The Grandmaster no es un biopic, sino un filme épico con todas las letras, que nos ofrece una lectura apasionada de la historia de China a lo largo del siglo XX desde un determinado prisma. Es una obra personalísima de Wong Kar-Wai, un relato que se condensa desde lo reflexivo y lo introspectivo, si bien la arquitectura narrativa, bien compleja.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET
Título original: Yut doi jung si
País: China
Año: 2013
Dirección: Wong Kar Wai
Intérpretes: Tony Leung (Ip Man), Zhang Ziyi (Gong Er), Chen Chang (La Navaja), Qingxiang Wang (Gong Baosen), Tielong Shang (Jiang), Benshan Zhao (Lianshan Ding), Jin Zhang (Ma San).
Guión: Wong Kar-wai, Xu Haofeng y Zou Jingzhi.
Música: Shigeru Umebayashi.
Fotografía: Philippe Le Sourd
Distribuidora en cine: Golem
Duración: 130 min.
Género: Drama
Estreno en China: 8 de Enero de 2013
Estreno en España: 10 de Enero de 2014
SINOPSIS
El maestro Ip Man se enfrenta con una veintena de luchadores en medio de una lluvia torrencial que anega de charcos un polígono de batalla de tintes góticos. Es la rivalidad que enfrenta a los jefes de clanes del Norte y Sur de China en las primeras décadas del siglo XX. El norte tiene a Gong Baosen, en el Sur su paladín es un deslumbrante Ip Man por su destreza en la técnica Wing Tsun. Gong e Ip Man convienen, combinando prudencia y honor, que China es muy grande y que hay sitio para los dos y para difundir sus respectivos magisterios dentro y fuera del país, al tiempo que se preparan para los nuevos tiempos. Nuevos tiempos marcados por la invasión de los japoneses, la llegada de penurias de todo tipo y el enfrentamiento por la sucesión en el liderazgo
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín – COPE]
Nacido en Foshan, Guangdong, China, el 1 de octubre de 1893, y fallecido en Hong-Kong, el 2 de diciembre de 1972, Yip Kai Man, más conocido por Ip Man, fue un prestigioso maestro (Sifu) de las artes marciales chinas en su estilo Wing Chun, famoso sobre todo por ser el profesor de Bruce Lee en su juventud. Recientemente, el actor y director hongkonés Wilson Yip (2002, Duelo de dragones), realizó una serie de notables películas sobre su vida: Ip Man (2008), Ip Man 2 (2010), Ip Man. Nace la leyenda (2010) e Ip Man. La pelea final (2013). Mientras tanto, el prestigioso cineasta Wong Kar-wai (Chungking Express, Fallen Angels, Happy Together, Deseando amar – In the Mood for Love, 2046, My Blueberry Nights) —nacido en Shanghai, pero también afincado en Hong Kong— desarrollaba, con su habitual ritmo parsimonioso, otro personalísimo retrato de Ip Man, que por fin se ha estrenado con el título de The Grandmaster y con tres montajes diferentes: uno para China y Hong Kong de 124 minutos, otro para Europa de 114 minutos y un tercero para Estados Unidos de 100 minutos. Este último montaje ha sido recientemente preseleccionado para competir por el Oscar a la mejor película en habla no inglesa.
Aunque con órdenes diversos, y escenas suprimidas y añadidas, en los tres montaje se relata la madurez de Ip Man (Tony Leung), entre los 40 y los 55 años, marcada sobre todo por su elección como sucesor de Yutian Gong (Qingxiang Wang), el anciano e invencible maestro chino de la Escuela del Sur. Ip Man abandona así su acomodada y pacífica existencia, se aleja de su esposa e hijos, lucha con diversos rivales de las escuelas Xingyi y Baji, y se enfrenta con Er (Zhang Ziyi), la aguerrida hija del maestro Yutian Gong, que le desafía empleando el estilo llamado Bagua. La invasión de China por las tropas japonesas sume a Ip Man y a su familia en la miseria, mientras propicia el ascenso de los maestros más colaboracionistas. En 1948, Ip Man se trasladó finalmente a Hong Kong, donde comenzó a enseñar Wing Chun en un pequeño gimnasio.
