hecho de que Daniel, uno de los actores locales —fundamental para la película—, se implica de modo activo en las protestas, poniendo en riesgo la finalización del rodaje e incluso su propia vida.
Como se puede deducir por la sola lectura del argumento, También la lluvia alberga tres películas en una: por un lado, está la película de ficción sobre Colón, los indígenas y la conversión de Las Casas tras escuchar el famoso sermón de Montesinos, que fue el germen del guión que Paul Laverty comenzó a escribir hace ocho años y que, en la película, Bollaín visualiza en imágenes de gran fuerza e intensidad. Por otro lado, está la película sobre la película, esto es, la película sobre la filmación de esta historia, que pivota sobre la figura del director del film —Sebastián, un joven e idealista realizador mejicano— y el productor de la cinta —Costa, un “solucionador de problemas” tan pragmático como falto de escrúpulos—. Y, por si fuera poco, además está la película social sobre la protesta de los bolivianos por la subida de los precios del agua.
Todo esto sólo quiere decir una cosa, y es que estamos ante una película compleja. Compleja como reflejo de la Historia —que, en un cierto sentido (hegeliano), avanza a base de conflictos— y de la historia reciente, que muestra que la liberalización de servicios públicos no es un asunto neutro, meramente técnico o fácil de resolver. Posiblemente, la película sea compleja también como reflejo de conflictos personales entre Bollaín y Laverty —pareja en la vida real y padres de tres hijos—, el productor Juan Gordon —que ha hecho una apuesta monetaria arriesgadísima— e incluso los actores Luis Tosar y Gael García Bernal —a quienes toca interpretar personajes no siempre simpáticos—.
Pero, en realidad, la película es compleja como reflejo de una tensión más profunda y más permanente entre el cine… y la vida. La tensión que subyace al film es la misma que se adivina en preguntas como ¿es el arte un lujo? ¿es superfluo? ¿podemos hacer cine cuando un pueblo no tiene ni agua? En el punto decisivo del film, Costa se ve en la tesitura de trasladar el equipo de rodaje a una población alejada del conflicto del agua o, por el contrario, ayudar a una madre cuya hija yace herida en un hospital en medio de la agitada Cochabamba. En la respuesta de Sebastián (“este conflicto pasará, pero nuestra película quedará para siempre”), se adivina la tensión a la que me refiero y que, formulada en forma de pregunta, sería ¿podemos aspirar a lo eterno cuando hay asuntos más… urgentes?
Como se ve, no es una cuestión menor, pues la respuesta nos obliga a comprender quiénes somos y para qué estamos hechos, y a asumir que el ser humano es constructor de Historia y transformador del mundo. Es decir, pareciera que lo primero a que está obligado el ser humano es a vivir y mejorar las condiciones de la existencia… pero ¿podría hacerlo sin ideas y proyectos inspirados por la imagen de un mundo mejor? ¿no es precisamente el arte o la capacidad estética lo que posibilita imaginar esto?
La relación entre la vida y la ficción que aparece en el film es sumamente dramática, de ahí que las escenas clave, para quien esto escribe, sean dos. Por un lado, el momento en que Antón se lamenta en su habitación de que en el guión no haya espacio para que su personaje, Cristóbal Colón, pueda expresar sus dudas y zozobras. Y, por otro lado, el momento escalofriante en que Sebastián explica a un grupo de madres indígenas que, en la escena que toca rodar a continuación, deben ahogar a sus hijos en el río y éstas se niegan. Por más que lo que van a hundir bajo el agua sean muñecos, son incapaces de imaginar la sola idea de hacer lo que esto representa. Al no entender Sebastián su negativa, Daniel será firme: “hay cosas más importantes que tu película”.
Son dos escenas muy significativas. En la primera, se denuncia en cierto modo la limitación de la ficción para reflejar la vida con su infinita variedad y riqueza de matices. Pareciera que la vida, tal como es, no puede traspasar a la ficción, concebida como un artificio que forzosamente debe simplificar las cosas que narra. Pero, por otra parte, pareciera que tampoco la ficción puede acceder a ciertas partes de la vida, pues, como le ocurre a Sebastián, su empeño por registrar un hecho histórico cierto desde la ficción se topa con la negativa de aquellas mujeres y su convicción de que hay ciertas cosas que —por más que sean verdad— no merecen ser revividas ni representadas en cine.
