Basada en la historia real de una mujer que busca a su hijo después de que se lo arrebataran varias décadas antes, se trata de una película incómoda y extremada, donde afortunadamente la denuncia de tal atroz experiencia no se pierde en el tan recurrente anticatolicismo. Con el ejemplar testimonio de la protagonista verídica como norte, sólo queda luchar para que su historia no vuelva a repetirse.
ESTRENO Título original: Philomena. |
SINOPSIS
Martin Sixsmith es un cínico y descreído periodista caído en desgracia que, un buen día, se encuentra con la historia de su vida: Philomena Lee, una humilde pero siempre bienintencionada mujer septuagenaria que se ha pasado los últimos cincuenta años buscando a su hijo. La historia de Philomena es una que ha tratado de ser silenciada durante medio siglo y habla de cómo la estricta sociedad de la época le robó a su recién nacido y la condenó a ingresar en un convento como castigo por quedarse embarazada tan joven. Ahora el periodista y la anciana pero valerosa mujer decidirán unir sus fuerzas y se embarcarán en un viaje inolvidable entre dos continentes en busca de la verdad y de la justicia, y que les cambiará a ambos para siempre.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín – COPE]
Autor de algunas películas memorables —como “Héroe por accidente” o “The Queen (La Reina)”—, otras notables —como “Mi hermosa lavandería”, “Las amistades peligrosas”, “Café irlandés”, “La camioneta” o “Alta fidelidad”— y muchas discutibles, el inglés Stephen Frears llevaba varios años sin estrenar en España, donde todavía no se han exhibido “Lay the Favorite” y “El gran combate de Muhammad Ali”. Ahora se les adelanta “Philomena”, que opta a cuatro Oscar —mejor película, actriz (Judi Dench), banda sonora (Alexandre Desplat) y guión adaptado (Steve Coogan y Jeff Pope)—, después de haber ganado el Premio al mejor guión y el Premio SIGNIS en el Festival de Venecia 2013, así como el BAFTA al mejor guión adaptado. En ella, Frears recrea la historia real de la irlandesa Philomena Lee, según la relata el periodista inglés Martin Sixsmith en su libro “The Lost Child of Philomena Lee”, publicado en 2009.
De 1980 a 1997, Martin Sixsmith trabajó como corresponsal de la BBC en Moscú, Washington y Varsovia. En 1997, el Partido Laborista de Tony Blair le fichó como director de comunicación, cargo que mantuvo —tras diversas entradas y salidas— hasta 2001, año en que se vio envuelto en el llamado ‘Escándalo Jo Moore’, que acabó con su carrera política. Entre 2004 y 2007, publicó las novelas políticas “Spin” y “I Heard Lenin Laugh”, y el ensayo “The Litvinenko File”. Y en ese tiempo conoció a Philomena Lee.
En 1952, cuando tenía 18 años, la católica irlandesa Philomena Lee se quedó embarazada sin estar casada. Entonces, su avergonzado padre la ingresó en la Sean Ross Abbey, en Roscrea, una pequeña ciudad en el condado de Tipperary. Allí, las Hermanas de los Sagrados Corazones de Jesús y María (The Sisters of the Sacred Heart’s of Jesus and Mary) regentaban un internado para que jóvenes madres solteras pudieran tener a sus hijos en el anonimato. Al entrar, las chicas firmaban un contrato por el que quedaban bajo la tutela de las monjas, daban a sus hijos en adopción y se comprometían a no intentar contactar con ellos. A cambio de ayudarla en su gestación y parto —que tuvo lugar el 5 de julio de 1952—, Philomena trabajó sin sueldo durante varios años en la lavandería del internado, junto a otras chicas en su misma situación. Sólo una vez al día podía ver a su hijo Anthony. En 1955, cuando el niño contaba tres años, fue dado en adopción a una familia, cuya identidad nunca fue facilitada a Philomena por las monjas, a las que visitó varias veces entre 1956 y 1989. Repudiada por su padre, Philomena siguió trabajando en un hogar de la Iglesia en Liverpool, dedicado a la atención de jóvenes delincuentes. Más tarde, estudió enfermería, y en 1959 se casó y tuvo otros dos hijos. La mujer guardó su doloroso secreto durante más de 50 años, hasta que en 2004 —ya con 70 años— se lo desveló a su hija Jane, y ésta le puso en contacto con Martin Sixsmith para que él diera a conocer su penosa historia y le ayudara a localizar a Anthony.
