Whiplash es la nueva película del joven director americano Damien Chazelle. Un drama con trasfondo musical en el que su protagonista dedica todo su tiempo a convertirse en un gran baterista, para lo que recurrirá a un implacable profesor.
ESTRENO Título Original: Whiplash |
SINOPSIS
Andrew Neiman es un joven y ambicioso baterista de jazz, absolutamente enfocado en alcanzar la cima dentro del elitista conservatorio de música de la Costa Este en el que recibe su formación. Marcado por el fracaso de la carrera literaria de su padre, Andrew alberga sueños de grandeza, ansía convertirse en uno de los grandes. Terence Fletcher, un instructor bien conocido tanto por su talento como por sus aterradores métodos de enseñanza, dirige el mejor conjunto de jazz del conservatorio. Fletcher descubre a Andrew y el baterista aspirante es seleccionado para formar parte del conjunto musical que dirige, cambiando para siempre la vida del joven. La pasión de Andrew por alcanzar la perfección rápidamente se convierte en obsesión, al tiempo que su despiadado profesor continúa empujándolo hasta el umbral de sus habilidades… y de su salud mental.
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CRÍTICAS
[MªÁngeles Almacellas – CinemaNet]
Con sólo 19 años, Andrew Neiman es ya un virtuoso de la batería. Está matriculado en un elitista conservatorio de Manhattan y aspira a que Terence Fletcher lo llame para su orquesta, que es el mejor conjunto de jazz de la escuela. A partir del momento en que el prestigioso maestro se fija en él, asistimos a un cruel y violento itinerario para alcanzar la perfección musical y el éxito, a precio de destruir a las mismas personas.
Fletcher tiene a gala ser el profesor más duro de la casa, pero también el que consigue mejores resultados de sus alumnos. El valor supremo que orienta su vida es alcanzar la perfección musical y el éxito a cualquier precio y por encima de todo. Para él, el músico debe desprenderse de todo, hasta de sí mismo, “despersonalizarse” totalmente, anular toda suerte de relaciones y romper cualquier vínculo en su vida, para no centrarse más que en alcanzar la perfección artística. En Fletcher no hay sentido ético, respeto o misericordia, ni ningún otro valor salvo la música. Sus métodos son extremadamente rigoristas, utiliza la violencia física y psicológica; considera la perversidad y las humillaciones como eficaces actitudes pedagógicas. Su primer objetivo es siempre llevar a los alumnos al límite, seguro que, en ese cedazo, la mayoría sucumbirá –incluso hasta el punto de enfermar y atentar contra la propia vida–, pero, si hay un genio escondido, ese sobrevivirá y alcanzará la gloria. No importa los “cadáveres” que se hayan dejado en el camino.
La película nos muestra qué fácil es convertir la búsqueda de la excelencia y la atención a los más dotados –que en sí mismo es algo bueno y loable– en una absolutización de la meta a conseguir, en detrimento de los valores humanos de la persona. Pero el planteamiento, enormemente inteligente, es a menudo ambiguo, de tal modo que Damien Chazelle no sólo manipula a los personajes en la historia, sino que manipula también al espectador, que en algún momento llega a hacerse la pregunta de si acaso no merece la pena sacrificarlo todo por alcanzar la belleza perfecta. No hay límites éticos para el tiránico profesor, y hasta los del público se diluyen a veces ante los razonamientos de Fletcher.
A pesar del título –Whiplash, nombre de una obra de jazz central en la película–, no es tanto una película musical cuanto un drama psicológico sobre la obsesión por la excelencia y el triunfo. De hecho, estamos ante algo muy parecido a un thriller musical, incluso con juegos de luces propios del cine negro, que mantiene al espectador en permanente tensión. En él se desarrolla un drama psicológico, en el que vemos dos procesos que avanzan simultáneamente: la destrucción personal de Andrew, desde un muchacho amable, con aspiraciones de alcanzar el éxito, que trabaja con constancia y se esfuerza con perseverancia, hasta convertirse en un ser frío, egocéntrico, soberbio y arrogante.
Los personajes antagonistas, Fletcher y Andrew, van ganando en complejidad a medida que se van lanzando por un proceso de venganza para imponer su propio ego, que destruye cuanto encuentra a su paso. Pero se alcanza la excelencia musical, éste era el objetivo. Así, la impresionante interpretación final de “Caravana” es una auténtica delicia que llega a hacer olvidar la miseria moral de director y baterista.
La película está muy bien realizada y los actores dan vida perfectamente a sus personajes. Son impresionantes los primeros planos de las manos ensangrentadas, que muestran el sufrimiento físico y psicológico de unos hombres que, tras la fachada de la belleza musical, se debaten en una competición por conseguir imponerse a los demás.
A uno le cabe preguntarse cómo es posible que esté recibiendo tantos reconocimientos y premios una película que exalta abiertamente formas de conducta propias de un fascismo virulento. (Hoy día, sería impensable que un profesor pudiera impunemente insultar y abofetear a un alumno). No sólo es que dichas formas estén presentes en el film, sino que constituyen su esencia, el eje que hace girar todo el resto. Claro que, desde un punto de vista nihilista, la historia es impecable, obvia cualquier posible sentido a la vida que no sea “hacer”, triunfar, tener éxito.
Conseguir que se ensalcen unos personajes nietzschenianos pero entregados a prácticas fascistas, en los que se subordina la razón y la dignidad a la voluntad y la acción ¿no es acaso el resultado de una sutil y magistral forma de manipulación?
[Guillermo Altarriba – Colaborador de CinemaNet]
¿Es posible que una película sobre música sea tan intensa como el mejor thriller de suspense? Después de ver Whiplash uno no puede más que responder con un rotundo “Sí”. La relación maestro-alumno entre el talentoso baterista de jazz Andrew Nieman y el estricto y experto profesor Fletcher acumula tanta tensión a lo largo del metraje que los títulos de crédito suponen una liberación de energía.
El primer tópico que desmonta la película es aquel según el cual el jazz es una música aburrida e intelectualoide. Todo lo contrario: los personajes de Whiplash se dejan la piel –literalmente- para lograr la perfección y llegar a triunfar. De hecho, la idea principal del film la resume en una frase el propio Nieman: “Prefiero morir borracho y que haya gente hablando de mí en una cena que vivir hasta los 90 años sobrio y que nadie me recuerde”. En pos de la fama, el baterista se autodestruye.
En este sentido, la cinta es una mirada nada moralista a lo que ocurre cuando un objetivo nubla la razón. Buscando emular a celebridades como Charlie “Bird” Parker, Nieman quema las naves de las que dispone, en una lucha por estar a la altura del tratamiento brutal que le impone su maestro. Entre las virtudes de la película está la ausencia de azúcar: ninguno de los dos protagonistas es “el bueno” o “el malo”, sino que la complejidad de la relación y las psiqués de los personajes se muestran tal cual. El juicio, si cabe, corresponde al espectador.
Otro punto a favor de la cinta es el trepidante trabajo de montaje y –como no podía ser de otra manera con este argumento- la música. Como colofón, los dos roles protagonistas están interpretados de forma magistral, de manera que no son los diálogos sino los gestos y las expresiones lo que permite echar una mirada al interior de Nieman y Fletcher. En definitiva, es una película respetuosa con la inteligencia del espectador y que además no solo se ve. Whiplash se vive.
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