La revelación de las últimas fechas es esta entretenida mascarada sobre la picaresca, la reinvención y la supervivencia, cuyos mezcla de géneros, ambientación ‘retro’ y plantel estelar interpretativo le han otorgado una posición ventajosa de cara a diversos premios. Aun así, la película se queda corta respecto a las ricas posibilidades dramáticas y morales de su argumento, por lo que en este juego de apariencias no falta, tampoco, cierta sobrevaloración.
ESTRENO Título original: American hustle. |
SINOPSIS
Irving Rosenfeld, un estafador brillante y su astuta y seductora compañera, Sydney Prosser, se ven obligados a trabajar para un tempestuoso agente del FBI, Richie DiMaso, quien los arrastra al mundo de la política y la mafia de Nueva Jersey, tan peligroso como atractivo. De allí es Carmine Polito, un apasionado y volátil político atrapado entre los estafadores y los agentes federales. La impredecible mujer de Irving, Rosalyn, podría ser la que tire de la manta, haciendo que todo se desmorone.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín – COPE]
Películas como “Flirteando con el desastre”, “Tres reyes”, “Extrañas coincidencias”, “The Fighter” o “El lado bueno de las cosas” han convertido al neoyorquino David O. Russell en uno de los cineastas de moda en Hollywood. Ahora confirma esta condición en su última película, “La gran estafa americana”, una entretenida farsa de corrupción, amor, reinvención y supervivencia, libremente basada en el denominado Escándalo Abscam. Después de ganar diversos premios de la crítica y tres Globos de Oro —mejor película de comedia o musical, actriz de comedia o musical (Amy Adams) y actriz de reparto (Jennifer Lawrence)—, ahora opta a diez Oscar y diez Premios BAFTA, incluidos los más importantes.
Nueva Jersey, 1978. El fondón Irving Rosenfeld (Christian Bale) y la seductora Sydney Prosser (Amy Adams) son dos brillantes timadores profesionales, especializados en turbias inversiones financieras y artísticas. Tras varios años de fructífera relación profesional y afectiva, son detenidos por Richie DiMaso (Bradley Cooper), un ambicioso agente del FBI que les obliga a trabajar para él. Su objetivo es destapar la vinculación con la mafia de diversos congresistas y senadores corruptos. Para ello, contactan con Carmine Polito (Jeremy Renner), el apasionado, comprometido y popular alcalde de Atlantic City, al que Rosenfeld, Prosser y el propio DiMaso ponen en contacto con el ficticio jeque árabe Abdullah (Michael Peña), que está interesado en invertir una millonada en la ciudad. Pero la ofendida e impredecible esposa de Rosenfeld, Rosalyn (Jennifer Lawrence), interfiere en la operación.
Lo mejor de esta película son las espléndidas interpretaciones de todo el reparto, especialmente del quinteto protagonista, cuyas casposas caracterizaciones setenteras —espléndidos el vestuario de Michael Wilkinson, el maquillaje, los peinados…— les alejan de sus ‘looks’ habituales. De este modo resultan entrañables los agobiados timadores Irving y Sydney, la estridente Rosalyn y hasta el engañado alcalde Polito; y genera creciente repulsión el codicioso policía DiMaso que, en su afán de ascender, provoca la misma corrupción que luego persigue. El único miedo real —y casi sin violencia física— lo genera Robert De Niro en su breve pero eléctrica aparición, que se convierte en un brillante homenaje a su caracterización más celebrada: la de mafioso cruel y sin escrúpulos.
Como se ve, el guión de David O. Russell y Eric Singer ofrece un sabroso cóctel de géneros: comedia, drama, intriga política y de mafiosos… Además, goza de suficientes diálogos chispeantes y golpes de humor negro, muy adecuados para el juego de apariencias, engaños y mentiras que propone, demoledor respecto al llamado sueño americano. Por su parte, la fluida y naturalista puesta en escena mima a los actores, y saca partido a la esmerada ambientación de Judy Becker, a la matizada fotografía de Linus Sandgren y a la notable partitura de Danny Elfman, completada por una magnífica selección de canciones de todos los géneros, con Duke Ellington como rey de la función. En este sentido, “La gran estafa americana” recuerda para bien a filmes clásicos como “El golpe”, o modernos, como la saga iniciada por “Ocean’s Eleven”, y se aleja del cínico pesimismo de “El lobo de Wall Street”, de Martin Scorsese, con la que tiene bastantes puntos en común.
Sin embargo, resultan excesivos tantos reconocimientos a la película, pues no aporta demasiado desde el punto de vista formal —es demasiado imitativa del cine de Scorsese—, y su ambiguo tratamiento de fondo —lleno de grises— sólo da a luz una idea brillante: “No te puedes engañar a ti mismo por mucho tiempo. Así que más vale que hagas bien tu próxima reinvención”. Se apunta, eso sí, la pérdida del sentido ético como una de las causas principales —si no, la principal— de la actual crisis económica y social. Y, frente a ingenuos buenismos, la película subraya certeramente la fragilidad de la naturaleza humana, capaz de grandes empresas, pero constantemente amenazada por su tendencia innata hacia el lado oscuro. Pero se queda corta respecto a las ricas posibilidades dramáticas y morales de su argumento, al menos en comparación con otras grandes películas de la última década. Además, abusa de un tono descarnado y grosero, a veces desagradable. Queda, en definitiva, una mascarada entretenida y maravillosamente interpretada, pero no memorable, con demasiados fuegos de artificio y mucho más intrascendente y perecedera de lo que dicen algunos.
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