Aunque tiene un planteamiento similar a ella, “Philomena” no cae del todo en la agresiva demagogia anticatólica de “Las hermanas de la Magdalena”, de Peter Mullan, muchas de cuyas acusaciones fueron severamente cuestionadas por el famoso ‘Informe McAleese’, que elaboró el Gobierno irlandés sobre la realidad de los reformatorios de su país a los largo del siglo XX. Sin embargo, como al filme de Mullan, a la película de Frears le faltan matices y contexto. Sobre todo, retrata el convento de Roscrea con tintes muy siniestros —la reacción final de la anciana Madre Hildegarda parece desmesurada—, con escasos contrapuntos luminosos —sólo un par de monjas muestran cierta humanidad—, con una mirada extremadamente comprensiva hacia las jóvenes acogidas —todas son angelicales— y casi sin referencias al irresponsable abandono que sufrieron por parte de sus padres y del Estado irlandés, cuyo Health Service Executive (HSE), por cierto, guarda ahora los archivos de la Sean Ross Abbey y otras instituciones similares de toda Irlanda. Además, como en “Las hermanas de la Magdalena”, en “Philomena” se subraya hasta lo grotesco la deficiente educación sexual entre los católicos y su supuesta obsesión por el pecado, la culpa, el castigo y el infierno, en un reduccionismo que debilita a menudo la veracidad de la historia. A esto se añade una acrítica exaltación de la ideología de género, con el consiguiente alegato contra la moral sexual católica. En este sentido, la reciente miniserie española “Niños robados” —que afronta un caso similar— es mucho más ponderada y rigurosa. Y, desde luego, sorprende que casi nada de todo esto aparezca en el divertido y conmovedor tráiler español de “Philomena”.
En buena medida, Frears suaviza esos trazos gruesos respecto al catolicismo mostrando con admiración no sólo el amor de la sencilla Philomena Lee hacia su hijo, sino también la piedad y la fe que ha mantenido a pesar de su traumática experiencia. Y, sobre todo, su heroica capacidad de perdón, que sustenta los mejores momentos de la película, y que se puso de manifiesto en el breve encuentro con el Papa Francisco que ella y el actor Steve Coogan tuvieron en la plaza de San Pedro tras la audiencia general del pasado 5 de febrero de 2014. “Como se ve claramente en la película —comentó ese día en Roma Philomena Lee durante una rueda de prensa—, siempre tuve una profunda fe en la Iglesia y en su voluntad de reparar los errores cometidos en el pasado. Claro, al principio, cuando salí, estaba bastante desilusionada, herida, triste, enojada con todos. Me alejé un poco de la fe. Pero no habría podido vivir durante 62 años con el rencor”. Y concluyó: “Es un honor haber saludado al Papa Francisco. Espero y creo que se unirá a mi lucha para ayudar a los miles de madres y niños a poner la palabra ‘fin’ en su dolorosa historia”, en referencia a su organización Philomena Project, que ayuda a otras madres a encontrar a sus hijos y presiona al gobierno irlandés para que promulgue una ley que permita consultar los libros de niños adoptados.
De paso, este enfoque elogioso de la actitud amable y reconciliadora de Philomena pone en solfa por elevación el carácter cínico, descreído y amargado con que el filme presenta al culto periodista Martin Sixsmith, que se llena la boca cuando ironiza indignado: “¡Vivan la fe ciega y la ignorancia!”. El guión desarrolla con vigor este sugestivo duelo de temperamentos y estilos de vida en el encuentro entre ambos personajes y durante su posterior viaje iniciático tras las huellas de Anthony, que les lleva primero al convento de Roscrea y después a Estados Unidos, aunque este último periplo es imaginario, pues la verdadera Philomena nunca viajó allí. De modo que lo tienen bastante fácil Judi Dench y Steve Coogan para dotar de entidad a esta singular ‘buddy movie’ a través de dos interpretaciones sensacionales, sin atisbo de los ciertos histrionismos de algunos actores secundarios.
Por lo demás, Stephen Frears se pone al servicio de la pareja protagonista y despliega una sólida puesta en escena, de creciente progresión melodramática, aunque rota hábilmente con constantes golpes de humor, a veces algo bruscos, pero muy oxigenantes. Además, resuelve con claridad narrativa los abundantes ‘flash-backs’, y aprovecha muy bien la contrastada fotografía de Robbie Ryan y la evocadora música de Alexandre Desplat, aunque quizás esta última resulta demasiado ligera en algún momento especialmente dramático. Queda así una película notable, pero incómoda y extremada, que sólo puede valorar en sus justos términos quien conozca a fondo los matices de la terrible historia real que cuenta. Una historia que nunca más debe repetirse, con matices o sin matices.
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