A pesar del éxito de taquilla de The Grandmaster en China y Hong Kong, y del esfuerzo de Wong Kar-Wai para facilitar su seguimiento por el público occidental, una buena parte de la crítica ha reprochado la caótica estructura narrativa de la película, con constantes idas y venidas en el tiempo, no siempre bien hilvanadas, y sólo explicadas en repetitivos rótulos y narraciones en off. Otros también han criticado su abuso de los ralentizados, el montaje superfragmentado, una resolución fotográfica efectista y una violencia demasiado explícita, sobre todo en la segunda mitad del filme. Y también han sido cuestionadas sus largas disquisiciones filosóficas en torno al código de honor y el férreo sistema de valores de las artes marciales. No les falta razón a ninguno de ellos, pues esos defectos lastran sin duda la película, que parece mucho menos controlada por Wong Kar-wai que el resto de sus filmes.
Sin embargo, desde el primer encuadre, el visionario cineasta ofrece al espectador un festín para sus sentidos, gracias a una constante sucesión de imágenes fascinantes, de arrebatadora belleza, hilvanadas por una hipnótica planificación poético-simbólica, y fuertemente aderezadas con la sensacional banda sonora de su compositor habitual, el japonés Shigeru Umebayashi. En este sentido, brillan con luz propia las impresionantes secuencias de peleas, magistralmente coreografiadas por el mítico especialista Yuen- Woo Ping, que ya mostró sus cualidades en la saga Matrix, en Tigre y Dragón o en las dos partes de Kill Bill. Quizás un experto en el tema le ponga también pegas a su trabajo. Pero, desde luego, el espectador de a pie se queda deslumbrado con tal despliegue de energía física y mental en tan sugestivos escenarios. Eso sí, en todos sus montajes, la película sólo apunta sutilmente la relación profesor-alumno de Ip Man con Bruce Lee, lo que también puede ser un motivo de decepción para algunos. Los menos enterados seguiremos con la boca abierta hasta la mitad de los créditos finales, pues Wong Kar-wai ha insertado ahí una secuencia de regalo en la versión europea de la película.
[Sergi Grau – Colaborador de CinemaNet]
Las apariencias engañan. Por ejemplo, uno contempla la cronología filmográfica de Wong Kar-Wai y tiene la sensación de que The Grandmaster supone su regreso después de seis años en el dique seco (My Blueberry Nights, 2007, fue su película precedente); la perspectiva cambia cuando uno es informado de que la preparación de la película que nos ocupa llevó casi una década, y que el rodaje se inició en 2008 para terminar en 2012 (y la película se estrenó en China un año antes que aquí, a principios de 2013).
Otra apariencia engañosa: la sinopsis de la película: supuestamente un biopic, el de Ip Man, un legendario maestro de Kung Fu que vivió los convulsos años de las guerras y revoluciones de su China natal, y terminó exiliado en Hong Kong, donde ejerció como maestro de artes marciales, teniendo entre sus pupilos a Bruce Lee; no es engañoso que The Grandmaster se ocupe de la figura y de la vida de Ip Man, pero rigurosamente falso que nos hallemos ante un biopic en el sentido convencional del término: The Grandmaster es una obra personalísima de Wong Kar-Wai, definición ya sé que problemática a la que el cineasta responde de forma contundente en imágenes del primero al último instante del metraje, y por tanto es un relato que se condensa desde lo reflexivo y lo introspectivo, si bien la arquitectura narrativa, bien compleja –aunque desde un prisma distinto a la clase de complejidad de, por ejemplo, 2046 (2004)–, deja emerger ese relato introspectivo –cuyo protagonismo en realidad comparten en buena medida dos personajes, Ip Man (Tony Leung) y Gong Er (Zhang Ziyi)– de un marco contextual o crisol histórico, abordando con suma personalidad, sentido y sentimiento las piezas que vertebran el relato épico.
