[Guillermo Callejo. Colaborador de Cinemanet]
Para ser exactos, el remake se define como “aquella producción audiovisual que reproduce fidedignamente la trama, personajes, ambientación y prácticamente cualquier detalle de una obra anterior. El término equivalente en español sería algo así como «refrito» o «reedición».
Avanzaré mi conclusión desde el principio, para que nadie se lleve a engaño: no soy partidario de los remakes. De ninguno. Siempre los he encontrado, en muchos aspectos, peores a las ediciones originales. Entiendo que algunos han logrado cosechar un éxito merecido, y que por tanto no son, en sentido estricto, criticables, pero al mismo tiempo pienso que su punto de partida no es original, auténtico, y que por consiguiente no habrá sorpresa alguna. La expectación y el desconcierto exigibles a toda obra de arte no tienen cabida en un remake, lo cual le quita buena parte de su encanto.
La tendencia, cada vez más socorrida, de rehacer una obra cinematográfica suele carecer de mérito, porque, por lo general, se aprovechan de la fama que precedió al primer filme. Aunque ahora le asistan más recursos, cuente con mejor reparto, no tenga problemas de financiación y logre publicitarse todo lo que quiera, lo cierto que es que nunca estará en igualdad de condiciones. En una palabra, sacar adelante el remake no es tan meritorio.
Dentro de la amplia variedad de remakes, hay unos mejores que otros, por supuesto. Llama la atención enterarse, por ejemplo, de que el Scarface de 1983, dirigido por Brian de Palma y escrito por Oliver Stone, fue rodado inicialmente por Howard Hawks; de que la oscarizada Infiltrados (2006) tampoco fue una versión original (al igual que no lo fue la intrigante e inolvidable El cabo del miedo, también de Scorsese); o de que El tren de las 3:10 (2007) repetía una historia narrada visualmente 50 años antes y protagonizada, en aquella ocasión, por Glenn Ford. Claro que son películas excelentes, pero no poseen el valor de las primeras versiones ni conservan esa aura de originalidad que convierte a éstas en irrepetibles.
Por mucho que La mosca (1986), de David Cronenberg, genere una tensión que ciertamente no conserva ya el largometraje inicial de 1958, o que el King Kong (2005) de Peter Jackson, muy efectista y lleno de acción, sea más palomitero que el de los años treinta o el de los setenta, uno termina, creo, suspirando con las versiones antiguas.
El laureado Steven Sorderbergh, pese a su incuestionable pericia tras las cámaras, no provocó con Solaris (2002) la aclamación popular que sí suscitó Tarkovskiy en 1972. Kenneth Branagh salió, sin duda, muy bien parado tras su versión de Frankestein (1994) –gracias, no nos engañemos, a unos intérpretes sensacionales, entre otros Robert De Niro y Helena Bonham Carter-, al igual que Tim Burton con Charlie y la fábrica de chocolate (2005). Son ejemplos de buenos directores que han sabido airosos de una situación tan delicada y comprometedora como la de readaptar lo ya hecho. Dudo, eso sí, que cualquiera de ellos ambicionara superar con creces a sus predecesores. O pasar a la historia.
¿Y los remakes más nefastos? Me cuesta no citar Crimen perfecto (1998) (¿cómo pudo Andrew Davis atreverse siquiera a manosear una de las producciones más excepcionales de Hitchcock?), Vanilla Sky (2001) (readaptación de la genial Abre los ojos, de Amenábar), La guerra de los mundos (2005) (en mi opinión, uno de los fracasos más sonados y merecidos de Spielberg) o The Ring (2002) (la versión japonesa (1998), de Nakata, la supera con creces). La lista es grande, claro está.
El tema es opinable, qué duda cabe, y si directores de la talla de Scorsese, De Palma o Spielberg se lanzan a la aventura del remake, es porque existen alicientes para hacerlo. En cualquier caso, y llámenme conservador -o concíbanme chapado a la antigua-, prefiero que los guionistas se luzcan y hagan siempre alarde de la creatividad que caracteriza al ser humano.
Ni conservador ni, mucho menos, chapado a la antigua. Eres un clásico, Guillermo: todo un clásico 😉
Chapeau!
En general estoy de acuerdo contigo…aunque a veces sale mejor el remake que el original. O al menos a mi me gusta más, por ejemplo en «El hombre que sabía demasiado» o «Tú y yo»…no puedo evitar pensar que habría sido una lástima no contar con la segunda versión 😉
Marta, muchas gracias, como siempre!!
Belvis, creo entender lo que dices. Desde luego, tus dos ejemplos son muy ilustrativos. Y en cierto sentido es cierta tu tesis: nos gustan más y saben sacar más jugo a la historia original. Pero, al mismo tiempo, carecen de autenticidad y de esa cualidad de «estreno» que posee toda obra artística. No sé si me explico… gracias por tus palabras.
El «remake» viene haciéndose desde hace muchos siglos en la historia de las artes plásticas y visuales, y precisamente su valor reside en la diferencia. En la distinta visión que tienen diferentes directores sobre la misma historia. En el cómo son capaces de hacer cercano a un público actual una historia que si no muchos de ellos no habrían conocido.
Niguno condenaría las Meninas de Picasso por el hecho de que Velázquez ls pintara antes, o el sembrador de Van Gogh porque fuera una copia (con marca personal) de Millet.
Ginelo, no lo había pensado así, la verdad. Agradezco que ofrezcas tu punto de vista. Entiendo lo que dices, pero al mismo tiempo sigo pensando que en el cine no existe esa necesidad de «hacer cercano a un público actual una historia que si no muchos no habrían conocido». A diferencia de las artes plásticas, en donde resulta esencial hallarse físicamente frente a un cuadro, en el cine no hay distancias temporales ni espaciales. Por eso no creo que haga falta reinventar una misma película. Sí caben reinterpretaciones, como las que se han hecho de historias bíblicas, de El Señor de los Anillos o de la vida de Nerón… pero eso ya no son «remakes.»
Gracias otra vez.