Esta dicotomía entre cine o vida aparece por todas partes a lo largo del film. Y desde distintas posiciones, todos optan por una o por otra. Es la visión de las autoridades, que entienden que el cine tiene su espacio, pero cuando se dice “¡corten!” empieza la vida con sus exigencias y restricciones (ver la escena en que arrestan a Daniel nada más terminar su escena). Es la visión del director del film, Sebastián, que lo expresa con claridad durante el casting, “la película es lo primero, siempre”. Es la visión de los actores que, dependiendo de las circunstancias, eligen el cine (y se identifican con sus personajes de un modo apasionado) o la vida (pidiendo un billete para volver a casa cuando estallan las protestas). Es la visión también de los extras locales, que claramente eligen la vida, pues para ellos el cine es sólo un medio de conseguir dinero para ir tirando. Y, curiosamente, esta separación radical entre arte y vida la comparte la gente del oficio del cine, obligada a elegir entre la profesión y la vida personal (“este oficio jode las familias”, dirá Costa, tras mencionar que tiene un hijo de 14 años a quien no conoce).
Esta tensión —fácilmente trasladable al problema de la relación entre pensamiento y vida— se presenta en el film como permanente y, afortunadamente, en la pantalla no se pronuncia ninguna solución teórica a este problema. Pero sí se soluciona de un modo existencial. Es decir, se ve que sí cabe una síntesis entre cine y vida. Y se ve, sobre todo, en aquellas secuencias donde queda claro que el cine afecta a la vida: la escena de las madres en el río o el visionado del material diario por parte de Belén, la hija de Daniel, y su reacción a la escena en que ella aparece (“es una escena triste pero interesante”) donde se advierte que la niña no separa cine y vida sino que las une (es una escena triste por lo que cuenta, pero interesante por lo que me ilumina en mi propia vida).
El único reparo que cabría poner al film es que, aunque la historia tiene interés humano y social y su argumento “engancha”, el dibujo de los personajes principales no está tan logrado como cabría esperar. Ciertamente, se ve una evolución en Costa, que pasa de considerar que el conflicto del agua “no es mi problema” a atender la petición de una madre que le reclama “sólo tú puedes ayudarme”. También se observa una cierta involución en Sebastián, que empieza siendo idealista (quiere rodar la historia de la voz de la conciencia contra un imperio) y un tanto ingenuo (“hay que contar todo lo que pasó”) y acaba aislado del resto. Pero la relación que debía quedar mejor perfilada y que más atrae al espectador, que es la de Costa con Daniel —indígena, padre de familia, “peleón” y superviviente nato—, apenas está sugerida por miradas y unos pocos diálogos cortantes y tirantes, con lo cual no se observa ni es creíble el surgimiento de una amistad en ellos que justificase de algún modo el abrazo final con que se despiden. Y, lo que es peor, esta falta de desarrollo en los personajes debilita el momento crucial del film —cuando Teresa ruega la ayuda de Costa para ir a buscar a su hija herida—, pues parece que, de repente, Costa reniega de su “viejo yo” para adoptar una postura comprometida ante la realidad que no está del todo justificada por sus actos anteriores.
En todo caso, se trata de un defecto no menor pero sí sobradamente compensado por la puesta en escena, la siempre evocadora música de Alberto Iglesias y las excelentes interpretaciones de Karra Elejalde y Luis Tosar.
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Comparto plenamente tu opinión acerca de la relación entre Costa y Daniel. Para mi no queda bien explicado el cambio que se debe producir en Costa para que opte por rescatar a la niña en lugar de continuar con el rodaje.
Aun así, me parece un peliculón. Bravo por la Sra. Bollaín.
completamente de acuerdo. ese es el punto más débil de la película…No hay quien se lo crea…
SPOILERS!!!
Ese, y luego el «momento quéhacesaquí», cuando Costa ha salido corriendo a buscar a Daniel para llevarle con su hija y (cambio de plano) llega al almacén abandonado y aparece Daniel. Yo esperaba que saliese corriendo a llevarselo al hospital, pero no…tan panchos… «Se supone que ha pasado al menos un día» -me dicen-…¿y eso donde se ha sugerido????
y la película que tiene que ver con la iglesia mediante la conquista de america