Por tanto, The Grandmaster no es un biopic, sino un filme épico con todas las letras, que nos ofrece una lectura apasionada, apasionante de la historia de China a lo largo del siglo XX desde un determinado prisma, de manera en el fondo equiparable a lo trabajado por Zhang Yimou en su también memorable ¡Vivir! (1990), por mucho que en aquélla el trasfondo realista imponía sus términos y aquí la temperatura expresionista del relato abone más bien la mirada a lo legendario. Pero concretemos cuál es ese prisma escogido por Wong Kar-Wai: la ciencia, método, técnica, filosofía de las artes marciales chinas, lo que comúnmente denominamos como Kung Fu.
El filme se esmera en detallar la existencia de diversas de esas artes marciales que el espectador profano en tales lides –y me cuento entre ellos– no discrimina de ese término genérico, Kung Fu. Ip Man, por ejemplo, es un maestro de Wing Tsun, una modalidad de pocas técnicas en su matriz teórica, a diferencia del más sofisticado estilo Bagua, el que practica Gong Baosen (Qingxiang Wang) y su hija Gong Er, caracterizado por la técnica llamada de las “64 manos”. ¿Pretende en ese sentido la película imprimir una lección sobre artes marciales? Sí y no. Wai y sus colaboradores en la elaboración del libreto, Zou Jingzhi y Xu Haofeng, tienen interés en desgranar esos matices en tanto que reveladores de diferencias entre personajes y ubicaciones geográficas en el complejo mosaico de la República China de los años precedentes a la invasión japonesa, para después expandirlo en el relato sobre el exilio que viven los personajes en la década de los años cincuenta y en Hong Kong. Los combates hombre a hombre (o a mujer, o de uno contra una pluralidad) que muestra la película funcionan, salvo el que sirve como prólogo de la película, como colisiones literales por conflictos de fondo (entre personajes o entre facciones sociales) en fricción, y la distinción entre esas técnicas colabora a su comprensión en detalle.
Esos combates, que soportan a priori parte importante de la potencialidad comercial de la película (el tagline de la misma en España es “Descubre la leyenda del maestro de Bruce Lee”) terminan siendo en realidad pocos, pero el lugar y definición que ocupan/aportan al relato es ejemplar, desde dos vertientes: primero, por cuanto tienen de culminación expositiva de conflictos y sus reflejos históricos; y segundo, principalmente, por la belleza impresa en esos enfrentamientos, cada uno resuelto de forma exquisita a través de set-piéces de manufactura siempre distinta llamadas a competir con los logros de secuencias similares que hallamos en epopeyas firmadas antes por cineastas como Ang Lee, el citado Yimou o John Woo, y donde brilla el trabajo coreográfico del especialista Wo Ping Yuen pero, por encima de todo, su absoluta armonía con un encourage escenográfico igualmente brillante y una labor de montaje bien idiosincrásica de las intenciones últimas del realizador de la película.
El guión presenta, como en otras películas del realizador de As Tears Goes By (1988), algunos agujeros importantes, principalmente en la edificación de un personaje satélite de la trama, el luchador de Baji llamado El Navaja (Chen Chang), cuyo papel en el entramado histórico se postula en un par de secuencias pero termina quedando un poco en el aire, devorado por el drama de los dos personajes principales. Empero lo anterior, fruto de un metraje reducido por razones diversas de la compleja producción de la película, The Grandmaster se erige en un ejercicio visual tan absorbente, fascinante y, a la postre, emocionante, que esas cuestiones referidas a la elucubración del guión no disminuyen un ápice el impacto de la película. Una película, repito, profundamente de su autor, en la que a pesar de comparecer suntuosos escenarios y algunos –pocos– planos de formidables exteriores nevados, discurre básicamente en una partitura visual marcada por los planos cortos, los breves movimientos de cámara, el montaje atento a la expresividad que anida en los primeros planos y una estilizadísima labor fotográfica –firmada por Philippe Le Sourd– que termina de sumergir el relato en ese aire de ensoñación y cerimoniosidad que los conocedores del cine del autor de In the Mood for Love reconocerán fácilmente.
