[Guillermo Callejo – Colaborador de Cinemanet]
Ambientada en un futuro relativamente cercano, el filme cuenta la historia de un escritor sensible, simpático y solitario (Joaquin Phoenix) que, mientras tramita su divorcio, se enamora de una máquina. Para ser exactos, de un sistema operativo muy avanzado y regido por el modelo de inteligencia artificial (a quien pone voz Scarlett Johansson).
¿Es ‘Her’ una película para todos los públicos? No, y no sólo por la presencia de temas poco atractivos o aptos para los espectadores infantiles o juveniles, sino por el particular estilo visual y narrativo que Jonze imprime a su obra –quizá- culmen. Los 126 minutos se suceden con un ritmo pausado y libre de toda prisa, sin caer en el tedio, que puede exasperar a quienes buscan un producto de acción trepidante, movimientos de cámara vertiginosos y efectos especiales aparatosos. En realidad, la película combina muchas cosas al mismo tiempo, por extraño que pueda parecer: melancolía, sutileza, ironía, esteticismo, ternura, lírica, leve optimismo, delicadeza… y, en última instancia, una gran provocación.
Porque lo que el guión pone sobre el tapete es una enorme pregunta: ¿cabe la posibilidad de que un ser humano se enamore perdidamente de un sistema operativo, si éste cumple con la suficiente capacidad intelectual como para sorprenderle? En otras palabras, Spike Jonze sugiere la opción de un amor entre dos sujetos que no sean humanos. A primera vista, tal hipótesis suena a desatino. Sin embargo, la proeza del director y de los sobresalientes actores está en formular la suposición de un modo racionalmente creíble y emocionalmente agradable.
A partir de este interrogante general, nace un importante número de consideraciones filosóficas que se pueden calificar de inquietantes, porque todavía no tienen respuesta. Hay críticos cinematográficos que conciben ‘Her’ como una versión más de lo que ya han llevado a cabo otras películas de ciencia ficción como ‘S1mone’, ‘Wall-E’, ‘Ruby Sparks’ o ‘Inteligencia artificial’. Pero parece que Spike Jonze, con este largometraje, no pretende sacarse de la chistera una historia absolutamente imprevisible u original. A fin de cuentas, en la sencilla trama se pueden reconocer con facilidad las fases más comunes que atraviesa cualquier enamoramiento.
Es probable, en cambio, que el objetivo de Jonze trascienda la simple exhibición de una ficción amena y cautivadora y apueste por una especulación antropológica de mayor calado. De todas formas, el guion no escatima en detalles que brillan por sí mismos. Y existe, asimismo, un lúcido giro final en la historia que puede sorprender a más de uno. Hablamos, pues, de cine del bueno, de ése que suscita ideas interesantes y deja que el público extraiga sus propias conclusiones.
Además del ya mencionado debate sobre la plausibilidad de un amorío entre un software y una persona de carne y hueso, en ‘Her’ se advierte otro tema que suele afectar al ser humano y que merece nuestra atención: la soledad.
“En mi soledad he visto cosas muy claras que no son verdad”[1], decía Antonio Machado. Cuidado con la soledad, porque una pequeña dosis, e incluso una buena ración de ella, es útil y sirve para encontrarnos con nosotros mismos. Pero un exceso de auténtica soledad puede trastornar nuestra persona, alienarnos y hacernos tomar por verdaderas cosas que no lo son. Si la soledad es “la suerte de todos los espíritus excelentes”, como apuntaba Schopenhauer, un abuso de ella corre el riesgo de convertir nuestro espíritu excelente en un yo demasiado acomplejado y falto de objetividad.
El personaje de Theodore, interpretado por Joaquin Phoenix, transmite una soledad poco o nada deseable. Duerme solo, come solo y deambula solo por la ciudad. No tiene a nadie cercano a quien le pueda confiar sus preocupaciones, sus esperanzas, sus problemas y sus alegrías. Por eso acude a Samantha (Scarlett Johansson). Ella es su último recurso. Y, en el fondo, aunque Theodore cree encontrar en ella la respuesta a sus deseos de comprensión y consuelo, lo único que hace es seguir huyendo de sí mismo. Su egoísmo ilustra a la perfección que así no se consigue la verdadera paz, y mucho menos la felicidad.
Cabe, asimismo, una elucubración todavía más metafísica a raíz de ‘Her’. ¿Por qué está mal definir como “real” el amor entre Theodore y Samantha? ¿Acaso no son reales los sentimientos que uno puede sentir hacia un software? La respuesta va de la mano de la postura que se tenga frente al ser. Los empiristas, para quienes únicamente lo palpable, lo cuantificable, es real, dirían que por supuesto que el amor hacia una máquina puede ser “real”. Los racionalistas señalarían todo lo contrario. Otros pensadores entienden que lo más real de este mundo tiene que ver con lo ya vivido, es decir, con el conjunto de experiencias que cada individuo ha sufrido. El amor, dicen, comparece en la mente de las personas, en sus pensamientos, sensaciones y recuerdos, y no en lo corporal. No hace falta, por consiguiente, un cuerpo para expresar el amor; Samantha es tan perfectamente aceptable y digna de amor como cualquier otra mujer.
El enamoramiento entre Theodore y Samantha, por exótico y exagerado que resulte, posee a la vez una enigmática actualidad. Nos sirve para recapacitar sobre las relaciones humanas. Tantas redes sociales, tantas apps, tantas computadores y gadgets, tantos smartphones… en fin, tanta dependencia de la tecnología, ¿no estará consumiendo en exceso nuestras energías, nuestra atención y nuestro tiempo? ¿No estará obligándonos a renunciar a otras realidades más valiosas? ¿No acabaremos deshumanizados gracias a la hipercomunicación? Tal vez no haya Samanthas con voces sensuales en nuestras vidas ni en las de nuestros seres más próximos, pero sí aparatos que impidan apreciar una obra de arte, una comida, un viaje o una compañía. El romance de Joaquin Phoenix en ‘Her’, con esa calculada ternura y candidez, lanza el interrogante al aire, dispuesto a que el espectador avezado lo coja y lo someta a discusión.
[1] Machado, A., Proverbios y Cantares. Nuevas canciones, 1ª parte.