Mejor otro día, primera película de habla inglesa del director francés Pascar Chaumeil (Los seductores, Llévame a la luna), se sitúa en las antípodas del fatalismo nihilista de tantas prestigiosas películas de la última década. Cuatro desconocidos coinciden en la azotea de un edificio del que todos piensan saltar. De este encuentro casual, nacerá una gran amistad y un pacto por seguir con vida, al menos, seis semanas más. Este planteamiento, en inicio trágico, transmite un optimismo oxigenante que por momentos se abre levemente a la trascendencia.
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ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título Original: A Long Way Down
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SINOPSIS
En la víspera de Año Nuevo, en la azotea de un rascacielos de Londres, coinciden Martin, Maureen, Jess y J.J. para poner fin a su vida. En lugar de saltar, los extraños hacen un pacto para seguir con vida hasta el día de San Valentín.
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CRÍTICAS
[Jeronimo José Martín – COPE]
Durante una noche de fin de año en Londres, cuatro desconocidos coinciden en la azotea de un alto edificio. Martin (Pierce Brosnan) es un popular presentador televisivo, cuya vida se ha ido a pique tras un escarceo sexual con una menor. Maureen (Toni Collette) es una sencilla mujer, agotada de cuidar a su hijo, que padece una grave parálisis cerebral. Jess (Imogen Poots) es una veinteañera rebelde, desatendida por su padre (Sam Neill), que es un célebre político. Y J.J. (Aaron Paul), componente de un grupo musical, afirma padecer un cáncer terminal. Todos ellos tenían el propósito de saltar al vacío. Pero se consuelan entre sí y firman un pacto singular: no suicidarse hasta el día de San Valentín, es decir, al cabo de seis semanas. Comienza así entre ellos una impredecible amistad, que quizás les permita encontrar razones para seguir viviendo.
Tras las divertidas comedias Los seductores y Llévame a la luna, el francés Pascal Chaumeil acierta de nuevo en Mejor otro día, su primera película en inglés. En ella adapta la exitosa novela En picado, del inglés Nick Hornby, autor de otras notables ficciones llevadas al cine, como Fuera de juego, Alta fidelidad, Un niño grande o An Education. Al tragicómico guion de Jack Thorne le falta un hervor —tanto satírico como trágico—, de modo que sus fluctuaciones de uno a otro género resultan un poco convencionales, irregulares y abruptas. También le falta un punto de personalidad a la puesta en escena de Chaumeil, más funcional que brillante. Sin embargo, ambos facilitan la labor de los excelentes actores, que encarnan con convicción a los patéticos protagonistas, unos personajes entrañables y cercanos que acaban ganando al espectador con sus esfuerzos para intentar superar sus neuras y flaquezas, y recuperar la alegría de vivir a través de la amistad y el amor. En este oxigenante optimismo —levemente abierto a la trascendencia—, se aprecia para bien la influencia del maestro Frank Capra, situado en las antípodas del fatalismo nihilista de tantas prestigiosas películas de la última década.
[Decine21]
El club de los suicidas vivos
En la noche de final de año, Martin (Pierce Brosnan), un exitoso presentador televisivo cuya vida se ha convertido en un desastre pretende saltar desde lo alto de un edificio. No es el único. Se supone que la fecha y el lugar son como un imán para los potenciales suicidas, pues por ahí se dejan ver Maureen (Toni Collette), dedicada en cuerpo y alma a cuidar a su hijo paralítico; Jess (Imogen Poots), una jovencita a la que no hace caso su padre, un célebre político; y J.J. (Aaron Paul), integrante de una banda musical, al que han diagnosticado un cáncer. Contra pronóstico surge una peculiar amistad y un pacto; no volverán a intentarse quitar la vida hasta el día de San Valentín, y puede que entretanto encuentren motivos para amar la existencia.
El novelista Nick Hornby ha sido adaptado al cine con bastante fortuna en títulos como Fuera de juego, Alta fidelidad y Un niño grande. El film que nos ocupa tiene un arranque prometedor, que promete un humor surrealista a la hora de describir cómo se estrechan los lazos en lo que podríamos denominar “club de los suicidas vivos”. Desgraciadamente el cineasta francés Pascal Chaumeil, que ha rodado antes algunas comedias agradables pero no memorables –Los seductores, Llévame a la luna–, se atasca en esta incursión tragicómica en el cine rodado en inglés, pues no logra emocionar todo lo que debiera en las cuitas de los personajes que les empujan al suicidio –en algunos casos están muy desdibujados, quizá quienes más tienen algo parecido a un personaje son Toni Collette e Imogen Poots–, y tampoco acaba de decantarse por la línea del disparate cuesta abajo y sin frenos.
Así las cosas, el resultado es irregular, con algunos momentos intensos –los que tienen lugar en la azotea de un edificio especialmente, y algún pasaje relativo a algún personaje– que no bastan para sostener con firmeza todo el entramado narrativo.
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