Es admirable la capacidad de Wong Kar-Wai por no renunciar ni un ápice a su estilo, que es su forma de plasmar una determinada visión del mundo –o más bien una determinada aprehensión lírica del mismo– sin que se resienta, como sucede a lo largo del metraje, una visión lúcida de los socio-histórico, lograda con una desarmante economía de medios, sea mediante ese planteamiento que de lo parcial (el enfrentamiento entre norte y sur que tiene lugar en los primeros compases del filme) abraza lo global o a través de meticulosas soluciones de puesta en escena (v.gr. las tres breves secuencias que relatan el descalabro económico y emocional de Ip Man durante la ocupación japonesa, y que termina con ese primer plano de Tony Leung llorando por la pérdida de dos de sus seres queridos), y que, en el último tercio del metraje, centra especial atención a los antecedentes históricos del Hong Kong que ha sido escenario de las ficciones del cineasta, articulando así una línea de continuidad harto interesante con ese juego de reflejos que sus películas precedentes enhebraron en torno al ejercicio de la memoria, y que en última instancia desmienten toda esa pretensión glorificadora que la apariencia engañosa que mencionaba al principio puede otorgar a las expectativas del público, vistiendo en cambio un sentido retrato sobre el modo en que se eclipsaron unas figuras representativas, esto es una forma de entender el mundo, una cultura, devorada por la oscuridad irremisible de una Historia nefasta.
Porque, en sus últimos raíles, en ese reencuentro ya extemporáneo entre Gong Er y Ip Man en Hong Kong, queda servida la paráfrasis histórica que nos habla del triste exilio de los personajes, paráfrasis articulada en ese juego de espejos autorreferenciales aludido en el que uno no puede por menos que imaginar que Ip Man y Gong Er, más allá de su lugar en la Historia, pudieran perfectamente erigirse en la deriva trágica de dos personajes de esas ficciones de artes marciales que el periodista encarnado por Tony Leung escribía con la ayuda o complicidad de mujeres a las que amó en In the Mood for Love y 2046, y condenados a perderse, a quedar solos, como extraños, en la luz inhóspita de una calle que es una historia que se termina tras arrollar sus promesas, de la misma forma que le sucedía a Noodles (Robert De Niro) con la amistad de su viejo amigo Max (James Woods) y el amor de Deborah (Jennifer Connelly/Elizabeth McGovern) en Érase una vez en América (Sergio Leone, 1984), una obra cuyas resonancias alegóricas y trágicas guardan sin duda relación con las que emanan en el filme de Wong Kar-Wai, algo sancionado por una elección musical culminante harto llamativa, el tema de Deborah que Ennio Morricone compuso para la película de Leone, y que funciona de forma precisa y preciosa para enfatizar, desde la pista sonora, el hado melancólico que recubre el relato en su último suspiro, que nos enfrenta a una verdad invencible de la Historia, esta historia, y muchas otras de Wong Kar-Wai: la flecha jamás regresa al arco.
[Enrique Chuvieco – Colaborador de CinemaNet]
Un tren que sale de la estación es el telón de fondo de una larga pelea a muerte de dos luchadores orientales. Este tiempo dilatado –de imagen onírica- parece una metáfora distintiva de la película esperada –la última fue en 2007- del hongkonés Wong Kar Wai, The grandmaster, filme que consigue condensar ocasionalmente la definición certera de “la película de artes marciales”, pero que sucumbe en otros momentos a un narcisismo nada oriental, o ¿sí?
Se ansiaba la última obra del laureado director chino tras ponernos delante, entre otras, My Blueberry nights, 2046, Deseando amar, Happy togheter, Ángeles caídos y Días salvajes. Seis años ha dedicado para preparar minuciosamente este retrato sobre el Kung Fu y de todo lo que le rodea: sus maestros, sus códigos de honor, sus técnicas de defensa y ataque, su sentir de la vida… En The grandmaster, va volcando una forma de vida que ya conocíamos (aquí llegó hace tiempo la serie televisiva Kung Fu, con David Carradine) en la que subyace la posición vital de quienes la practican.
