[Guillermo Callejo. Colaborador de Cinemanet]
Para un guionista y para un director es más tentadora la idea de culminar la película con unos fotogramas sobrecogedores o sorprendentes que abrir el telón de un modo excepcional, llamativo. Quizá por eso, porque parece más decisivo dar con un cierre genial, los fracasos son más frecuentes y cuesta encontrar un puñado de finales antológicos, de esos que brillan con luz propia y arrancan al espectador una sonrisa sincera, un grito de júbilo, un aplauso incontenible, un dulce sollozo que nos sumerge en un mar de reflexiones y pasiones.
Si en el anterior artículo enumeramos, según los géneros cinematográficos más conocidos, algunos ejemplos de comienzos estelares o significativos, ahora le toca el turno a los finales. Y, como en la otra ocasión, citaré unos cuantos. Hay más, por supuesto:
Drama: en este tipo de obras es más esencial que nunca saber rematar la faena, porque el espectador ha estado durante los minutos previos identificándose con los personajes, sufriendo sus penas y disfrutando con sus alegrías. Así lo ilustran dos títulos soberbios: Senderos de gloria y La vida es bella. El primero es quizá el mejor largometraje de Kubrick, pues pocas cámaras frente a unos rostros mudos han logrado decir tanto de una forma tan simple. La trama de unos soldados franceses que optan por retroceder ante el enemigo alemán durante un enfrentamiento en la Primera Guerra Mundial acaba suscitando muchos interrogantes en la cabeza del espectador, y la secuencia final sólo acrecienta esas preguntas. En cuanto al magistral producto de Benigni, a muchos les disgustará el desenlace, tal vez por la inercia emocional que nos lleva a desear un final feliz, pero el director quiere recordarnos a todos la dureza del Holocausto, que afectó a miles de familias, sin importar su mayor o menor simpatía.
Acción, thriller: lograr someter al malo y ensalzar las virtudes del héroe es, claro está, lo que el espectador espera en los largometrajes de esta índole. Así de sencillo. La proeza consiste en ir un paso más allá, como ocurre en Sospechosos habituales, de Bryan Singer, que más o menos sigue el esquema previsto y, sin embargo, lo sabe romper a tiempo. El caso de Braveheart carece de ese giro de 180º que descoloca a la audiencia, pero a cambio ofrece un final lleno de fuerza y contundencia visual como pocos.
Comedias o románticas: quizá es el género que con más facilidad recurre a cierres supuestamente sorprendentes, si bien en realidad no lo son tanto porque, al tratarse de comedias, sabemos que la pareja acabará unida, que los amigos obtendrán su triunfo o que el protagonista saldrá bien parado. No obstante, existen excepciones a esta regla. El golpe, por ejemplo, elude los clichés gracias al guión de David S. Ward: pese a ser una historia de tramposos y estafadores, los imprevistos se suceden sin parar hasta derivar en un final memorable. Con Nueve reinas, otro tema sobre ladrones, esta vez a cargo del gran Bielinsky, pasa algo similar. Si nos vamos a casos de romance, Thelma y Louise (de Ridley Scott) llama bastante la atención, aunque habrá que convenir que también incluye muchos elementos de drama.
Suspense: voy a citar dos películas ineludibles: Seven, de Fincher, y Psicosis, de Hitchcock. No creo que haga falta explicar nada más, pues quien las haya visto entenderá que las mencione, y quien no lo haya hecho no necesita más información… que las vea y sienta cómo se sacuden sus entrañas.
Me dejo en el tintero muchos finales sabrosos, lo sé, como el de Casablanca, Con faldas a lo loco, Sin perdón, El sexto sentido, Lost in translation o El efecto mariposa. Lo que sí creo es que no son tantos como pueda parecer a simple vista. Se admiten más -y mejores- títulos.
Me ha gustado mucho el artículo. Bien explicado y ejemplos elocuentes. ¿Cada cuánto escribes? Un saludo.
Hola, Íñigo. Gracias por tus palabras y perdón por la tardanza. Pues escribo cada dos o tres semanas, aproximadamente.