Hugh Jackman protagoniza este tenso y brillante thriller sobre la situación angustiosa de un padre tras el secuestro de su hija. La historia invita a la reflexión sobre la situación de las víctimas frente a la ley y pone a prueba, de manera extrema, hasta dónde se llega —y sobre todo, hasta dónde se puede llegar— por la protección de la familia.
ESTRENO Título original: Prisoners. |
SINOPSIS
Keller Dover se enfrenta a la peor pesadilla de un padre: Anna, su hija de seis años, ha desaparecido, junto a su amiga Joy, y a medida que los minutos se convierten en horas, le va invadiendo el pánico. La única pista es una destartalada autocaravana que estuvo aparcada anteriormente en su calle. Encabeza la investigación el detective Loki, quien detiene a su conductor, Alex Jones, pero la falta de pruebas lo obliga a devolverle la libertad. Aunque la policía sigue múltiples pistas, la presión va en aumento al saber que la vida de su hija está en juego. El desesperado Dover decide que no tiene más remedio que ocuparse personalmente del asunto, pero ¿hasta dónde está dispuesto a llegar este padre desesperado para proteger a su familia?
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín – COPE]
Keller Dover (Hugh Jackman) es un cívico y cristiano carpintero que vive en una pequeña localidad del profundo Sur de Estados Unidos. Un día de Acción de Gracias, él y su esposa Grace (Maria Bello) se enfrentan a la peor pesadilla de unos padres: Anna (Erin Gerasimovich), su hija de seis años, desaparece junto a su amiga Joy (Kyla Drew Simmons), hija pequeña de sus vecinos afroamericanos Nancy (Viola Davis) y Franklin (Terrence Howard). A medida que los minutos se convierten en horas, les va invadiendo el pánico a todos. La única pista la da Dylan (Ralph Dover), el hijo adolescente de Keller: una destartalada autocaravana que estuvo aparcada anteriormente en su calle. Encabeza la investigación el detective Loki (Jake Gyllenhaal), que detiene al conductor de la autocaravana, el fronterizo Alex Jones (Paul Dano). Pero la falta de pruebas le obliga a devolverle la libertad. Aunque la policía sigue múltiples pistas, la presión va en aumento sobre los padres. El desesperado Dover decide entonces ocuparse personalmente del asunto.
Tras el éxito internacional de “Incendies”, el cineasta canadiense Denis Villeneuve (“Maelström”, “Polytechnique”, “Enemy”) debuta en Hollywood con “Prisioneros”, un claustrofóbico thriller policíaco en el que enfrenta a Hugh Jackman y Jake Gyllenhaal, metidos hasta los tuétanos en sus antagónicos personajes y muy bien secundados por el resto del excelente reparto. El guion de Aaron Guzikowski (“Contraband”) perfila al detalle las muchas aristas dramáticas de los dos protagonistas —no tanto, las de los demás personajes—, al tiempo que, a través de numerosos giros inesperados, desarrolla una intriga de intensidad creciente, reforzada por una lúcida inmersión en la paternidad y la maternidad heridas, la tentación individualista de salirse del sistema y tomarse la justicia por su mano, y los singulares abismos de la locura y la maldad humanas. Más equívoca resulta la visión de la religión que presenta el filme, aparentemente crítica en su planteamiento y desarrollo —en cuanto el protagonista deja de vivir la caridad cristiana en que cree, y en toda la confusa subtrama del sacerdote—, pero elogiosa en su desenlace, como fuente de arrepentimiento y asidero ante la desesperación.
Al estilo de David Fincher en “Seven” y “Zodiac”, y de Clint Eastwood en “Mystic River”, Villeneuve traduce en imágenes todo ese rico material dramático creando una atmósfera angustiosa e insana a través de su puesta en escena, de potente planificación y cortante montaje, y muy bien apoyada por la sensacional fotografía del maestro Roger Deakins y la inquietante banda sonora de Jóhann Jóhannsson. Con todo ello, el espectador es atrapado sin remedio desde el original arranque hasta el antológico desenlace, y forzado —como pretendía el director— a preguntarse a sí mismo: “¿Yo qué haría en una situación tan terrible?”. No es fácil la respuesta.
[Enrique Almaraz, Colaborador de CinemaNet]
¿Hasta dónde llegar por proteger a la familia?, se pregunta este tenso y emocionante largometraje del canadiense Denis Villeneuve. Difícil pregunta para una prueba extrema a la que son sometidos dos matrimonios cuyas hijas pequeñas desaparecen. El foco se centra en el papel de Keller Dover, interpretado por el excelente último Premio Donostia, Hugh Jackman, que aparca el tirón de su atractivo físico para ofrecer una actuación dura e intensa como nunca antes había tenido.
La puesta en libertad del principal sospechoso enciende la mecha del eterno dilema, aquel donde las líneas de acción se rompen en pedazos hasta desaparecer, por la fuerza titánica de la motivación. Difícil describir el sentimiento de impotencia e indefensión cuando, según la sensación generalizada, las leyes parecen más orientadas a proteger a los culpables que a las víctimas, y ahí es donde entra en juego la gran cuestión: ¿hasta dónde llegar? Más preguntas se unen: ¿se puede hacer más? Y sobre todo, ¿se debe? La famosa frase “el fin no justifica los medios”, tan manida, tan usada a la ligera, tan equivocadamente dogmatizada, cobra sentido para el debate. ¿Qué fin? ¿Qué medios? No es tan sencillo, precisa de matices. La rotundidad en la negativa desde el punto de vista legal no es necesariamente tan contundente desde el moral. Por eso la reflexión es tan imperiosa. Keller actúa de manera emocional, pero no exclusivamente así. Es decir, no solamente puede afirmarse que el ineludible examen de conciencia llegará, sino que ya ha llegado. Como muestra, el momento en que, rezando el Padrenuestro, es incapaz de pasar del fragmento “perdona nuestras ofensas” porque aún no puede cumplir las difíciles palabras siguientes. La acción necesita meditación, más de la por Keller empleada. Aun así, juzgarlo se presume demasiado difícil sin haber pasado por lo mismo.
Según lo anterior, la trama plantea más que aquello en lo que acierta a definirse, muy probablemente como puro reflejo de lo que, sin duda, se vive en una situación tan dramática: la angustia extrema y un torbellino indescriptible de emociones, donde decantarse por la razón frente al corazón es la prueba más dura. De todo esto se puede concluir que la película acierta más en el retrato del dolor —especialmente en la figura del padre, Keller— que como manual operativo de las buenas maneras, probablemente porque no lo pretende. Ésa es ya labor del espectador: prevención, entrega, sacrificio, esperanza, sensatez y justicia, con el amor como origen, motor y destino.
A pesar de algún innecesario cabo suelto —como el cura que se toma la justicia por su mano, un cabo suelto en cuanto a la condición sacerdotal, más que a la concreta relación con la historia, absolutamente clara— y algún que otro tópico, “Prisioneros” destaca por su tensión de principio a fin, con un gran pulso narrativo y que se ve con una inevitable sensación de incomodidad, la propia de su temática. Quédense con el título porque tiene su significado, más allá de la literalidad en cuanto a privación de la libertad.
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