En la distribución, se acentúa que cuenta retazos de la vida del maestro que enseñó a Bruce Lee -aquel karateka que nos cautivó en los 70 con sus subyugantes patadas aéreas- los secretos del ancestral arte chino de combate, como si no fuera suficiente reclamo el nombre del realizador para llenar las salas de proyecciones.
Es visualmente deslumbrante el inicio del filme. El maestro Ip Man (Tony Leung, Ciudad doliente, Una bala en la cabeza, Deseo-Peligro, Días salvajes) se enfrenta con una veintena de luchadores en medio de una lluvia torrencial que anega de charcos un polígono de batalla de tintes góticos (Wong Kar Wai nos transmite a cámara lenta su fascinación por el agua: cómo cambia y se descompone). Es la rivalidad que enfrenta a los jefes de clanes del Norte y Sur de China en las primeras décadas del siglo XX. El norte tiene a Gong Baosen (Qingxiang Wang), en el Sur su paladín es un deslumbrante Ip Man por su destreza en la técnica Wing Tsun. Los prolegómenos del combate se acuerdan ceremoniosamente en el Pabellón de Oro, un distinguido burdel (sin escenas procaces) donde se juntan los responsables de las familias más importantes de ambas familias. Este lugar refinado lugar esconde también la sabiduría que ostentan algunas prostitutas en distintas técnicas de lucha.
Gong e Ip Man convienen, combinando prudencia y honor, que China es muy grande y que hay sitio para los dos y para difundir sus respectivos magisterios dentro y fuera del país, al tiempo que se preparan para los nuevos tiempos. Nuevos tiempos marcados por la invasión de los japoneses, la llegada de penurias de todo tipo y el enfrentamiento por la sucesión en el liderazgo, como le ocurre a Gong Boesen con su discípulo Ma San (Jin Zhang), quien le arrebata la jefatura del clan. Será la hija de aquel, Gong Er (Zhang Ziyi, Camino a casa, Tigre y dragón, Memorias de un gheisa), una diestra luchadora conocedora de la técnica de las “64 manos”, quien le vengue a pesar de la prohibición del padre.
En declaraciones, Wong War Kay afirma que se ha documentado extensamente sobre las artes marciales en su país, que no se entendería en aquellas décadas sin la práctica de estas técnicas de combate y filosofía de vida que relata en la cinta: “El camino de un gran maestro es ser, conocer, hacer”; “El Kung Fu está entre el plano horizontal y el vertical, la deshonra y la gloria”.
El director, y también guionista, Wong War Kay, es un maestro en muchas disciplinas, como en la fotografía, la planificación y urdiendo atmósferas (claroscuros, contraluces, imágenes en espejos o fumatas) y, en este último aspecto, lo hace con ensimismamiento con lo que “carga” la película con excesivo peso para lo que nos cuenta en algo más de 120 minutos; o, cuando menos, para nuestro rápido modo occidental de ver cine.
Esta dificultad la encontramos también para empatizar con los sentimientos de los personajes -a pesar de primeros planos visualmente potentes que jalonan el filme-, dada su contención emocional, típica de la idiosincrasia oriental.
El resultado final de The grandmaster es cierta desazón porque esperábamos bastante más, máxime cuando hay momentos cinematográficamente sublimes, sobre todo en las peleas, en los que asistimos a un derroche de maestría difícil de aferrar en filmes de este tipo. Con todo, para los amantes del género de calidad, es de visionado obligado.
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La verdad es que todas las peliculas de Donnie Yen y estas nuevas que están haciendo sin él como actor principal, pero que usan en gran parte el wing chun como arte marcial principal son espectaculares, pero obviamente es eso: cine. Ciencia ficción. La realidad del aprendizaje de este sistema chino es menos vistoso de lo que nos hacen creer las películas, pero es muy efectivo en cuanto a su aplicación práctica. Yo aprendí gracias a ir a clases wing chun Barcelona y aunque el aprendizaje de las formas se hace un poco aburrido, es básico para que puedas desarrollar un buen combate. No se trata de pegar por pegar, se trata de pegar con conocimiento de causa y con los movimientos muy depurados, porque los pequeños detalles cuentan, y de ellos pueden depender la victoria o la derrota.